LOS PELIGROS DE LA NOCHEVIEJA

Una Nochevieja más aquí estoy. Os prometo que esta vez no sé cómo lo he conseguido, pero aquí estoy. Justo a tiempo para dejaros un nuevo relato navideño de mi Universo de #amordelbueno. Sí, parece que no aprendo con los años, porque, una vez más, este pequeño fragmento es un gran charco. Ya lo entenderéis.

Pero, ya me conocéis, sabéis que, en el fondo, adoro meterme en estos charcos.

También os digo una cosa, si no habéis leído la serie Buen Camino, no tiene mucho sentido que os aventuréis a leer esto, porque os vais a comer más spoilers que polvorones o turrones en Navidad y se perderá la magia.

Venga, no me enrollo más. Os deseo un 2023 cargado de SALUD, para que nada os impida cumplir vuestros sueños.

LOS PELIGROS DE LA NOCHEVIEJA

Mi padre me echa de la cocina, como de costumbre, y yo obedezco, pero me llevo un trozo de queso en la boca y otro en la mano, para luego. Cuando salgo, me debato entre subir al desván, que es mi habitación estos días, a tocar la guitarra un rato antes de cenar, o entrar en el salón e intentar encontrar un hueco entre toda esa gente que lo abarrota.

Hoy se termina el año y hemos venido todos a celebrar la Nochevieja a Menorca, a la masía de mis abuelos. Bueno, de momento, estamos todos menos ella, que perdió su vuelo desde Londres ayer y estará a punto de llegar.

—¿Y esa cara? —me pregunta mi madre cuando entro en el salón.

—Mal de amores —responde Zoe, su mejor amiga, y yo pongo una mueca de no sigáis por ahí, por favor.

Sí, hace dos meses que me dejó Olivia, pero lo llevo bien, ni lloro por las esquinas, ni miro su Instagram cada diez minutos, ni la echo de menos como para que me duela el pecho. No, a ella no. Lo único que no se me va de la cabeza son las palabras que me dedicó antes de mandarme a la mierda. Esas sí que me taladran el cerebro, constantemente.

¿Y si tiene razón? ¿Y si soy tan capullo y tan iluso que solo tengo hueco para ella? ¿Y si lo ven todos menos yo?

—Será mejor que me suba arriba —comento con desgana y me giro para salir de aquí. Pero, en este instante, suena el timbre de la puerta, y sé que huir ahora no tiene ningún sentido.

—Anda, abre tú. —Me guiña un ojo mi madre.

—Mamá… —protesto.

—Vamos, Santiago. Que no se te olvide que eres hijo del gentleman. —Mi padre sale de la cocina con dos bandejas de embutido en la mano y me deja su perlita, cómo no.

Bufo. Ya empezamos…

—¡Ay! ¡Ya está aquí! —chilla entusiasmada Zoe, que me coge del brazo para  arrastrarme por el pasillo hasta la puerta con ella.

Cuatro meses. Cuatro meses sin verla. Desde que se fuera en agosto después de… de aquello. ¿De aquello, Santi? ¿De verdad? Sus padres fueron en octubre unos días a estar con ella, pero yo no pude. O quizá sí que pude, pero no me atreví. Todavía estaba Olivia, todavía estaba ahogado en mi puto caos mental, todavía era un pedazo de cobarde…

Vale, ya me centro.

Soy el encargado de girar el pomo para encontrarme de frente con ella.

Con Triana.

Triana.

Mi Triana.

Mi otra mitad.

Mi mejor amiga.

Mi peor pesadilla.

Mi compañera de cumpleaños, juegos y aventuras casi desde el mismísimo día en que nació, porque lo hizo cuatro días después de que yo llegara al mundo.

Mi confidente

Mi instigadora.

Mi peligrosa.

—¡Tata! —Biel viene como un loco y se abalanza sobre ella antes de que nuestras miradas detengan el puto tiempo.

Una noche.

Agosto.

Los dos.

Está preciosa. Lleva el pelo más largo que la última vez, revuelto y sin peinar, las pecas han perdido intensidad, pero el tono verde de sus ojos junto con el rojo de sus labios, le dan toda la luminosidad que le falta. Brilla. Como cada día desde que la conozco. Brilla.

Me sujeto a la puerta mientras Adrián pasa con su maleta, su hermano deja el turno a su madre y se funden en un abrazo lento y fuerte. Yo sigo como un gilipollas observando en la misma posición, vamos, como lo que soy.

Trae puesto un abrigo de lana beige, que se abre para dejar a la vista un vestido negro de terciopelo corto, ajustado a sus increíbles curvas, es sus pies, sus eternas Martens, y sobre el cuello, una bufanda enorme, que con los abrazos, se le cae, así que me cerebro, que debe de estar en pausa, se reinicia para agacharme y recogerla del suelo. Su madre la suelta, por fin, y ahora sí, ahora solo quedamos ella y yo.

—Hola…

¿Hola? ¿Así? ¿Sin más adornos? Joder, Santiago, cada vez lo haces peor.

—Hola, amigo. —Tres sílabas con su peor entonación. Tres puñales.

¿No piensa reaccionar, Santi?

Acorto un paso. Dos. Y le paso la bufanda alrededor del cuello. Estamos cerca. Muy cerca. Sus ojos ahora sí que se posan sobre los míos. Un segundo. Dos. Y después lo hacen sobre mi boca, a mí me resulta también imposible no mirar la suya. Jugosa, entreabierta, perfecta. Doy un pequeño tirón sobre los extremos de la lana, que la pilla desprevenida, y, a continuación, abro mis brazos para envolverla con ellos.

Deluxe, idiota.

Me parece oír un suspiro de resignación mientras nos abrazamos.

—Hola, Triana.

No sé los segundos que pasamos así; mudos, inmóviles, perdidos.  Como si el calor de nuestros cuerpos fundidos, alineara de nuevo las órbitas de nuestros planetas, separados en los últimos meses y no solo por la distancia en kilómetros.

¿Pueden dos corazones crecer y latir juntos desde el minuto cero y jamás despegarse?

Ni idea, pero te juro que me encantaría averiguarlo.

Las voces de nuestros padres diciéndonos que la cena está lista rompen la burbuja, o la cueva, o lo que sea esto donde nos hemos quedado atrapados. Y, en el mismo silencio en el que nos hemos escondido del resto del cosmos, nos sentamos a cenar, no sin que antes Triana cumpla con su ronda de abrazos. Mis abuelos. Mi tío Eloy, mi tía Lorena, y nuestro primo Jordi, que aunque no sea con el ADN completo, le compartimos.  Mi tío Xavi y Carol, su segunda mujer, y sus mellizos, o sea, mis primos. Mi padre, mi madre y mi hermana, que como buena preadolescente le bombardea a preguntas sobre todo su outfit.

La cena es todo lo divertida y caótica que os podáis imaginar, porque  cuando juntas en una mesa a mi tío Eloy, que sigue sin haber adquirido la madurez necesaria, a mi padre, que sigue siendo el mismo gentleman, como bien él ha dicho, pero con un humor fino a la hora de responder pullas, y a Zoe, la madre de Triana, exenta de filtros a día de hoy, la diversión y las risas están siempre aseguradas. Y los cuchillos, esos también. Porque este grupo tan variopinto tiene la sana costumbre de no dejarse pasar ni una y eso incluye sacar los trapos sucios más recientes y los más antiguos, para eso llevan casi media vida juntos. Cuando Adrián empieza a incluirnos en las batallitas a Triana y a mí, sé que estoy perdido.

Vergüenza llegando en tres. Dos. Uno.

—¿Os acordáis de aquella Nochevieja que Santi no dejó de cantar el villancico que le compuso a Triana? Entró en bucle. Además con la pandereta.

—No, joder. No es necesario… —me quejo.

—Santi, esa boca —me riñe mi madre.

—Imposible olvidarlo, fue en italiano. —Añade mi padre orgulloso de sus raíces y un ohhh general suena a continuación.

—¡Fue divino! —Ironiza mi tío Xavi—. Si ahí ya se veía que… —Le fulmino con la mirada para que no termine esa frase.

Me llevo genial con él, es más, solemos comer juntos un día a la semana, él y yo solos. Me gusta, porque creo que es el único de la familia que piensa diferente y que me entiende. Él mejor que nadie sabe lo que es no acertar a la primera. Dios, voy a  matarlo.

—Venga, papá. ¿Eso es lo más bochornoso que has encontrado de todas sus actuaciones? —Interviene Triana y entonces, la miro. Será cabrona, no me puedo creer que esté disfrutando viéndome sufrir. —. Porque yo puedo hacerte una lista con todas. ¿Ya les contaste la última, Santi?

¿En serio? ¿Quiere hablar de esto aquí?

—Vaya, si casi son las doce. Santi, ayúdame a recoger, y así traemos las uvas para esta gente. —Gracias, papá, por el cable.

Me levanto sin apartar la mirada de la de Triana. Ella tampoco esquiva la mía. ¿Nos retamos? ¿O nos estamos diciendo cosas sin pronunciar palabras? Sí, quizás tengamos una conversación pendiente, o dos. Pero no creo que el último día del año, rodeados de toda nuestra familia, sea el mejor lugar para tenerla. O sí.

 Mi tío Xavi también se levanta para ayudarnos, o a darme apoyo psicológico, que le conozco. Hacemos varios viajes en silencio y echamos una mano a mi padre con las uvas. Él sigue queriendo mantener el rol de único cocinero de la familia y más en una noche especial como esta, pero le encanta que le ayude, y, sobre todo, que me interese por el amor y la sensibilidad que pone en cada plato que cocina para los suyos. Él y su amor del bueno eterno hacia mi madre, que sigue siendo su loca favorita. Sin embargo, él también derrocha amor hacia Laia y hacia mí, incondicional. Y, por supuesto, hacia el resto de la familia, la que le tocó y la que eligió.

—¿Todo correcto? —me pregunta mientras me da la última copa para que lleve al salón. Sonrío, porque esa pregunta es mítica entre él y mi madre. Me encanta ser testigo de su amor con el paso de los años. Pero también es un hándicap enorme y, a veces, me abruma. Me gustaría tener lo de ellos. Por supuesto que sí.

No soy imbécil, aunque lo parezca a ratos. Sé lo que siento y sé todo lo que podría construir o destruir con ello. De ahí el acojono.

—No, pero lo estará —respondo y espero zanjar aquí el tema.

—No lo retrases, Santi. —Ese es Xavi, dándome un pequeño empujoncito una vez más—. Luego cuesta el triple conseguirlo. Te lo digo yo.

El salón es un auténtico infierno. Gente agolpada delante de la televisión, en los sofás los más mayores y en el suelo los más pequeños.  

No necesito buscarla, porque, hemos compartido tantos cambios de año, que me conozco su ritual. Sola. Pegada a una ventana siempre abierta, para sentir que delante de sus ojos tiene un mundo lleno de posibilidades y para respirar. Da igual que estuviéramos en aquella cabaña de la estación de esquí a menos cinco grados. O en aquella casa que se caía a pedazos en Girona, con un fuerte temporal. O aquella otra vez en el apartamento minúsculo de Adri en Valencia, oliendo el Mediterráneo. Siempre, uvas en la mano derecha, sí, las come con la izquierda, con la misma que pinta,  y ventana abierta, en este caso es la puerta de cristal por la que sale al jardín donde ahora mismo solo está iluminada la piscina.

—El salón es muy grande…

—Y tú muy pequeña —la vacilo o trato de hacerlo, porque, tal y como tuerce el morro, creo que no lo he conseguido.

—¿Hoy también vas a huir cuando den las doce como Cenicienta?

—No huí.

—Y una mierda, Santi. Te largaste, como un corderito asustado y me dejaste allí….

—Estaba acojonado.  Y no quería estropear…

—Para, por favor. No necesito que me cuentes la misma película…

—Sigo acojonado. —la corto. Me pego a ella por detrás, porque están a punto de empezar las campanadas y ha roto nuestro contacto visual para mirar hacia el infinito, a ese mundo que nunca será lo suficientemente grande para ella—. Pero hoy voy a saltar.

Me mira, incrédula, y un segundo después, me ignora. Yo ignoro al resto. No sé si nos están observando o si cada uno está a los suyo, la verdad es que las voces y las bromas cada vez son más escandalosas y las apago de mi mente. Llega la primera uva y me coloco a su derecha para mirarla solo a ella. A su pelo jodidamente bonito, a sus labios rojos cuando los abre, a su nariz minúscula, a sus pecas que me sé de memoria, a sus manos pequeñas y a sus ojos verdes, vivos,  mágicos y únicos. Y como las uvas. Hipnotizado pero las como.

Ocho.

Nueve.

Diez.

Once.

Y doce.

—¡Feliz Año Nuevo! —gritan todos y yo salto, como he dicho hace unos segundos que haría, pero esta vez con ella.

La cojo de las rodillas y cargo con ella como si fuera una niña. La pillo tan de sorpresa que no le da tiempo a abrir la boca, solo a mirarme con los ojos como platos. Corro los metros que nos separan de la piscina y salto. Saltamos. Al agua. O al vacío. Y no la suelto durante la zambullida, ni tan siquiera luego, aunque ella intenta zafarse de mi agarre.

Después del tirabuzón, y de ser consciente que el 31, bueno, en realidad ya es 1 de enero, en Menorca el agua no está muy caliente, sacamos nuestras cabezas fuera.

—¡¿A ti se te ha ido la puta olla, Santiago?! —me grita, pero sonríe, joder, sonríe y está guapísima así. Con las gotas resbalando por su cara, con el pelo pegado y con los labios ahora morados por el frío, hasta con el rímel un poco corrido está preciosa. Y sonrío.

—A mí aquella noche de agosto se me paró el puto corazón, Triana. Y no quiero  volver a vivir sin ritmo cardiaco ni un día más. ¿Lo entiendes ahora?

Asiente y pegamos nuestras frentes. Estamos en una zona en la que yo hago pie pero ella no. Así que enrosca sus piernas en mi cintura y enmarca mi cara con sus manos para comerme la boca. No sabría decir quién ataca a quien antes, porque en lo único que puedo concentrarme es en su lengua caliente y en sus labios envolviendo los míos una y otra vez. No es nuestro primer beso, por supuesto que no, pero lo único que me importa en este instante es que no sea el último.

—¡Mamá! ¡Triana y Santi se están enrollando!

—¡Con lengua! Puag, que asquito.  ¿Pero son novios?

—¿En la piscina? Nosotros también queremos bañarnos, ¿podemos, mamá, podemos?

—¡No! No podéis.

—¡Oh, qué bonitos!¡Asomaos, consuegros! ¿Quién va a pagar la boda?

—¡Que boda, ni que boda!

—Joder! Si esto se veía venir.  ¿Desde hace cuánto?

—Una eternidad.

—¿Quién les da los condones? ¿El padre de la novia o el del novio?

—Los tíos bocazas, capullo.

—Mira, Adri. Otros que se estaban enrollando en secreto, seguro, como estos dos.

—¡Qué os den!

—¿Estáis llorando? No me lo puedo creer, mi sister y la Peli llorando.  Joder, con lo que habéis sido vosotras. Esperad, no os mováis, voy a haceros una foto.

—¡Idiota!

—Salid de ahí antes de que os congeléis.

—Loca, ¿tú crees que tienen frío?

—No lo sé. Sigo en shock, Camino.

—Y yo, mi calabaza, ahí con tu hijo…

—Mira, se están enrollando igual que vosotros en aquella piscina en el cumple de Eloy…

—Claro, mejor eso que solo mirarle la boca como hiciste tú en el primer cumple de ellos. ¿Recuerdas? Aunque luego le comiste otra cositaaa… que rima con…

—¡Cállate!

—Hay niños pequeños, por favor.

—¡Jo, mamá, dais cringe! Los padres de mis amigos son normales…

—Son aburridos, cariño, no normales. Eso aquí no lo verás.

—Nunca.

—Será mejor que los dejemos a solas…

—Sí, que ahora igual le toca las castañuelas, en vez de la pandereta y es mejor no verlo.

—¡Zoe! —Un último chillido de advertencia hace que los espectadores se empiecen a retirar para volver a entrar en casa.

—¿Qué pasa? No he dicho nada del otro mundo. Son los peligros de la Nochevieja cuando pones en tu vida a una pelirroja, ¿verdad? —añade tan pancha y me guiña un ojo, porque soy el único que puede verla, Triana está descojonándose, con la cabeza enterrada en mi cuello.

Sí, estos son los nuestros.

Estamos exultantes y felices, por eso volvemos a besarnos, aunque estemos a punto de perder algunas de nuestras extremidades.

—Dios, esto ha sido… —Tirito contra su boca.

—Surrealista, pero no podría haber sido de ninguna otra manera. Queramos o no, pertenecemos a este micro universo de chalados y peligrosas.

—Correcto y ¿sabes lo peor?

—¿Qué?

—Que vamos a tener que reconocer ya que nos gusta, porque no creo que exista un universo de amor del bueno en el que crecer y vivir  mejor que en este, en todos y cada uno de los sentidos.

—Lo sé.

Y continuamos besándonos…

                                      FIN

LA DÉCIMA

Diez novelas. Acojona un poco. ¿Verdad? Si alguien en 2016, cuando abrí aquel archivo word para plasmar la historia de Lía, me hubiera dicho que no iba a parar de escribir hasta hoy, habría pensando que estaba loco.

Ha sido un camino intenso, emotivo y lleno de gente bonita. Supongo que por eso me animé a escribir la historia de esta pelirroja, que tanto os gustó en El camino de Gala. Normalmente, me pedís que transforme en novela las historias de muchos secundarios de mis libros, pero creo que Zoe, al igual que Julia, aquella primera secundaria de lujo en la bilogía de Lía, se llevan la palman de vuestra insistencia.

Pues aquí está. Tres añitos tarde. Pero, ya sabéis eso que dicen de que nunca es tarde…

No me enrollo más. Porque esta entrada es solo un regalito, en forma de adelanto.

Os dejo por aquí, el prólogo, que ya estaba publicado en mi Instagram, y el primer capítulo.

Recordad que el 2 de noviembre estará disponible en Amazon en digital y papel, y que ya está abierta la preventa (digital).

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Espero que estéis preparadas para volver a sentir.

Os leo…

PRÓLOGO

Será mejor que empiece presentándome.

Hola, soy Gala, la mejor amiga de Zoe. Puede que algunas de vosotras ya me conozcáis. Para bien o para mal, mi historia ya está escrita. También puede darse el caso de que no tengáis ni idea de quién soy, pero no os preocupéis, tampoco es muy relevante, ya que las próximas páginas no hablarán sobre mí, sino sobre mi Peli, la protagonista absoluta de este universo tan particular.

Y ella es… ELLA. Perdón, ya sé que debería explayarme un poquito más. A ver si, ahora que os quiero contar cómo la veo yo y lo que significa para mí, no encuentro las palabras adecuadas. Venga, voy a intentarlo de nuevo.

Lo primero que tenéis que saber es que Zoe es mi hermana (sin necesidad de compartir sangre). Es mi familia. La bonita, la que se elige. Después de que tengáis clarísimo ese punto, mencionaré el sinfín de títulos más que tiene en mi vida. Zoe es mi motivadora. Mi compañera de aventuras y desventuras. Mi descerebrada, a veces cuerda. Mi confidente. Mi mano derecha y también la izquierda. Mi grano en el culo. La sal de mis comidas y el azúcar de mis cafés. Zoe es mi mitad. La parte explosiva que vive en mí y que no suelo mostrar sin su presencia. Zoe es mi motor y también mi guía, la que siempre me tiende su mano para caminar juntas. Siempre. Sin duda y para resumirlo, Zoe es una de las mejores personas que me ha regalado la vida.

Tiene tantas cualidades que no sabría cuál elegir para definirla. Es inteligente, divertida, sensible, extrovertida y fuerte, como un puñetero ciclón, de los que arrasa con todo y de los que, si te pillan, olvídate de salir indemne.

Mi amiga es creativa en una agencia de publicidad y una artista con las manos. Apasionada del arte, de la comunicación, y de las botellas de vino compartidas, sobre todo si son conmigo (y con mi hermano, aunque no se lo diremos nunca a él). Es increíble que, con esa complexión tan menuda, destile toda esa potencia y energía. Tiene un cuerpo de infarto, y lo digo yo, otra tía (para que luego digan que entre nosotras siempre hay rivalidades). Aunque, sin duda, lo que más llama la atención, al primer golpe de vista, es su pelo. Sí, porque Zoe Ferreras es pelirroja. Pelirroja natural, de las auténticas.

Puede parecer una tontería, pero tengo una teoría sobre ella y el color de su cabello. Creo que ese tono, tan particular, guía los pasos de su vida desde que nació. Llamadme loca (no seríais las primeras en hacerlo), pero una vez leí un artículo sobre el significado de los colores en una revista de psicología, que todavía no sé cómo fue a parar a mis manos. En él, hablaban del color naranja y de sus connotaciones especiales. Decían que suele ir asociado al entusiasmo y la exaltación, con tintes divertidos, claro. Fuerza. Espíritu independiente. Sociabilidad y originalidad, que a ella le sobran. Además, sabemos que es un color muy llamativo en casi todas sus tonalidades y que suele indicar PELIGRO. En grande y en mayúsculas.

Vamos, que si se basaron en un estudio de personalidades para redactarlo, tuvieron que analizar la de ella.

Su historia es un poco así, llena de matices, aunque prefiero que sea Zoe la que os la cuente, porque siempre ha tenido mucha más verborrea que yo.

Solo os puedo adelantar que, irremediablemente, su universo siempre estará teñido de color naranja.

2018

1. IRREAL

ZOE

¿En qué momento me he quedado sin bragas?

¡Ah, sí! Ha sido después de terminar la comida más soporífera de la historia. Y por comida me refiero a la que nos han servido en el comedor que han habilitado para nosotros en esta convención sobre marketing y publicidad, no a la que Gerard me ha regalado en el baño antes de volver a este salón, que ha sido la auténtica causante de que haya perdido mi ropa interior.

Hasta ahí, todo correcto. Pero ¿en qué momento me ha parecido buena idea no volver a ponérmelas? Supongo que en cuanto he visto la mirada matadora de Gerard mientras se las guardaba en el bolsillo. ¿Quién se resiste a ese pellizco morboso? Yo no. No sé cómo lo hace, pero cuando me mira así, consigue que no me llegue la sangre al cerebro. A fin de cuentas, esa extraña mezcla, e insana, de deseo y prohibición, que tan bien combinamos, es la que nos retroalimenta.

—Para finalizar mi ponencia. —Ha dicho finalizar, ¿no? Menos mal, por fin seremos libres—. Me gustaría recordarles…

¿En serio? Es el cuarto señor que habla esta tarde y a mí todas las voces me suenan igual de tediosas. Creo que hoy es el día de las ponencias más aburridas, así que voy a desconectar otro ratito.

¿Por dónde iba? Vale, sí. Te contaba que me acabo de dar cuenta de que no llevo bragas. A ver, después de estar aquí sentada tres horas, se me empezaban a entumecer las piernas, por eso me he revuelto en el asiento y, al separarlas un poco, zas, he sentido una ligera brisa sobre mi toto; lo normal en estos casos, sobre todo si llevas un vestido.

Los aplausos de los asistentes al Marketing Event me devuelven a lo que me atañe en este instante, que es salir de aquí, no mi entrepierna.

—Tengo que hablar con el señor Fuster. Me ha pedido mi suegro que, por favor, le comente un par de temas que tienen pendientes de la próxima campaña. Espero que no se enrolle mucho. —El que acaba de hablar ha sido Gerard, mi jefe.

Sí, el mismo que se ha quedado con mis bragas. Con él, de una manera o de otra, casi siempre, termino sin ellas. El suegro que le ha pedido un favor no es Pau, mi progenitor, es el señor Puig, el dueño de la agencia de publicidad en la que trabajamos. El jefe supremo de los dos y el padre de Ángela, la mujer de Gerard, para que lo entiendas.

—Tranquilo, tenemos mesa a las diez y toda la noche por delante.

—Lo sé, recuerda que tienes una deuda pendiente y que pienso cobrármela. —No me lo susurra en el oído, porque pegaríamos mucho el cante, pero casi. Y ese casi, combinado con ese tono, me hace juntar los muslos antes de avanzar para salir de aquí.

Antes de llegar al ascensor, saludo a Constancia, es la dueña de otra agencia de publicidad de Barcelona. Una mujer con unas ideas brillantes, con la que siempre es un placer charlar.

—A ver cuándo tomamos ese café que tenemos pendiente, Zoe.

—Cuando tú quieras —respondo. No nos da tiempo a concretar nada más porque una de las organizadoras la reclama, y se aleja con ella. Sonrío al ver su gesto de fastidio y entro en el ascensor.

Activo el sonido de mi móvil y rebusco en mi bolso para encontrar la tarjeta de la habitación. Espero que Gerard no se haya quedado con las dos.

Estamos en el hotel Renacimiento, en Sevilla. Somos los únicos que hemos venido en representación de P&P, la agencia de publicidad para la que trabajamos. Y, aunque nos han asignado dos habitaciones, Gerard solo pisa la suya por las mañanas, cuando va a ducharse. Me ha confesado que deshace la cama antes de bajar a desayunar, como si su mujer fuera a llamar al hotel para preguntarle a la gobernanta si estaban las sábanas revueltas. Bastante surrealista, lo sé.

No soy tonta, aunque a veces me comporte como una. Sé dónde me he metido y sé que habrá opiniones para todos los gustos sobre mí. Habrá personas que no lo comprendan y también habrá quienes hayan estado o estén en mi piel, y sabrán lo complicado que es mantener una relación así, si se puede usar ese término para esto. Lo que pasa es que él es mi puto talón de Aquiles. Y, sí, te darás cuenta enseguida de que soy una tía fuerte, independiente y cabal, aunque, cuando el rubito, con pinta de haber nacido en Alemania, ojos azules, boca de algodón y barbita escrupulosamente arreglada de no más de tres días, está delante de mí y me toca, soy débil. En realidad, prefiero decir que flaqueo, como si todo mi sistema nervioso sufriera una caída. Una caída hacia él. Sin duda, Gerard es mi piedra, esa con la que tropiezo una y otra vez. En mi defensa diré que es la consecuencia de que me vayan los cabrones.

Además de ser mi superior y estar casado, tiene una situación privilegiada en la empresa; es la mano derecha del socio fundador y el eterno candidato a sustituirle cuando este se jubile. Lo que nos convierte en un puto cliché. Empezamos a enrollarnos el año pasado, por purita casualidad. Los tonteos diarios se nos fueron de las manos y tuvimos que liberar la tensión sexual no resuelta que acumulamos durante meses. Desde la primera vez que caímos en la tentación, supimos que nuestros encuentros serían recurrentes. Llámalo necesidad o vicio, lo que quieras. Cuando nos vimos dentro de esa rueda, que no paraba de girar, él me dejó bastante claro que no tenía ninguna intención de abandonar a su mujer por un rollo sexual, que es lo que teníamos o tenemos. Los dos somos mayorcitos y sabemos lo que hay. También me confesó que él quería seguir con lo nuestro, que es, básicamente, sexo; bueno, furtivo y sin complicaciones. En todos los rincones imaginables, incluida la oficina; el morbo de que nos puedan pillar es un ingrediente que nos motiva bastante a los dos. Yo acepté conociendo las condiciones, por lo que no puedo decir que no sabía dónde me metía, porque mentiría.

Gerard es un tío ambicioso. Un competidor incansable a todos los niveles. Él solo quiere ganar. Sé que no se le pasa por la cabeza perder su empleo, ni dejar de disfrutar del alto nivel de vida que tiene gracias a ella, ni renunciar a ninguno de sus privilegios. Y, mucho menos, cuando su único aliciente es ser el propietario de la agencia dentro de unos años. Lo que pasa es que, a veces, delante de mí, es como si se le cayera la careta sin ser consciente, y entonces me deja entrever que, debajo de esa fachada y de toda esa seguridad, hay un tío diferente, uno más real, menos infeliz. Cuando eso ocurre, no tarda ni tres segundos en recomponerse y meterse de nuevo en su papel, no vaya a ser que me lo crea.

Me descalzo y me empiezo a quitar la ropa para darme un baño; después de una jornada interminable, lo necesito. Veo que tengo una llamada perdida de Gala, y antes de que pueda devolvérsela, entran sus wasaps.

Gala: Peli, hoy hay cena en casa de Marc. Te echaré de menos, a ti y al vino, porque seguro que mi hermano y Camino no me dejan ni olerlo.

Me río porque mi mejor amiga es una pésima enferma. Tuvo un accidente con la bicicleta el viernes pasado y como yo no estoy en casa, está quedándose con Marc, su… novio. Voy a decirlo así, ahora que ella no me escucha. Gala es una auténtica matacupidos, en cuanto huele el amor romántico, huye.

Yo: Estaba en mitad de una reunión muy aburrida. Una pena lo tuyo con el vino, yo pienso beberme la botella de champán, cortesía del hotel, mientras cae en cascada por la polla de Gerard.

Cuando le doy a enviar, abro el grifo y lleno la bañera. Normalmente no tengo filtro, pero ahora solo me he venido tan arriba para sacarle una sonrisa, que está convaleciente, la pobre.

Gala: Zorra, no tenías necesidad de ser tan gráfica. Sabes que esa seudoluna de miel se acaba el viernes, ¿verdad?

Me meto en el agua y suspiro con satisfacción. Qué sabia es mi Galita; no solo porque me conoce a la perfección, sino porque siempre sabe lo que se cuece dentro de mí. Sí, quizá me haya dejado llevar un poco estos días por una euforia absurda. Aquí, a tantos kilómetros de casa, Gerard y yo casi nos comportamos como una pareja normal, al menos cuando salimos del hotel. En Barna todo es distinto. Él conserva su piso de soltero y la mayoría de las veces nuestros encuentros tienen lugar allí. Excepto cuando es por algo relacionado con el trabajo, en nuestra ciudad no compartimos paseos, cafés, cenas en pareja, ni demasiados mimos poscoitales. Y no solemos dormir juntos, como estamos haciendo aquí.

Yo: Sí, capulla. Pero seguro que me recuerda durante todo su fin de semana.

¿He sonado arrogante? Puede, aunque no lo diría si no fuera verdad. Gerard es de ese tipo de tíos que siempre piensa con la chorra y, sin duda, la huella que dejo en él a nivel sexual tarda días en borrarse. Nuestra conexión en ese punto es inclasificable. Supongo que, como es lo único a lo que me puedo aferrar, me he convertido en una experta con él. A veces, en mitad de la madrugada, recibo sus mensajes rememorando algún encuentro. Otras, me confiesa que no me saca de su cabeza y que cuenta los minutos para volver a hundirse en mí. Es un cabrón, ya te lo he dicho, porque sabe cuándo tiene que tirar del hilo para que no se rompa. Yo, de momento, no necesito más, o eso es lo que intento creerme. Cuando me como la cabeza en exceso y él incumple sus promesas, aunque sean tonterías, discutimos y suelo cortarlo de raíz. Entonces, pasa a ser el difunto durante unos días. Pocos, porque él siempre resucita y encuentra la manera de convencerme para volver a caer. No suelo arrepentirme de nada de lo que hago, eso es un hecho, así que intento no racionalizarlo todo el rato.

Soy feliz. Comparto piso con Gala. Me gusta mi trabajo. Adoro dibujar, pintar, restaurar objetos antiguos… Y me encanta divertirme. Si él se une a mi fiesta, perfecto. Si él no aparece, que le den. No soy la típica chica que se queda en casa y llora por las esquinas. Aun con esas, y con todos los altibajos, estoy algo pillada, lo reconozco.

Gala: Está bien, el viernes ya le pegamos al vino juntas. Besos guarros.

Yo: Besos guarros.

Tengo un par de wasaps de mi amigo Adrián. A él sí que no puedo enfrentarme ahora. Últimamente, va mucho más a saco conmigo. Adoro su carácter cariñoso y su sinceridad, pero no necesito que sea la voz de mi conciencia desde la distancia, al menos no hasta que regrese a casa.

Dejo el móvil sobre la alfombrilla y meto la cabeza en el agua. Me sumerjo unos segundos del todo para aclararme las ideas. Cuando emerjo y me paso las manos por el pelo para apartármelo de la frente, me llevo un susto de muerte.

—¡Dios! No te he oído llegar.

—¿A qué hora me has dicho que has reservado?

Gerard se ha desabrochado la camisa y ahora se suelta el cinturón, con la clara intención de acompañarme. Su cuerpo, delgado, fibroso y definido, con los músculos marcados y colocados en su sitio, a pesar de no pisar un gimnasio (él es más de club de golf), me deja un poco obnubilada. ¿O será por el vapor? Porque empiezo a ver borroso.

—A las diez.

—Vale, pues entonces mejor me ducho. Si me meto contigo en la bañera, llegaremos tarde.

—¿Y desde cuándo eso es un problema para ti?

Que nos conocemos, y cuando se trata de piel desnuda, nos cambia hasta el apetito.

—Desde que sé que has hecho esa reserva para nosotros hace más de un mes, nena. La atención que le debes a mi polla la podemos dejar para el postre. Tenemos toda la noche por delante.

Se va y abre el grifo de la ducha. Yo abro y cierro la boca, sin articular palabra. Y mira que es bastante difícil hacerme callar a mí.

¿Eso significa que…? ¿Está anteponiendo ir a cenar conmigo a…?

Follar, Zoe, se dice follar.

No seas boba.

A ver, no estoy haciéndome ilusiones, lo que pasa es que me sorprende que anteponga uno de mis deseos al suyo, que siempre es el mismo: oírnos jadear.

Venga, céntrate. Quizás es que tiene hambre y solo quiere matarla.

Perfecto. Entonces, lo de esta semana sigue siendo…

Irreal, Zoe.

Irreal.

SIGUE EL LÍO

Aquí estoy de nuevo. No, no he llegado a desaparecer del todo, pero he estado algo ausente por aquí. Espero que podáis perdonar mi falta de actualización del blog, pero es que publicar dos novelas seguidas en tres meses ha sido una verdadera locura. Sobre todo por la repercusión la segunda, que ha sido brutal e inesperada, y que me ha tenido ocupadísima durante muchas semanas.

Como ya os dije, mi calendario de publicación para este 2022 no estaba pensado así. Lo que pasa es que las oportunidades surgen cuando menos te las esperas y si eso sucede, no puedes desaprovecharlas. La mía apareció cuando mi muso habló en su Instagram sobre mi novela y yo me dejé arrastrar por la inercia que desató, que es la que me ha traído hasta aquí. He llegado lejos. Bastante más lejos de lo que esperaba. Han sido cuatro meses intensísimos, en los que he disfrutado un montón viendo mi libro en miles de rincones y manos. He petado las ventas, he conseguido superar el millón y medio de páginas leídas en un mes y he llegado a nuevas lectoras de todo el mundo. Así que el balance es más que positivo. ¿Acerté? Yo creo que sí.

Probablemente Entre (a) mar y (a) mar.TE tenía que haber tenido algo más de tiempo para brillar sola, porque sigo pensando que es la novela más madura y más completa que he escrito. Aun así, creo que una historia ha retroalimentado a la otra y casi han caminado de la mano hasta llegar aquí. Por cierto, si eres de las que solo has leído NY, te estás perdiendo lo mejor de mi esencia.

Ahora, con un poco más de calma después de pensar en todo lo vivido, es hora de afrontar el resto de meses que quedan de este año, que no son muchos. Por eso quería pasarme por aquí para contaros que me animaré a publicar mi siguiente novela antes de que termine este 2022.

El universo de Zoe (teñido de color naranja) es un spinoff (aunque se me ha ido de las manos la extensión) de una de mis novelas más especiales: El camino de Gala. Creo que desde que conocisteis a esta pelirroja, a ratos peligrosa, en la novela de 2019, no habéis dejado de insistirme para que contara su historia. Pues podréis conocerla dentro de muy poquito. No quiero pillarme los dedos con una fecha todavía, pero será en el último trimestre de este año.

Tengo que reconocer que no ha sido fácil. Han pasado tres años desde que publiqué Gala y he estado muy comprometida y limitada por la voz y las circunstancias que ya vivieron los personajes de este spinoff en la primera historia, por eso he estado a punto de abandonar el proyecto varias veces. Sin embargo, gracias a mis lectoras cero y a toda su ayuda y comprensión, conseguí centrarme en lo que quería contar y mi cabeza y mi corazón hicieron el resto. Ha sido un reto para mí, por eso quizá estoy más orgullosa que nunca. Solo espero que tengáis en cuenta todo esto que os estoy contando antes de leerla.

Y como ya sabéis que mi cabeza no es capaz de parar, pues sigue el lío. Mi nueva aventura, que luego será vuestra, es una serie New Adult de tres libros. Tres protagonistas masculinos. Tres nuevas voces. Tres retos que me hacen mucha ilusión y que me obligan a salir de mi zona de confort (nombre trilladísimo). Pero ahora no quiero aburriros ni poneros los dientes largos, porque este será mi proyecto para el 2023. Así que disfrutad de todo lo que venga antes, porque hay pluma de Lacadelo para rato.

Muchísimas gracias por seguir a mi lado.

Nos leemos…

BIENVENIDOS Y GRACIAS

Ayer fue vuestro día y todavía sigo con una sonrisa de oreja a oreja en la cara. Joder, me hacéis tremendamente feliz. Y no lo digo solo por los protagonistas de mi novena novela, sino por vosotras, que estáis contando los minutos siempre para leerme. Y para leerme bonito, que eso es lo mejor.

Llegasteis y arrasasteis, como el huracán Gaby en cuanto pone un pie en Manhattan. Y antes de irme a dormir ya los habéis dejado en el número uno de Amazon. Una vez más gracias. Gracias de corazón.

Como ya os he dicho con anterioridad, es mi novela más peliculera, porque tiene muchísimos más ingredientes que las otras y porque la he escrito precisamente para haceros soñar.

Ahora solo espero que la disfrutéis, que vibreis con cada página, que os metáis en la piel de su protagonista, y que os emocioneis con todo el #amordelbueno que he intentado transmitir.

Yo por mi parte solo os diré que voy a seguir soñando. Grande y bonito.

Un beso enorme y gracias por la acogida.

Nos leemos…

Si Nueva York suena, tú y yo balilamos.

Lo prometido es deuda, así que os dejo por aquí el capítulo 2 de mi nueva novela. En menos de dos semanas podréis disfrutarla completa, mientras tanto, espero que vayáis acumulando ganas.

CAPÍTULO 2

GABRIELA

La azafata me retira la botella de agua, es la tercera que he pedido en la última hora y me informa de que en unos minutos empezaremos a descender y aterrizaremos en el JFK en el horario previsto. Le pregunto por el tiempo que hace durante el mes de julio en la Gran Manzana y ella, amablemente, me dedica unos largos segundos de conversación. Parece que está siendo un mes bastante caluroso, pero ni punto de comparación con las altas temperaturas que soporto en mi ciudad en esta época del año.

Es la primera vez que salgo de España, la primera que viajo en bussines y, además, la primera que tomo una decisión por puro instinto. Vamos, que me estoy licenciando en primeras veces con este viaje. Intento estar tranquila, pero los nervios están haciendo ganchillo con mis tripas dentro de mi estómago. Todavía no tengo muy claro qué narices hago aquí. Como diría mi madre: No es lo mismo estar bien que aparentarlo, mi niña. Pues eso hago en este instante, aparentarlo.

Suelto un suspiro demasiado largo y me acurruco en mi asiento. Sonará extraño, pero todavía la siento a mi vera; aconsejándome, guiándome, riéndose conmigo, incluso hablándome cerquita del oído, aunque solo sea en mi subconsciente. Me parece mentira que casi hayan pasado dos años desde que dejó de tener los pies en este mundo para posarlos en uno por encima de las nubes.

Espero que me disculpes, porque me pongo a divagar y ni tan siquiera me he presentado. Bueno, en cuanto me conozcas un poco más te darás cuenta de que soy muy de enrollarme con esto de las emociones, además, casi siempre las tengo a flor de piel, por lo que me cuesta mucho disfrazarlas. Vale, ya me centro, que sigues sin tener ni idea de quién soy, ¿verdad? Pues allá voy.

Me llamo Gabriela Suárez y nací hace veinticinco años en Madrid. Mi madre y yo vivimos en la embajada francesa en la capital, donde ella trabajaba como chica del servicio (hago hincapié en lo de chica porque apenas tenía veinte años cuando nací yo). Cuando cumplí los dieciséis, nos mudamos a Sevilla, su ciudad natal, y de allí no he vuelto a salir hasta hace unas dieciséis horas aproximadamente, para meterme en este cacharro de hierro rumbo a Nueva York.

No quiero aturullarte con mi verborrea incontrolable el primer día, aunque, te aviso, hablo alto y claro, sin remilgos. Estudié en el Liceo Francés, rodeada de familias bien (así se definían ellas) y sé tres idiomas (cuatro si cuentas el español). Sin embargo, no me gusta utilizar un lenguaje demasiado finolis a la hora de expresarme. Quizás es porque me tuve que adaptar rápido al cambio cuando nos mudamos. A otra cuidad y a otro ambiente muy diferente, sobre todo cuando llegué nueva al instituto del barrio. Allí, todo era radicalmente distinto. Soy bastante social y extrovertida, así que me amoldé a la nueva situación sin dramas. Otra cosa de la que seguro que serás testigo es de que me ponen nerviosa los silencios. Vamos, que no los soporto. Por eso he vuelto loca a la azafata desde que despegamos. Si llego a estar aquí metida tantas horas sin haber intercambiado ni una palabra, pisaría suelo americano desquiciada, porque dormir como una marmota y relajarme tampoco va conmigo. Huracán, me suele llamar mi amigo Marcos.

Cuarenta minutos más tarde, me despido de la tripulación y bajo del avión. Estoy agotada; las ojeras que me he visto con la cámara del móvil lo corroboran. Y, además, cuando desciendo por la escalerilla, me noto mareada.

Me cruzo el bolso sobre el pecho y me dirijo al control de pasaportes con él ya en la mano. Avanzo por un largo pasillo, tirando de mi maleta rosa de lunares negros, muy folclórica, como Lola, mi amiga y mi jefa, que es la que me la ha prestado; es de las de cabina y va a reventar. El billete que llegó a mi correo electrónico hace cuarenta y ocho horas no tiene fecha de vuelta, imagino que me darán luego otro para regresar, así que he metido un poco de todo, improvisando.

Por fin es mi turno. Le entrego al señor agente, o lo que sea, mi pasaporte recién estrenado para la ocasión y el ESTA, que también recibí por correo junto con el billete, y al que ni tan siquiera he echado un vistazo. Después de las comprobaciones oportunas, puedo decir que piso suelo americano.

Unos minutos más tarde, atravieso la puerta de la terminal sin saber quién estará esperándome. Han llegado tantos vuelos a la vez que solo veo piernas y brazos mezclados con ruido.

Respiro un par de veces y me detengo un segundo en mitad del gentío.

—Venga, Gaby, no tiene que ser tan difícil. Recuerda el nombre de la carta y céntrate. Alguien habrá venido a por ti.

Exacto, las palabras las he pronunciado para mí misma, pero en voz alta. Otra manía más. Interiorizar está sobrevalorado.

Manhattan, 30 de junio de 2020

Estimada señorita Suárez:

Siguiendo las instrucciones del señor Coté, tristemente fallecido el pasado 10 de junio a causa de una intervención compleja de corazón que no superó, me pongo en contacto con usted para convocarla a la lectura de su testamento, en el cual está incluida.

Como su albacea, soy el encargado de hacer cumplir su voluntad y, por ello, tengo el deber de comunicarle que deberá presentarse en las oficinas centrales de Coté Group, en la 5th Ave con la W 42nd St en Manhattan, el próximo lunes 13 de julio.

Le ruego me envíe un correo electrónico al mail que le indico confirmándome su asistencia, y así podré facilitarle por ese medio toda la documentación del viaje en los próximos días.

Atentamente,

Nick Costas

ceo.cotegroup@cotegroupdevelopment.com

Después de la sorpresa inicial por la citación y por tener noticias de Gabriel, aunque fueran tan tristes, recordé otra de las frases llenas de sabiduría y amor de mi madre: Nunca pares, nunca te conformes. Y, en un arranque de improvisación, impropio de mí, respondí al correo diciendo que viajaría a esa lectura y que quedaba a la espera del resto de detalles, sin consultar con nadie mi decisión.Cuando se me pasó el subidón por el arrebato, empecé a ver el tema algo más confuso. No obstante, odio dar marcha atrás y no soy de las que se arrepienten de sus decisiones cinco minutos después de haberlas tomado, por muy descabelladas que sean, así que, como he dicho antes, me dejé llevar por mi instinto y he llegado hasta aquí.

Cuando se lo conté a mis amigos, me volvió a invadir el miedo. Lola se puso como una loca, pero no de alegría, sino de preocupación. Me advirtió de que no diera ni un euro por adelantado, porque eso sonaba más bien a estafa online que a otra cosa. Luego le tocó el turno a Marcos. Él no paró de preguntarme si estaba segura de que todo era real, con nombres y apellidos, porque parecía sacado de una trama de alguna película sobre chicas engañadas que viajan a otros países y terminan en una red de tráfico de mujeres. Flipé con la imaginación desbordante de ambos.

La verdad es que no tengo ni idea de por qué Gabriel me ha incluido en su testamento, ni de por qué yo me he dejado llevar por ese primer impulso, que no suele tener cabida en mis decisiones, y he cogido un avión hasta llegar aquí. Sin embargo, lo que tengo más o menos claro es que no pierdo nada por venir y escuchar su última voluntad, ¿o sí?

Los últimos días no he dejado de pensar en Tiffany, la hija de Gabriel. Ella y yo nos criamos juntas en la embajada. Supongo que sus padres prefirieron que compartiéramos estudios y juegos para que no se sintiera tan sola. Al fin y al cabo, éramos las dos únicas niñas que revoloteaban por un mundo lleno de adultos. Fue una bonita época que recuerdo con una sonrisa. Tuve suerte de tener una infancia feliz. Ella era la nieta del embajador, el padre de Gabriel. Y yo la hija de Cayetana, la asistenta. Sin embargo, a pesar de nuestros orígenes distintos, nunca hubo distinciones entre nosotras, al menos en lo que a educación se refiere. Ambas fuimos al mismo colegio (que, evidentemente, mi madre no pagaba), compartimos los profesores de idiomas, las clases de piano y las horas de baile en una de las mejores escuelas de danza de Madrid, que eran, sin duda alguna, mis preferidas y en las que nació mi vocación por este maravilloso arte. Cuando ella iba a cumplir doce, se mudaron a Nueva York. Nos enteramos de que Gabriel y su madre se separaron casi al llegar. Nosotras nos fuimos a Sevilla después y perdimos el contacto.

¿Será ella quien está esperándome?

Intento leer los carteles que portan los chóferes mientras esperan a los recién llegados. Por fin veo escrito mi nombre en uno. El chico que lo sostiene lleva un traje negro, sin corbata. Es alto y moreno, con unos rizos desordenados que restan formalidad a todo su aspecto, como si hoy no se hubiera peinado. Avanzo con decisión y, cuando se da cuenta de que voy directa hacia él, se adelanta un paso para ayudarme con la maleta.

—¿Nick? ¿Nick Costas? Soy Gaby.

Fruto de los nervios, me abalanzo sobre él para saludarle, con dos besos incluidos, sin esperar a que pronuncie ni media palabra. Él, aturdido, se queda a medio camino entre estampar su cuerpo contra el mío o rehuirme. Por eso, mis labios casi rozan la comisura de su boca en plena confusión. Vale, ahora solo quiero que la tierra me trague.

¡Coño! Siempre me olvido de que el saludo formal del resto de las culturas no implica tanto toqueteo y besuqueo como el nuestro.

—Perdón, no quería… —me disculpo, en español, porque todavía no he cambiado el chip.

—Tranquila —me responde él en inglés—. No soy Nick, soy Adam, su chófer.

Después del bochorno por el recibimiento y de observar que se lo ha tomado como una anécdota divertida —por la sonrisa que me dedica—, le sigo hasta el coche en silencio, dándome golpes mentales por mi maravillosa entrada en el país.

Así se hace, Gaby, te pueden contratar para rebajar las tensiones internacionales, eres única.

—Lunares. Olé —dice ahora en español con una pronunciación rara y guarda mi maleta.

—¿Hablas español?

—No. Solo poco.

Cierra el maletero y veo que tiene la intención de abrirme la puerta trasera de este impresionante deportivo. Es un Audi S7 Prestige, gris perla, que parece recién salido del concesionario. No es que entienda de coches, pero he sido rápida leyendo el modelo en la parte de atrás. Niego con la cabeza ante su cara de sorpresa y me siento en el asiento del copiloto. Las vistas son mucho mejores aquí delante.

 —Nicola me va a matar —sisea cuando se agarra al volante.

¿Nicola? No sé quién es, así que olvido su comentario, que ha sido de nuevo en inglés, y trato de centrarme en que a partir de ahora será mi idioma también. Bajo un poco la ventanilla para que me dé el aire, pero la vuelvo a subir un segundo después, porque el ruido exterior es bastante abrumador.

En cuanto se incorpora al tráfico, mi cansancio se desvanece. Simplemente, ALUCINO. Así, en grande y a colores. He visto esta ciudad tantas y tantas veces en series y películas que tengo la sensación de que ya he estado aquí antes. Sin embargo, me quedo embobada de igual manera admirando todo lo que vamos dejando atrás. Creo que Adam me observa de reojo y se aguanta la risa. Me cuenta que sus padres son irlandeses y que su abuela materna era sevillana, pero él ya nació aquí y no la conoció. Vaya coincidencia. De ahí que sepa alguna palabra suelta en mi idioma. Él nunca ha estado en España, pero tiene muchísimas ganas de ir. A ratos lo escucho y otros desconecto, porque no puedo apartar la mirada de lo que hay detrás del cristal. Se cuela una llamada por el altavoz y, cuando miro la pantalla, que está en el salpicadero, solo aparece una N.

—Dime —responde Adam.

—Hola, ¿estoy hablando con el canguro? —pregunta una voz grave, con un tono bastante ronco. A continuación, se empieza a carcajear—. Espero que hayas recogido al bebé.

¿Perdona? He oído bien, ¿no? ¿Me ha llamado bebé? ¿Quién narices es este tío? Espero que no sea el CEO de Coté Group, porque, si es así, me está pareciendo un gilipollas.

—Eres un mamón y deberías controlarte un poco. Puede que me ría en tu cara más tarde —le contesta Adam, bajando el volumen, como si así no fuera a oírlo.

 Saco mi móvil del bolso y quito el modo avión. Con tanto ajetreo ni me he dado cuenta de desactivarlo. Y así, de paso, disimulo. Es mejor que crean que de inglés ando justita. Busco una red que me funcione y mando un par de mensajes a mis amigos para que sepan que he llegado bien.

—Vale, vale. ¿Cuánto te falta? No quiero que se retrase la reunión y tener que cancelar toda mi agenda. No puedo perder el tiempo hoy.

—Con el tráfico que hay ahora mismo, media hora más o menos.

—Perfecto. Espero que ya le hayas dado el biberón a la niña. Aunque, seguramente, en esa guantera tuya, que es como un pozo sin fondo, tendrás algún chupete, tenlo a mano por si llora.

Definitivamente, me doy cuenta de dos cosas: la primera, que estos dos no tienen una relación de jefe y empleado al uso. Y, la segunda, que, si este es el tal Nick, sí, definitivamente, es gilipollas.

Acqua in bocca, mozzarella —le advierte su chófer usando una expresión italiana para que se calle.

Dentro de esos tres idiomas que aprendí, uno fue el italiano; no tengo mucho nivel, pero me defiendo. Lo del queso debe de ser un mote.

—¿Por qué? Es fea y con bigote, no me digas más. Me la estoy imaginando, llena de pelo por todas partes. —Se ríe solo. Adam me mira de reojo, tratando de adivinar si lo he entendido, y tengo que hacer un esfuerzo enorme para que no se dé cuenta que sí—. Venga, no tardes.

—A riesgo de parecer tan imbécil como tú, te diré que lo más probable es que tú mismo quieras ponerle el chupete dentro de un rato.

No entres al trapo, Gaby, no entres.

Continuará…

Espero que os haya gustado y que tengáis ganas de más.

Recuerda que estará disponible en papel y en digital en Amazon el 6 de abril.

Aquí os dejo el enlace.

Nos leemos…

Si Nueva York suena, tú y yo bailamos.

Lo prometido es deuda. Por aquí os dejo el primer capítulo de mi próxima novela, para que empecéis a acumular ganas.

No sé la fecha exacta de publicación todavía, pero lo anunciaré prontito.

Disfrutad y contadme qué os parece.

CAPÍTULO 1

NICOLA

Uno. Dos. Tres. Cuatro.

Me quedo como un idiota en el umbral de la puerta, observando cómo se miran, con una mezcla de respeto y devoción. La risa que mamá trata de disimular cuando él le susurra los mismos piropos en el oído, noche tras noche, es el mejor sonido del mundo. Ese hombre fuerte, de cabello oscuro, ojos negros y manos grandes, marca los pasos y ambos se mecen al ritmo de Cosa Della Vita, de Eros Ramazzotti y Tina Turner, como si el mundo fuera solo de ellos. Parece mentira que su jornada laboral haya empezado hace más de doce horas y aún tengan ganas de seguir moviéndose.

Nunca se lo confesaré, pero me encanta verlos bailar.

Papá se gira y me pilla mirándolos, a mí también se me escapa una risa floja, no lo puedo evitar, pero pongo los ojos en blanco, fingiendo que me da un poco de vergüenza ajena la escena. Entonces él, en una clara provocación, se marca un movimiento de cadera mucho más sensual, que termina con un beso sobre los labios de mi madre.

¿Oyes eso, Nicola? Es la vida, que suena. Solo tienes que alejarte del ruido y bailarla.

La voz de mi padre, pronunciando una de sus míticas frases, que bien podrían formar parte de un recopilatorio motivacional, se diluye con los últimos acordes de la canción. Me doy la vuelta para subir de nuevo a mi habitación y acostarme, dejándolos solos unos minutos más hasta que decidan apagar las luces y despedir el día. Estoy a punto de meterme en la cama cuando el suelo desaparece bajo mis pies.

Cuatro disparos.

Cuatro disparos. Dos golpes secos.

Cuatro disparos. Dos golpes secos. Toda una vida.

Empiezo a correr escaleras abajo, lleno de pensamientos y vacío de aire, porque apenas consigo que en mis pulmones entre una pequeña bocanada de oxígeno.

Fiona me llama.

Yo no me detengo.

Grito. Grito más fuerte. Grito hasta perder la voz.

Mi hermana llega hasta mí y llora. Llora cubriéndose los ojos, con desconsuelo, con pavor, con rabia, sin emitir ni una sola palabra. Solo llora. Solo llora.

Me abalanzo sobre sus cuerpos, calientes y ensangrentados, y los abrazo. Hundiéndome entre los escasos centímetros que los separan y juntándoles de nuevo.

Sudor. El mío.

Olor a sangre. El de ellos.

Dolor. Agudo e intenso, del que te traspasa las entrañas y anida en lo más profundo de tu ser; el de mi hermana y el mío, ahora ya solos en este maldito mundo.

Su último baile.

Beep. Beep. Beep.

El sonido incesante de la alarma del móvil me devuelve al presente de golpe.

Otro puto sueño. El mismo puto sueño. Una noche más.

Me siento en la cama como un resorte y noto como las gotas de sudor me resbalan por la frente y por la espalda, estoy empapado. Me froto los ojos con vehemencia, para arrojar un poco de luz a la oscuridad del túnel. Me presiono las sienes y, a continuación, me palpo el pecho, intentando controlar mi ritmo cardiaco.

Respira, Nicola, respira. Ya no tienes diecisiete años.

Inhalo. Exhalo. Giro el cuello a la derecha y luego a la izquierda hasta que cruje, con ese sonido tan característico que da algo de grima. Me quedo apoyado en el borde del colchón, necesito levantarme, pero me tomo un par de segundos de más para calmarme. En cuanto mis pies se posan en la alfombra de cachemira de pura seda, recuerdo que estoy en el ático del Upper East Side y no en casa.

De puta madre.

El vaso con los restos de whisky en la mesilla y la melena de la rubia que está encima de la almohada me recuerdan que anoche me pasé con el alcohol en la maldita fiesta. Y teniéndola aquí, también confirmo que cedí a su capricho.

Mierda. No sé por qué he consentido que se quede a dormir.

Son las seis y media de la mañana y no puedo perder un minuto más lamentándome por mis actos. Me voy al baño y entro directamente en la ducha, sin esperar a que el agua esté caliente, es evidente que no necesito quitarme el pijama porque no lo llevo puesto.

La rubia sigue en coma profundo cuando regreso a la habitación. En el vestidor cojo uno de mis trajes negros y una de las diez camisas blancas —son todas iguales— y me visto con premura. Hago ruido a posta con los zapatos sobre la madera, para ver si se despierta, pero ella sigue sin inmutarse.

Bajo a la cocina cabreado y decepcionado, sobre todo conmigo mismo. Antes de entrar, el olor a café recién hecho invade mis fosas nasales y, automáticamente, me activo.

—Buenos días, Rosy. Llego tarde, solo tomaré esto. —Me estiro por encima de mi asistenta para coger mi capuchino y me lo llevo a los labios, con necesidad. Suele llegar tan pronto por las mañanas que a veces dudo de si no duerme aquí.

—Le he traído bizcocho de limón, señor Costas. Venga, siéntese y cómase un trozo, que no son ni las siete.

Rosy, con su metro cincuenta, su mirada sabia y esos mofletes rellenos y sonrosados, me sonríe. Es consciente de que mi vida es una verdadera carrera contrarreloj y siempre voy con prisa a todas partes. Ahora, me observa, esperando una respuesta. Habrá dedicado su valioso tiempo a preparármelo, por lo tanto, corto un trozo grande con los dedos y le doy un buen mordisco.

—Está delicioso, Rosy. Muchas gracias. Por cierto, cuando te dé la gana me dejas de tratar de usted. —Empleo un tono más serio porque se lo habré repetido mil veces, sin embargo, ella sigue negándose a tutearme.

—Usted lo ha dicho, señor, cuando me dé la gana.

Me río con su respuesta y por ese punto de carácter que ha dado a su entonación. Me toqueteo los bolsillos del traje para comprobar que llevo todo y antes de salir le pido un pequeño favor.

—Por cierto, en mi habitación está mi ropa de ayer y hay otra tarea pendiente de la que te tienes que ocupar, cuanto antes mejor.

Tal y como la miro, sabe perfectamente a lo que me estoy refiriendo.

—¿Con desayuno o sin desayuno? —me pregunta, condescendiente.

—Sin desayuno. Lo siento, ya sabes que no se suele quedar nadie, pero anoche no sé qué me pasó.

—Quizás se lo podemos preguntar a Sinatra. —Me encojo de hombros haciéndome el inocente. Probablemente haya recogido la botella vacía de Jack Daniel´s edición especial Frank Sinatra que dejé tirada en el salón.

—Quizás…—respondo y me aguanto la risa. Cuanta sabiduría cabe en un cuerpo tan pequeño. Es increíble que me trate de usted y luego me eche esas broncas tan de madre preocupada, en fin—. Hoy tengo una reunión muy importante y no puedo esperar a que se despierte y decirle adiós yo mismo—me justifico.

—Tranquilo, ya se lo dice Rosy por usted.

Sonrío y me despido. Miro el reloj otra vez. Joder. En menos de dos horas aterrizará su avión y todavía tengo que preparar algunos papeles antes de la reunión. Es una pena que no pueda estrenarme como niñera hoy.

Marco el código de seguridad del ascensor que me lleva directamente hasta el garaje. Cuando me fijo en mi Lamborghini Urus, cruzado en mitad de la plaza, me doy un golpe mental por haber conducido anoche después de todas esas copas hasta aquí. Arranco y, en cuanto se conecta el bluetooth, llamo a Adam.

—¿Una mala noche? —me pregunta antes de que pueda decir ni una palabra. Genial, aquí está de nuevo, esa maravillosa confianza que suele dar asco. Es lo que sucede cuando aparte de ser mi empleado, es uno de mis mejores amigos.

—Para olvidar, capullo. Te llamo porque tienes que ir al JFK y recoger a la señorita Suárez, ponte un puñetero cartel de esos que llevan los chóferes, como en las películas y tráela lo más rápido posible. ¿Sabes escribir su apellido? ¿O te lo deletreo?

—Soy irlandés, idiota, no analfabeto. Nunca te he dicho que mi abuela materna era sevillana.

—No, que yo recuerde. Mira qué bien, ya tenéis un bonito tema de conversación.

Cuelgo sin despedirme, que para eso la maravillosa confianza también vale.

MIL MILLONES DE GRACIAS

Este post va a ser cortito, porque mi intención era darles una bienvenida un poco más extendida, pero me habéis dejado sin palabras y mirad que eso es difícil, así que seré breve.

En menos de veinticuatro horas ya los habéis colocado ahí, en el número uno de ventas de Amazon. Vega y Elio aterrizaron ayer, cargados de miedos ( los míos, evidentemente) y llegaron a lo más alto y todo gracias a vosotras.

Siempre esperáis mis historias con muchísimas ganas y, además, me leéis muy bonito. Tanto que mis novelas apenas os duran un par de días, por eso, solo quiero daros las GRACIAS, en mayúsculas, porque sois la puta caña.

Mil millones de gracias, de corazón.

ESPECIAL NOCHEVIEJA Y AÑO NUEVO

En cualquier playa del mundo, 31 de diciembre.

            Hola, soy Elio Mayoral y la mayoría de vosotras estáis a punto de conocerme, así que no me puedo explayar mucho, porque os destrozaría mi historia. Si se entera Edurne de que os la destripo, me matará, y no queremos que eso ocurra. Los del norte tenemos nuestro carácter, ya lo sabéis.

            Creedme cuando os digo que es tan jodidamente especial como os ha repetido ella durante los últimos meses, ahora, espero que a vosotras también os lo parezca.

            Solo os diré que hoy despediré el año de la mejor manera posible; con la combinación perfecta de mis elementos favoritos: Ella y el mar.

Y para terminar, un caramelito.

 

Manhattan, 1 de enero.

            Adam viene al salón con tres botellines de cerveza más y se sienta entre Richard y yo, meneando su culo para hacerse un hueco. Es Nochevieja, bueno, ya es año nuevo, el más surrealista que recuerdo. Y eso que con este par he vivido unos cuantos ya.

            —¿No tenéis casa, capullos? Todavía no me explico cómo después de haber estado en Times habéis llegado aquí.

            —Joder, Nicola, deberías follar más —suelta el irlandés y me abraza—. Ser el CEO de Coté Group te estresa demasiado. Deberías retirarte a la Toscana unos meses.

            —Sí y fabricar vino —añade lacónico Richard. El jodido lo dice con retintín, porque sabe que nunca me pareció mal plan a largo plazo, pero ni de coña ahora.

            De momento, tengo suficiente con dirigir Coté y más ahora, que Gabriel está delicado de salud y ha delegado en mí toda la responsabilidad. Mis días son cualquier cosa menos tranquilos, así que después de cenar con mi hermana y mi sobrina, lo único que me apetecía era venirme a mi casa en NoLIta y tirarme en el sofá. Sin compañía. Deseo que, claramente, no se ha cumplido.

            —¿Vosotros hoy tampoco folláis, no? —les pico ahora a ellos—. Por eso habéis decidido venir a tocarme las pelotas.

            —Venga, si en el fondo te encanta tenernos aquí. —Richard es el que me abraza ahora y me revuelve el pelo. Le engancho por el cuello y terminamos dándonos de hostias los tres, como cuando teníamos quince.

            —Basta, joder. Que ya somos mayorcitos. —Intento poner un poco de paz, en el fondo me encanta ver que seguimos estando tan unidos como de críos. Sin ellos yo no, simplemente no.

            —Vamos, cuéntame que deseo has pedido para este año nuevo —me apremia Adam y lo miro mal.

            —Espera, yo te lo digo… —me corta Richard.

            —No, joder, no me refiero a ese. —Interviene ahora Adam y los tres nos miramos y nos callamos, porque es absurdo repetir año tras año lo mismo.

            —Los deseos no se cuenta, idiotas.

            —Vale, pues ya lo pido yo por ti, Mozzarella —me dice Adam.

            —No seas gilipollas —me mosqueo.

            —Deseo que este año que comienza, llegue una tía a tu vida que te saque de tus casillas y te ponga en tu sitio. Una que sea un maldito huracán, que llegue y arrase con todo.

            —Joder, cuanta maldad. Pero vamos, que también te digo que eso ha sonado como una puta película, me apunto a verla —sisea Richard cuando lo escucha —Venga, brindemos por ese maldito huracán.

            —A vosotros se os va la pinza, ¿no? —rebato, pero aun así choco mi botellín con el de ellos, porque, en ocasiones, es mejor darles la razón como a los tontos.

            ¿Una tía que me ponga en mi lugar? ¿Qué gilipollez de deseo es ese?

            Siete meses después…

            No os lo vais a creer, pero… joder, el capullo del irlandés en vez de un deseo me debió lanzar una puta maldición, porque…

            ¿Queréis saber más?

            Pues no os preocupéis, porque este año que está a punto de empezar, podréis conocerme a mí, a ella y a estos dos capullos también.

            Nos leemos.

            Feliz 2022 a tutti.

            Nicola Basso

No me matéis, pronto habrá más.

Nos leemos…

ESPECIAL NOCHEVIEJA (PARTE V)

Madrid, 31 de diciembre.

NOEL

            —¿Me puedes recordar por qué he accedido a cenar allí? —le pregunto a Sira antes de que llamemos al ascensor para subir a la quinta planta.

            —Porque su salón es más grande que el nuestro, y, además, han cuidado de Alan y Nala toda la tarde. Gracias a eso, tú y yo hemos podido hacer un montón de cosas que teníamos pendientes.

            —Mmm.. —ronroneo recordando las horas anteriores con ella entre las sábanas.

            Su llama, mi fuego y las putas ganas de amarnos y saborearnos a cuatro manos. Desde la punta de los pies hasta el último pelo de la cabeza. Con Sira el sexo siempre es así, desmesurado e incontrolable. Real y libre, sin imposiciones. En cuanto entramos en el cubículo la acorralo contra el espejo—. No me hagas rebobinar todas esas imágenes, porque me pones malo. Muy malo.

            Ella misma ataca mi boca, me besa sin titubeos y antes de separar nuestros labios, posa su mano en mi abultado paquete.

            —Vaya, enfermero, pensé que ya te había curado este mal.

            —Hay males eternos, violeta.

            Nos colocamos la ropa y salimos al descansillo, solo falta que el puto poli esté esperándonos y nos pille en pleno calentón. La puerta de casa está entreabierta y en cuanto atravesamos el umbral, nos detenemos en la entrada, con la vista fija en el salón.

            La puerta doble de madera está abierta de par en par y, sentado en la alfombra, al lado del árbol gigante de Navidad, está David, jugando con sus tres sobrinos.

            —Esto…

            —¿Caro? —grita Martina y se asoma por el pasillo—. Oh, pensé que era ella.

            De repente, solo se respira silencio, hasta los niños se han callado. Mi hermano, al que hace una eternidad que no vemos, alza la cabeza y se da cuenta de que somos nosotros. Jacobo, que debía estar cerca, coge a su hija de los brazos de él, y se queda de pie con ella. Sira, en un acto reflejo, me da la mano, entrelaza sus dedos con los míos, deteniendo el tembleque que empezaba a tener.

            —¿Por qué estáis todos tan callados? —Esa es Claudia, mi hermana, que estaría en la otra punta del salón y se habrá quedado flipada con la escenita.

            Es como si alguien hubiera pulsado el botón de pausa y hubiera congelado nuestra imagen, la de todos, manteniéndonos a cada uno en nuestra posición.

            —Bueno, yo me tengo que ir… —dice mi hermano y se levanta del suelo. Dios, que fuerte me parece tenerle tan cerca y a la vez tan lejos.

            Mis hijos se enganchan a sus piernas, y le piden que se quede un ratito más, le hablan de no sé qué juego y de una promesa. No entiendo sus palabras, porque las emociones están ascendiendo de mi pecho a mi garganta, provocándome un revoltijo interno difícil de controlar.  

            Sé que Claudia y Martina quedan con él de vez en cuando, sobre todo cuando se llevan a dar una vuelta a nuestros hijos. Al principio, lo hacían de forma más esporádica, pero, últimamente, lo hacen con más asiduidad; quedan con él en el parque alguna tarde, o en casa de mis padres. Cuando Martina tuvo a la niña, se ablandó un poco y comenzó a tener algo de contacto con nuestro progenitor, gracias a la intervención de su madre, que insistió para que no privara a su nieta de tener un abuelo. Nosotros nunca nos hemos opuesto a esos encuentros, porque los niños no tienen porque que sufrir las consecuencias de los comportamientos de los mayores, lo que pasa es que es distinto imaginarlos juntos, a verlos con nuestros propios ojos aquí.

            —¡Papi, mami! Miraz (Alan es muy de zetas) lo que nos ha traído el tío Daviz. —Mis hijos, ajenos a la situación, vienen a por nosotros exaltados y no nos queda más remedio que movernos del metro cuadrado en el que nos habíamos anclado.

            —Pensé que llegarían más tarde —le comenta Claudia a mi hermano en tono bajo, pero lo oigo desde aquí. Supongo que el trato no era que coincidiéramos. O sí.

            Él coge su cazadora y se agacha a dar unos besos a los niños en la cabeza, que ahora están pegados a Sira y a mí. La situación es rara, sin embargo, todos guardamos las formas.

            —Puedes quedarte si quieres —le dice Sira con un tono firme pero suave.

            Ella nunca ha querido que él saliera de mi vida. Ha luchado y me ha animado millones de veces a intentar recuperarlo, pero él nunca ha accedido.

            David se debate entre mirarnos a los ojos, o salir escopetado con la vista clavada en sus zapatillas. Cuando alza la barbilla y nuestras miradas, cargadas de algo que no sé describir, se cruzan, me parece observar un amago de sonrisa en sus labios, pero solo es un amago.

            Me dolió tanto que nunca quisiera volver a saber de nosotros, que no fuera capaz de compartir el mismo espacio, ni tan siquiera sentarse con nosotros en la misma mesa, que ahora, teniéndole aquí delante, es como si la costra de la cicatriz me impidiera notar si sigue escociendo. Lo di por perdido. Hace años que lo perdí.

Ya se sabe que la Navidad es propicia para encuentros inesperados y para ablandar corazones de hielo, pero conozco a David y sé que si no ha cedido en todo este tiempo, las luces del árbol y el espíritu navideño no le harán cambiar de opinión ahora.

            —Me voy, chicos. —Se despide de todos—. Feliz año nuevo —dice cuando pasa por mi lado y noto su mano sobre mi brazo un par de segundos.

            Ese mínimo contacto me desconcierta. Quiero girarme y acompañarle a la puerta, quiero decirle que tiene mi número, que me llame cuando le apetezca, quiero decirle que le he echado de menos, quiero decirle tantas cosas. Sin embargo, solo repito su feliz año nuevo, como un mantra.

  Claudia y Martina le custodian hasta la puerta y allí se encuentran con Carola, que llega justo en este instante. Me doy cuenta de que entre las tres le arropan y le animan, así que supongo que él se haya quedado igual de tocado que yo.

            —A mí no me mires —se excusa Jacobo al ver la cara que se me ha quedado—. Ya les dije que era una pésima idea. ¿Estás bien? —Esa pregunta va dirigida a Sira, porque aunque el puto poli y yo nos llevamos mejor desde que está con Martina, mi chica siempre será su ojito derecho.

            —Sí y no. Pero una cerveza como esa me ayudaría bastante. —Sira señala el botellín que tiene su amigo en la mano, él sonríe y va a buscarlo. Los niños le siguen a a cocina, a ver si pillan algo para picotear y nos dejan solos.

            —Sira…

            —¿Tú le has visto con ellos? No sé por qué sigue empeñado en pasar de ti. ¿No crees que quizás, él y tú…?

            —Shh. —Me acerco y la estrecho entre mis brazos. Paso mi mano por su espalda y enredo mis dedos en su pelo. Sé que piensa que todo es por su culpa. Todavía hay algo dentro de ella que grita que renuncié a él por ella, pero sabe de sobra que yo nunca he pensado así—. No quiero que le des más vueltas. Es David, los dos sabemos que no cederá.

            —Está bien. Yo solo digo que quizá…

            —Quizá, pequeña, quizá. Pero, mientras tanto, que te quede claro que tengo todo lo que quiero. A ti, que eres el mejor hogar y refugio del mundo, donde siempre quiero estar, porque a tu lado todo tiene sentido. A nuestros niños, que son energía y motor, y que nos hacen querer ser mejores cada día. Y por tener, tengo hasta esta mezcla extraña de familia, donde todos son importantes.

            —¿Incluido Jacobito? —Me pica y me río, porque me encanta ver esa sonrisa de cabrona en sus labios.

            —¿Me has llamado? —pregunta el aludido y nos acerca dos cervezas.

            —Sí, mi vida ya no sería la misma sin el puto poli —reniego y doy el primer trago al botellín.

            —La mía tampoco, ¿verdad, madurito? —Esa es Martina, que se acerca a él con su niña en brazos. Es bonito el trio que forman, no voy a negarlo.

             Creo que es el momento perfecto para abrir la veda de las pullas. Sira se mete con su hermana, por zalamera. Yo con Jacobo, porque sí, con él nunca necesito encontrar un motivo real. Claudia con Caro y viceversa, ellas siempre tienen trapos sucios de los que tirar. Hasta que vuelve a sonar el timbre y llegan el resto de invitados. Lau con Nacho, que serán papas en unos meses, y están más que felices y Oriol, aquel amigo de Martina que ahora está trabajando en Madrid y hoy cenará con nosotros.

            Sira me mira y cogemos a nuestros niños en brazos. Tratamos de frotar nuestras narices en un beso de esquimal, las de ellos son como pequeños botones, imposibles de encontrar.

            —Tú, ellos y nuestro… —le susurro en el oído antes de separarnos para sentarnos a cenar.

            —Parasiempre.

            ¿Qué más puedo pedir?

JACOBO

            —La mía tampoco, ¿verdad, madurito? —Martina se acerca con nuestra niña en brazos y sonrío como un imbécil.

            No pueden ser más perfectas. Mi bebé y su madre, que ha dejado de ser la pequeña de la casa, se acurrucan contra mi pecho y con eso ya no necesito el oxígeno para vivir. Sí, así de empalagoso me ponen. Joder, es que, siempre tuve claro que quería tener hijos y cuando Martina se quedó embarazada, me volví completamente loco. Lena nació el mismo día que nosotros, no fue casualidad del todo, porque a Martina la tuvieron que inducir el parto y entonces pudimos escoger la fecha para hacerlo coincidir. Todavía me emociono recordando la primera vez que la tuve en mis manos.

            —Mi vida es mucho mejor ahora, nena, con vosotras.

            —Traed a mi niña, que la vas a asfixiar con tanto achuchón. —Caro nos quita a la niña y se la lleva con Oriol. Sí, ese amigo suyo que no me cae especialmente bien, y que cenará hoy con nosotros. Lo mejor de todo es que en cuanto terminen se irán a quemar la noche de Madrid y yo podré disfrutar de Martina hasta que Lena nos deje, porque no duerme mucho todavía.

            —¿Qué tal están? —me pregunta señalando con la cabeza a Noel y Sira, que están abrazando a sus hijos a nuestro lado.

            —Tocados. Tu hermano lo lleva peor, creo. Te dije que no era buena idea forzar el reencuentro, pero como siempre, me lías y me llevas por donde quieres.

            —Claro, porque sigo siendo tu debilidad, madurito.

            Martina se apodera de mis labios y oímos como carraspean nuestros invitados cuando nos besamos. A ver, la verdad es que el beso casto no es.

            —Exacto. Lo malo es que ahora tengo dos debilidades. —Sonrío de nuevo como un imbécil mirando a Lena, que está tan contenta en los brazos de Carola—. Vais a acabar conmigo.

            —Tranquilo, sigues siendo el más fuerte de la casa, nene —me anima apoyándose en mis hombros y colgándose de mí como un monito.

            —Si nos disculpáis unos minutos… —siseo con su lengua en mi boca y desaparecemos un ratito del salón con los exabruptos de la mayoría de nuestros invitados de fondo.

            Me podré tomar una licencia, ¿no? Que para eso soy el anfitrión.

DAVID

            Clau y Marti me han liado. Me sonó raro que insistieran tanto para que viniera a ver a los niños aquí, cuando hace dos días estuve con ellos en casa de mis padres. Pero no sé, se pusieron tan pesadas que al final accedí. Sé que ellos viven aquí, cuatro plantas más abajo, sin embargo, no pensé que iba a verlos, ni mucho menos que iba a tenerlos tan cerca y a la vez tan lejos.

            ¿Qué cómo me siento? Triste.

            Supongo que una ligera melancolía me ha invadido cuando los he visto a todos ahí juntos. Alan y Nala me adoran y yo a ellos. Agradezco que mis hermanas intervinieran para que los conociera y forme parte de sus vidas. Y, por supuesto, debería darle las gracias a sus padres porque me lo permiten. Pero, cuando los he tenido a los cuatro delante de mis ojos, siendo testigo de la familia tan botita que hacen, me he derrumbado un poco, por dentro.

            Quizá porque sigue doliendo, aunque cada día menos. Quizá porque he sentido un impulso irrefrenable de abrazar a mi hermano y lo he disimulado con un pequeño gesto sobre su brazo. Quizá porque me gustaría recuperarle y poder compartir con él mis movidas, las buenas y las malas. O quizá, simplemente, porque no hubiera estado mal quedarme y sentarme con todos en esa mesa a cenar, al fin y al cabo, son mi familia.

            —Venga, hermanito, quédate. —Clau y Marti me escoltan hasta el ascensor y en ese momento llega Carola.

            —Os habéis pasado. Ya hablaré con vosotras —las amenazo, pero me ignoran.

            Me apretujan entre las tres y me llenan la cara de besos, creo que el de Caro es más provocador que otra cosa. Lo nuestro fue una noche loca, pero, desde entonces, nos gusta alimentar la ilusión de repetir, algún día.

            —Sed buenas. —Me zafo de ellas como puedo y me cuelo antes de que se cierre la puerta del ascensor.

            Cuando salgo a la calle cojo aire. Me ato la cazadora hasta arriba porque hace frío y echo un último vistazo desde el jardín a la ventana del quinto piso.

            Sube, David. Sube y cierra esa página.

            Mi móvil se ilumina y veo en la pantalla un mensaje de mi padre, me dice que ya están en casa esperándome. Hoy cenaremos los tres. Lo guardo en el bolsillo y me voy a coger el coche.

            Quizás el año que viene.

            Quizás. 

ESPECIAL NOCHEVIEJA (PARTE IV)

            Londres, 31 de diciembre.

            Cierro la puerta del frigorífico y antes de regresar al salón con la botella de champán para nuestros invitados, me doy de bruces con ella. Su sonrisa nerviosa, su olor a jazmín, ese que desata mis instintos más carnales, y su mirada, oscura y cargada de vértigos, concentrada en la mía, me hacen tambalearme. Está… Joder. Está tan guapa hoy que tengo que contenerme, mucho, demasiado, o terminaré cancelando esta cena y mandándolos a todos a sus respectivas casas.

            —Deja de perseguirme, Little.

            —No estoy aquí por ti. He venido a por agua.

            —Claro, y entonces, de manera casual, te has chocado conmigo. —Sujeto sus manos y las poso sobre mi pecho. Se muerde el labio por un lado y suspira.

            —No, me he tropezado con tu desmesurado ego, que con el paso de los años crece. Un día no vamos a caber en tu casa.

            —Nuestra casa —la corrijo.

            —Nuestra casa.

            Sonrío y me acerco más para estrecharla entre mis brazos. Trata de zafarse, pero su fingido desinterés se volatiliza cuando mi boca se posa sobre la suya. Noto como su respiración se acelera.

            —¿Te quieres tranquilizar? Estarán a punto de llegar.

            —No puedo. No la veo desde hace casi un año, Al. Estoy nerviosa.

                        Lo sé. Lo sé.

            —¿Ya estáis frotándoos otra vez? Joder, no sé por qué no he cogido un avión y me he pirado a alguna playa paradisiaca y solitaria —espeta Úrsula y se mete entre los dos para separarnos.

            Hay cosas que continúan igual, por muchos años que pasen. Su animadversión a las relaciones y a las muestras efusivas de cariño siguen sin ir con ella. Se mudó hace meses al apartamento que dejó Dafne a unos metros de nuestra casa, porque le resultaba más cómodo que el nuestro, pero sigue pasando más horas con nosotros que allí. Ahora vive a caballo entre Madrid, Londres y Nueva York; sí, ha añadió un destino más a su ajetreada vida laboral, y, quizá por eso, cuando está aquí, prefiere no estar demasiado tiempo sola.

            —En el fondo te gusta ver que los demás se quieren, Ursulita —le pica Nora.

            —Sí, muy en el fondo.

            —Perdón, Jules quiere una tónica y no quedan en la mesa. —Robert entra en la cocina y nos interrumpe.

            No me pasa desapercibida la mirada que le dedica nuestra amiga antes de poner los ojos en blanco y bufar, se gira con brusquedad para pasar por delante de él y regresar al salón.

            —¿Han llamado al timbre? —pregunta Nora atacada y se va escopetada a abrir.

            —¿Qué pasa con Úrsula? —le pregunto a Robert.

            Mi amigo y ella tuvieron algo, algo sin definir. Quisieron llevarlo en secreto y mantenernos a todos al margen. Más o menos lo intuíamos, pero preferimos no inmiscuirnos en su intimidad. Creo que aquello se les fue de las manos, eran muy amigos y se llevaban de puta madre, en cambio, desde que Robert empezó a salir con Jules, hace unos meses, no se soportan y parece que no pueden compartir el mismo espacio. 

            —Nada.

            —Ya.

            —Acabará entendiéndolo —sisea como si supiera que estoy al tanto de lo que les ocurrió y me deja con la palabra en la boca.

            Le preguntaré un día, pero no hoy.

            —Son Becca, Margot y Roy —me anuncia Ele y salimos al salón para seguir recibiendo a los invitados.

            El niño viene corriendo a abrazarme y me lo llevo a la cocina para darle su  chocolatina favorita. Sus madres son de la liga anti azúcar y no hay cosa que me guste más que malcriarlo, solo para escuchar cómo me ponen verde.

            —¡Alan! —se queja la pelirroja cuando le ve relamerse el chocolate que le ha quedado en el labio.

            —Es la última del año. Lo prometo.

            Me mira mal, pero me la gano envolviéndola con mi fuerte brazo y acariciando su barriga. Becca sigue siendo mi gran apoyo, no solo en el trabajo, también fuera de él. La familia que ha formado con Margot es increíble y, además, está a punto de ampliarla, porque está embarazada. Esta vez va a ser ella quien tenga a su próximo bebé y durante su baja seré el director de la escuela, así que también le hago la pelota todo lo que puedo, pero con disimulo.

            El timbre vuelve a sonar y nos piden ayuda desde la puerta. Son Dafne y Gio, cargados con las bandejas de la cena. Han preferido cocinar en el restaurante y traer todo preparado ya. La mesa está puesta, pero lo dejamos en la cocina mientras esperamos al resto de invitados. Estos dos siguen igual de locos el uno por el otro, es como si vivieran una luna de miel continua. Es extraño, porque, además de compartir la pasión por los fogones, comparten el trabajo en el restaurante, en el que invierten muchas más horas de las que deberían, y eso, en vez de alejarlos, les ha unido todavía más. El café Havana se lo ha traspasado a una prima cubana que ha recalado en Londres, afortunadamente, tiene la misma mano con la repostería que Dafne.

            —¿Ya han llegado? —nos pregunta la cubana igual de nerviosa que Ele.

            —No, todavía no —responde ella.

            —¿Pero han aterrizado, no? Con la cena no me ha dado tiempo a mirar el móvil.

            —Sí, tranquila. Estarán al caer.

            Lleno las copas de todos con el champán y hacemos un brindis sencillo.

            —Cheers.

            Nos quedamos alrededor de la mesa de pie y suena mi móvil. Es una videollamada de Andrea. Está en Italia, con Antonella y su familia. Jamás pensé que mi amigo caería así, con todo el equipo. Es verdad que en la boda de Dafne ya apostamos por la duración de su relación, pero en el fondo, ninguno tenía muy claro que ella fuera a ser la definitiva. Se lamenta por no estar con nosotros y termina hablando en italiano con Gio, muy acalorado, como suelen hablar entre ellos normalmente.

            —No me jodas. ¿Ha dicho la palabra boda? —le pregunto después de que cuelga porque he entendido parte de su conversación.

            —Sí, pero es la de mi hermana, no la suya.

            —Joder, qué susto.

            Gio y yo nos miramos, cómplices, y nos llevamos la mano al bolsillo. Sacamos unas cuantas libras y nos descojonamos cerrando la siguiente apuesta sobre su próximo enlace, que no tardará en anunciar.

            —Hola, ya estamos aquí…

            El timbre no ha sonado en esta ocasión. Claro, nos habíamos olvidado de que ellos tienen llaves.

            Nora se lanza al cuello de Lara y Dafne al de Evan. La imagen es… Buah, la imagen hace que se me empañen un poco los ojos, solo un poco. Pestañeo, porque no me reconozco. ¿Cuándo me he vuelto tan moñas? Vale, no se lo digáis, pero yo también los he echado de menos. Los chicos han estado viviendo en Estados Unidos todo el año y, al final, por una cosa o por otra, no hemos podidos verlos hasta hoy. Saco mi móvil y les hago unas fotos, a continuación, se las envío a Manuel y a Lucía, les encantará ver a su hija y a su nieta juntas de nuevo.

            —Estás… estás muy guapa, cariño. Ven aquí. Déjame mirarte.

            La mira y la toca, como si quisiera comprobar que es real.

            —Mamá, por favor. Vas a ahogarme.

            —Yo también quiero. —Úrsula se acerca a ellas y se abrazan las tres un buen rato.

            Gio choca su mano con Evan y yo hago los mismo. Lara aparta a todos cuando la agobian mucho y me sonríe con entusiasmo. Es mi turno.

            —¿Se ha puesto muy pesada? —Me pregunta refiriéndose a su madre mientras la estrecho entre mis brazos.

            —No más de lo que se pondrá cuando se lo cuentes.

            —¿Qué tienes que contarme? ¿Y, por qué tú lo sabes?

            Mierda. Ele me mira a mí, luego a su hija y después a Úrsula, suponiendo que ella está al tanto también de lo que sea que nos guardamos. Efectivamente, Lara nos lo contó a los dos, porque sabe que somos el mejor filtro antes de llegar a su madre. Ella y Evan van a regresar a Estados Unidos y quieren vivir allí por lo menos un año más, pero no se ha atrevido a contárselo todavía. Así que Ele se piensa que han vuelto para quedarse.

            —Mejor cenamos primero, ¿no? —dice Lara dubitativa.

            —Sí, no vaya a ser que a mi Norita luego no le pase la comida.

            Se van todos a sentarse a la mesa y Ele tira de mi mano, para encerrarnos en el baño.

            —Al…

            —Little… —La acorralo contra la puerta y me inclino para quedarme a un centímetro de su boca. Nos miramos a los ojos y aunque sé que hace tiempo que el vértigo dejó de acompañarla cada día, ahora, atisbo una pequeña sombra sobre su iris. 

            —Se va a volver a ir, ¿no?

            —Sí, pero ¿tú los has visto, Ele? Joder, irradian felicidad y son jodidamente perfectos. Dan puta envidia.

            —Lo sé. —Se tapa la cara con las manos.

            —La vamos a echar de menos, pero tienes que dejarla volar. —Llora y a la vez sonríe. Le limpio las lágrimas que caen por sus mejillas—. Yo sigo estando aquí para ti, Ele, no lo olvides. Y seguiré volando contigo.

            Paso el pulgar por su boca. Ella arquea una ceja, porque sabe que de ahí a que mi lengua se cuele entre sus labios y arrase con todo, solo hay un paso. Un pequeño paso, que por supuesto doy, porque besar y encender a Ele es un placer del que nunca me canso.

            Sus súplicas para que pare o vendrán a buscarnos, mueren en mi garganta, Y sus piernas apenas pueden aguantar el equilibrio cuando mis manos se abren paso entre sus muslos.

            Mis dedos.

            Mi boca.

            Mi piel.

            Mis te tengo.

            Mis te cuido.

            Sus te quiero.

            Sus jadeos.

            Sus temblores.

            Sus besos.

            Sus latidos.

            Adiós vértigo, ya puedes irte por dónde has venido.