LA DÉCIMA

Diez novelas. Acojona un poco. ¿Verdad? Si alguien en 2016, cuando abrí aquel archivo word para plasmar la historia de Lía, me hubiera dicho que no iba a parar de escribir hasta hoy, habría pensando que estaba loco.

Ha sido un camino intenso, emotivo y lleno de gente bonita. Supongo que por eso me animé a escribir la historia de esta pelirroja, que tanto os gustó en El camino de Gala. Normalmente, me pedís que transforme en novela las historias de muchos secundarios de mis libros, pero creo que Zoe, al igual que Julia, aquella primera secundaria de lujo en la bilogía de Lía, se llevan la palman de vuestra insistencia.

Pues aquí está. Tres añitos tarde. Pero, ya sabéis eso que dicen de que nunca es tarde…

No me enrollo más. Porque esta entrada es solo un regalito, en forma de adelanto.

Os dejo por aquí, el prólogo, que ya estaba publicado en mi Instagram, y el primer capítulo.

Recordad que el 2 de noviembre estará disponible en Amazon en digital y papel, y que ya está abierta la preventa (digital).

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Espero que estéis preparadas para volver a sentir.

Os leo…

PRÓLOGO

Será mejor que empiece presentándome.

Hola, soy Gala, la mejor amiga de Zoe. Puede que algunas de vosotras ya me conozcáis. Para bien o para mal, mi historia ya está escrita. También puede darse el caso de que no tengáis ni idea de quién soy, pero no os preocupéis, tampoco es muy relevante, ya que las próximas páginas no hablarán sobre mí, sino sobre mi Peli, la protagonista absoluta de este universo tan particular.

Y ella es… ELLA. Perdón, ya sé que debería explayarme un poquito más. A ver si, ahora que os quiero contar cómo la veo yo y lo que significa para mí, no encuentro las palabras adecuadas. Venga, voy a intentarlo de nuevo.

Lo primero que tenéis que saber es que Zoe es mi hermana (sin necesidad de compartir sangre). Es mi familia. La bonita, la que se elige. Después de que tengáis clarísimo ese punto, mencionaré el sinfín de títulos más que tiene en mi vida. Zoe es mi motivadora. Mi compañera de aventuras y desventuras. Mi descerebrada, a veces cuerda. Mi confidente. Mi mano derecha y también la izquierda. Mi grano en el culo. La sal de mis comidas y el azúcar de mis cafés. Zoe es mi mitad. La parte explosiva que vive en mí y que no suelo mostrar sin su presencia. Zoe es mi motor y también mi guía, la que siempre me tiende su mano para caminar juntas. Siempre. Sin duda y para resumirlo, Zoe es una de las mejores personas que me ha regalado la vida.

Tiene tantas cualidades que no sabría cuál elegir para definirla. Es inteligente, divertida, sensible, extrovertida y fuerte, como un puñetero ciclón, de los que arrasa con todo y de los que, si te pillan, olvídate de salir indemne.

Mi amiga es creativa en una agencia de publicidad y una artista con las manos. Apasionada del arte, de la comunicación, y de las botellas de vino compartidas, sobre todo si son conmigo (y con mi hermano, aunque no se lo diremos nunca a él). Es increíble que, con esa complexión tan menuda, destile toda esa potencia y energía. Tiene un cuerpo de infarto, y lo digo yo, otra tía (para que luego digan que entre nosotras siempre hay rivalidades). Aunque, sin duda, lo que más llama la atención, al primer golpe de vista, es su pelo. Sí, porque Zoe Ferreras es pelirroja. Pelirroja natural, de las auténticas.

Puede parecer una tontería, pero tengo una teoría sobre ella y el color de su cabello. Creo que ese tono, tan particular, guía los pasos de su vida desde que nació. Llamadme loca (no seríais las primeras en hacerlo), pero una vez leí un artículo sobre el significado de los colores en una revista de psicología, que todavía no sé cómo fue a parar a mis manos. En él, hablaban del color naranja y de sus connotaciones especiales. Decían que suele ir asociado al entusiasmo y la exaltación, con tintes divertidos, claro. Fuerza. Espíritu independiente. Sociabilidad y originalidad, que a ella le sobran. Además, sabemos que es un color muy llamativo en casi todas sus tonalidades y que suele indicar PELIGRO. En grande y en mayúsculas.

Vamos, que si se basaron en un estudio de personalidades para redactarlo, tuvieron que analizar la de ella.

Su historia es un poco así, llena de matices, aunque prefiero que sea Zoe la que os la cuente, porque siempre ha tenido mucha más verborrea que yo.

Solo os puedo adelantar que, irremediablemente, su universo siempre estará teñido de color naranja.

2018

1. IRREAL

ZOE

¿En qué momento me he quedado sin bragas?

¡Ah, sí! Ha sido después de terminar la comida más soporífera de la historia. Y por comida me refiero a la que nos han servido en el comedor que han habilitado para nosotros en esta convención sobre marketing y publicidad, no a la que Gerard me ha regalado en el baño antes de volver a este salón, que ha sido la auténtica causante de que haya perdido mi ropa interior.

Hasta ahí, todo correcto. Pero ¿en qué momento me ha parecido buena idea no volver a ponérmelas? Supongo que en cuanto he visto la mirada matadora de Gerard mientras se las guardaba en el bolsillo. ¿Quién se resiste a ese pellizco morboso? Yo no. No sé cómo lo hace, pero cuando me mira así, consigue que no me llegue la sangre al cerebro. A fin de cuentas, esa extraña mezcla, e insana, de deseo y prohibición, que tan bien combinamos, es la que nos retroalimenta.

—Para finalizar mi ponencia. —Ha dicho finalizar, ¿no? Menos mal, por fin seremos libres—. Me gustaría recordarles…

¿En serio? Es el cuarto señor que habla esta tarde y a mí todas las voces me suenan igual de tediosas. Creo que hoy es el día de las ponencias más aburridas, así que voy a desconectar otro ratito.

¿Por dónde iba? Vale, sí. Te contaba que me acabo de dar cuenta de que no llevo bragas. A ver, después de estar aquí sentada tres horas, se me empezaban a entumecer las piernas, por eso me he revuelto en el asiento y, al separarlas un poco, zas, he sentido una ligera brisa sobre mi toto; lo normal en estos casos, sobre todo si llevas un vestido.

Los aplausos de los asistentes al Marketing Event me devuelven a lo que me atañe en este instante, que es salir de aquí, no mi entrepierna.

—Tengo que hablar con el señor Fuster. Me ha pedido mi suegro que, por favor, le comente un par de temas que tienen pendientes de la próxima campaña. Espero que no se enrolle mucho. —El que acaba de hablar ha sido Gerard, mi jefe.

Sí, el mismo que se ha quedado con mis bragas. Con él, de una manera o de otra, casi siempre, termino sin ellas. El suegro que le ha pedido un favor no es Pau, mi progenitor, es el señor Puig, el dueño de la agencia de publicidad en la que trabajamos. El jefe supremo de los dos y el padre de Ángela, la mujer de Gerard, para que lo entiendas.

—Tranquilo, tenemos mesa a las diez y toda la noche por delante.

—Lo sé, recuerda que tienes una deuda pendiente y que pienso cobrármela. —No me lo susurra en el oído, porque pegaríamos mucho el cante, pero casi. Y ese casi, combinado con ese tono, me hace juntar los muslos antes de avanzar para salir de aquí.

Antes de llegar al ascensor, saludo a Constancia, es la dueña de otra agencia de publicidad de Barcelona. Una mujer con unas ideas brillantes, con la que siempre es un placer charlar.

—A ver cuándo tomamos ese café que tenemos pendiente, Zoe.

—Cuando tú quieras —respondo. No nos da tiempo a concretar nada más porque una de las organizadoras la reclama, y se aleja con ella. Sonrío al ver su gesto de fastidio y entro en el ascensor.

Activo el sonido de mi móvil y rebusco en mi bolso para encontrar la tarjeta de la habitación. Espero que Gerard no se haya quedado con las dos.

Estamos en el hotel Renacimiento, en Sevilla. Somos los únicos que hemos venido en representación de P&P, la agencia de publicidad para la que trabajamos. Y, aunque nos han asignado dos habitaciones, Gerard solo pisa la suya por las mañanas, cuando va a ducharse. Me ha confesado que deshace la cama antes de bajar a desayunar, como si su mujer fuera a llamar al hotel para preguntarle a la gobernanta si estaban las sábanas revueltas. Bastante surrealista, lo sé.

No soy tonta, aunque a veces me comporte como una. Sé dónde me he metido y sé que habrá opiniones para todos los gustos sobre mí. Habrá personas que no lo comprendan y también habrá quienes hayan estado o estén en mi piel, y sabrán lo complicado que es mantener una relación así, si se puede usar ese término para esto. Lo que pasa es que él es mi puto talón de Aquiles. Y, sí, te darás cuenta enseguida de que soy una tía fuerte, independiente y cabal, aunque, cuando el rubito, con pinta de haber nacido en Alemania, ojos azules, boca de algodón y barbita escrupulosamente arreglada de no más de tres días, está delante de mí y me toca, soy débil. En realidad, prefiero decir que flaqueo, como si todo mi sistema nervioso sufriera una caída. Una caída hacia él. Sin duda, Gerard es mi piedra, esa con la que tropiezo una y otra vez. En mi defensa diré que es la consecuencia de que me vayan los cabrones.

Además de ser mi superior y estar casado, tiene una situación privilegiada en la empresa; es la mano derecha del socio fundador y el eterno candidato a sustituirle cuando este se jubile. Lo que nos convierte en un puto cliché. Empezamos a enrollarnos el año pasado, por purita casualidad. Los tonteos diarios se nos fueron de las manos y tuvimos que liberar la tensión sexual no resuelta que acumulamos durante meses. Desde la primera vez que caímos en la tentación, supimos que nuestros encuentros serían recurrentes. Llámalo necesidad o vicio, lo que quieras. Cuando nos vimos dentro de esa rueda, que no paraba de girar, él me dejó bastante claro que no tenía ninguna intención de abandonar a su mujer por un rollo sexual, que es lo que teníamos o tenemos. Los dos somos mayorcitos y sabemos lo que hay. También me confesó que él quería seguir con lo nuestro, que es, básicamente, sexo; bueno, furtivo y sin complicaciones. En todos los rincones imaginables, incluida la oficina; el morbo de que nos puedan pillar es un ingrediente que nos motiva bastante a los dos. Yo acepté conociendo las condiciones, por lo que no puedo decir que no sabía dónde me metía, porque mentiría.

Gerard es un tío ambicioso. Un competidor incansable a todos los niveles. Él solo quiere ganar. Sé que no se le pasa por la cabeza perder su empleo, ni dejar de disfrutar del alto nivel de vida que tiene gracias a ella, ni renunciar a ninguno de sus privilegios. Y, mucho menos, cuando su único aliciente es ser el propietario de la agencia dentro de unos años. Lo que pasa es que, a veces, delante de mí, es como si se le cayera la careta sin ser consciente, y entonces me deja entrever que, debajo de esa fachada y de toda esa seguridad, hay un tío diferente, uno más real, menos infeliz. Cuando eso ocurre, no tarda ni tres segundos en recomponerse y meterse de nuevo en su papel, no vaya a ser que me lo crea.

Me descalzo y me empiezo a quitar la ropa para darme un baño; después de una jornada interminable, lo necesito. Veo que tengo una llamada perdida de Gala, y antes de que pueda devolvérsela, entran sus wasaps.

Gala: Peli, hoy hay cena en casa de Marc. Te echaré de menos, a ti y al vino, porque seguro que mi hermano y Camino no me dejan ni olerlo.

Me río porque mi mejor amiga es una pésima enferma. Tuvo un accidente con la bicicleta el viernes pasado y como yo no estoy en casa, está quedándose con Marc, su… novio. Voy a decirlo así, ahora que ella no me escucha. Gala es una auténtica matacupidos, en cuanto huele el amor romántico, huye.

Yo: Estaba en mitad de una reunión muy aburrida. Una pena lo tuyo con el vino, yo pienso beberme la botella de champán, cortesía del hotel, mientras cae en cascada por la polla de Gerard.

Cuando le doy a enviar, abro el grifo y lleno la bañera. Normalmente no tengo filtro, pero ahora solo me he venido tan arriba para sacarle una sonrisa, que está convaleciente, la pobre.

Gala: Zorra, no tenías necesidad de ser tan gráfica. Sabes que esa seudoluna de miel se acaba el viernes, ¿verdad?

Me meto en el agua y suspiro con satisfacción. Qué sabia es mi Galita; no solo porque me conoce a la perfección, sino porque siempre sabe lo que se cuece dentro de mí. Sí, quizá me haya dejado llevar un poco estos días por una euforia absurda. Aquí, a tantos kilómetros de casa, Gerard y yo casi nos comportamos como una pareja normal, al menos cuando salimos del hotel. En Barna todo es distinto. Él conserva su piso de soltero y la mayoría de las veces nuestros encuentros tienen lugar allí. Excepto cuando es por algo relacionado con el trabajo, en nuestra ciudad no compartimos paseos, cafés, cenas en pareja, ni demasiados mimos poscoitales. Y no solemos dormir juntos, como estamos haciendo aquí.

Yo: Sí, capulla. Pero seguro que me recuerda durante todo su fin de semana.

¿He sonado arrogante? Puede, aunque no lo diría si no fuera verdad. Gerard es de ese tipo de tíos que siempre piensa con la chorra y, sin duda, la huella que dejo en él a nivel sexual tarda días en borrarse. Nuestra conexión en ese punto es inclasificable. Supongo que, como es lo único a lo que me puedo aferrar, me he convertido en una experta con él. A veces, en mitad de la madrugada, recibo sus mensajes rememorando algún encuentro. Otras, me confiesa que no me saca de su cabeza y que cuenta los minutos para volver a hundirse en mí. Es un cabrón, ya te lo he dicho, porque sabe cuándo tiene que tirar del hilo para que no se rompa. Yo, de momento, no necesito más, o eso es lo que intento creerme. Cuando me como la cabeza en exceso y él incumple sus promesas, aunque sean tonterías, discutimos y suelo cortarlo de raíz. Entonces, pasa a ser el difunto durante unos días. Pocos, porque él siempre resucita y encuentra la manera de convencerme para volver a caer. No suelo arrepentirme de nada de lo que hago, eso es un hecho, así que intento no racionalizarlo todo el rato.

Soy feliz. Comparto piso con Gala. Me gusta mi trabajo. Adoro dibujar, pintar, restaurar objetos antiguos… Y me encanta divertirme. Si él se une a mi fiesta, perfecto. Si él no aparece, que le den. No soy la típica chica que se queda en casa y llora por las esquinas. Aun con esas, y con todos los altibajos, estoy algo pillada, lo reconozco.

Gala: Está bien, el viernes ya le pegamos al vino juntas. Besos guarros.

Yo: Besos guarros.

Tengo un par de wasaps de mi amigo Adrián. A él sí que no puedo enfrentarme ahora. Últimamente, va mucho más a saco conmigo. Adoro su carácter cariñoso y su sinceridad, pero no necesito que sea la voz de mi conciencia desde la distancia, al menos no hasta que regrese a casa.

Dejo el móvil sobre la alfombrilla y meto la cabeza en el agua. Me sumerjo unos segundos del todo para aclararme las ideas. Cuando emerjo y me paso las manos por el pelo para apartármelo de la frente, me llevo un susto de muerte.

—¡Dios! No te he oído llegar.

—¿A qué hora me has dicho que has reservado?

Gerard se ha desabrochado la camisa y ahora se suelta el cinturón, con la clara intención de acompañarme. Su cuerpo, delgado, fibroso y definido, con los músculos marcados y colocados en su sitio, a pesar de no pisar un gimnasio (él es más de club de golf), me deja un poco obnubilada. ¿O será por el vapor? Porque empiezo a ver borroso.

—A las diez.

—Vale, pues entonces mejor me ducho. Si me meto contigo en la bañera, llegaremos tarde.

—¿Y desde cuándo eso es un problema para ti?

Que nos conocemos, y cuando se trata de piel desnuda, nos cambia hasta el apetito.

—Desde que sé que has hecho esa reserva para nosotros hace más de un mes, nena. La atención que le debes a mi polla la podemos dejar para el postre. Tenemos toda la noche por delante.

Se va y abre el grifo de la ducha. Yo abro y cierro la boca, sin articular palabra. Y mira que es bastante difícil hacerme callar a mí.

¿Eso significa que…? ¿Está anteponiendo ir a cenar conmigo a…?

Follar, Zoe, se dice follar.

No seas boba.

A ver, no estoy haciéndome ilusiones, lo que pasa es que me sorprende que anteponga uno de mis deseos al suyo, que siempre es el mismo: oírnos jadear.

Venga, céntrate. Quizás es que tiene hambre y solo quiere matarla.

Perfecto. Entonces, lo de esta semana sigue siendo…

Irreal, Zoe.

Irreal.

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