Por supuesto que he cocinado yo para toda esta gente. ¿Lo dudabais? Pasan los años, pero hay muchas cosas que no cambian. Como la escasa intención de mi Loca de meterse en una cocina. O las meteduras de pata de Eloy con las tías. O las eternas conquistas de Xavi. O el escaso filtro de la Peligrosa cuando abre la boca para decir lo que piensa, aunque, después de los meses tan duros que ha pasado con lo de Triana y Adri, será mejor que no me meta con ella esta noche. Tampoco han cambiado las ganas que tengo de quedarme a solas con Gala y recitarle, mientras me hundo en ella hasta el fondo, la lista de deseos que he confeccionado para el próximo año, que es ya una tradición.
Estamos cenando en casa de mis suegros, que es la única en la que cabemos todos alrededor de una mesa, y sí, ya lo puedo decir así, con todas las de la ley, porque, después de tropecientos mil intentos, Gala por fin cedió y se casó conmigo. Al final, como prometí en bromas a mi familia, nos casamos en Montefioralle, una tarde inolvidable. Fue una ceremonia mágica por muchos motivos, el principal, que nuestros hijos, Santi y Laia, estaban con nosotros, pero también porque toda nuestra gente nos acompañó en ese viaje.
—¿Quién va a comer uvas? —pregunto desde la cocina. Soy el encargado de prepararlas también, obvio. Aquí el papel de cocinero ya me lo he ganado de por vida.
—Yo no, que el año pasado me trajeron mala suerte —dice mi hermano y se gana un insulto por parte de Adri, que está a su lado.
La mala suerte de la que habla fue más bien el karma. Después de haberse escondido durante meses, Adrián le pilló enrollándose con su hermana en el portal de casa de su madre. Creo que algo se olía, pero ver a Lorena con él, con sus propios ojos, le jodió el doble que si se lo hubiera contado mi hermano, supongo que sintió que había traicionado su confianza. Ahora están aquí los tres, el cabrón de Adri se ha sentado en medio, solo por joder, y, aunque nos hace creer que lleva mal que estos dos salgan juntos, en el fondo, está más contento de lo que se imaginaba, será por eso que dicen de: Más vale malo conocido que bueno por conocer.
—Espera que te ayudo —se ofrece mi amigo.
—¿Qué tal los niños?
—Un poco desquiciados, lo normal. Xavi y Eloy no paran de liarlos. Parecen ellos los críos. Laia está dormida arriba.
—¿Y la Peli?
—Bien, creo que bien.
—Me he quedado un poco flipado, la verdad es que no me lo esperaba. ¿Tú cómo estás?
—Flipando mucho, acojonado y feliz.
—¿Todo correcto? —Gala irrumpe en la cocina y se hace el silencio entre nosotros.
Mi amigo asiente, pone una sonrisa de bobo de manual, y sale con las copas en las manos. Somos los únicos que conocemos la noticia, así que todavía vamos con pies de plomo antes de meternos a analizar el tema.
—Me imitas muy mal, Loca —le susurro en el oído cuando se acerca a mí, porque me acaba de robar mi pregunta estrella—. No le das la entonación adecuada. —En un sutil movimiento, la giro y la apreso contra la isla. Mis manos a cada lado de su cintura la impiden huir. Me inclino y le como la boca, sin medida.
—Camino…
—Dime, esposa mía… —Me la estoy jugando, lo sé.
—Marc… —aúlla en mi boca y no puedo hacer otra cosa que sonreír. Mi mujer sigue huyendo del convencionalismo de algunos términos románticos y me encanta chincharla. Es un blanco demasiado fácil.
—¡Mamá! Mira estos dos. Están haciendo guarradas en tu cocina. —Xavi entra a coger más botellas de cava y nos pilla enredados.
—No son los primeros ni serán los últimos —afirma mi suegra tan pancha—. Esa cocina es un escenario perfecto para dedicarse atenciones.
—Joder, mamá. ¿Hasta cuándo vas a darme ese tipo de información? —chilla Gala y se separa de mí, bufando.
—Hasta el día que me muera. Y cuando eso suceda, te dejaré publicar mi biografía —dice mi suegra, sujetando la puerta para que salga su hijo con el cava.
Veis, otra cosa que no cambia. Laura y su openmind.
—No pienso publicar eso —sisea Gala y me descojono porque solo lo he oído yo.
—¿Tenéis todos uvas? —pregunto por última vez, que al final me pierdo las campanadas.
—¡Sí! —gritan varias voces.
—Pues entonces vamos —dice Gala y me da la mano para salir.
Entrelazo nuestros dedos y vamos al salón. Aquí no cabe ni un alma más, algunos están sentados en las sillas, otros tirados en la alfombra al lado del sofá, y otros de pie, enfrente de la televisión. Al único que no veo es a mi padre, pero sé de sobra donde está, con Laia; pensé que jamás igualaría la conexión que tiene con Santi, pero la enana de la casa se lo ha camelado también. Tendré que subir a buscarle o se perderá el cambio de año.
—¡Cuidado que estos son los cuartos! —advierte Eloy y todos nos reímos. Este año no va a comerlas, como ha dicho antes, pero es él el que se equivocaba siempre y acababa antes de la última campanada.
Una. Dos… Diez. Once. Y doce.
—¡Feliz Año Nuevo!
—¡Feliz año a tutti!
Los gritos, los silbatos, que tan acertadamente ha regalado mi cuñado a los niños, y las bengalas iluminan y alegran el ambiente en el salón. Los brindis, entre besos, abrazos y bailes inesperados, contagian a cada uno de nuestros invitados.
—¿A ti ya te he besado? —pregunto haciéndome el despistado cuando pillo a Gala por la cintura, para frotarme otro poco con ella.
—¿Hoy? —Gala se mira el reloj, teatrera—. Solo dos veces y con poca lengua.
—Ahora mismo lo remedio.
El beso no es apto para todos los públicos y, además, lo acompaño con mis manos sobre su trasero, con un restregón digno de adolescente hormonado. Aquí cada uno está a lo suyo, así que no me corto. Gala jadea en mi boca y su lengua, igual de revoltosa que la mía, no deja de provocarme.
—Joder, Loca, si salimos ahora de aquí, en menos de media hora estoy quitándote las bragas y enterrándome entre tus piernas.
Ups, sí, otra cosa que no cambia. Yo, mis ganas de Gala y mi vicio por desnudarla.
—Marc… —Suena impaciente—. ¿No puedes conseguirlo en quince minutos?
Me reta y se muerde el labio anticipándose. Mi polla también se anticipa y sus pezones, que se clavan en mi camisa. Hostia puta, me la estoy imaginando desnuda y acoplada a mí de tantas formas…
Los niños se van a quedar a dormir aquí con sus abuelos. He dado de cenar a todo el mundo y ya hemos brindado. He cumplido con creces. Ahora mismo no hay nada que nos impida largarnos de aquí.
—Despídete por los dos, voy a arrancar el coche —susurro en su boca.
—Mira, Santi. Tienes que poner tus manos aquí, como ellos. —La voz aguda de Triana, que está a nuestro lado, me devuelve al presente, frenando mis impulsos.
Alejo mis labios de los de Gala para mirarla y… ¿qué coño…?
—¡Oh, pero qué monos! ¡Son adorables! —dice la Peli y hasta se emociona.
Está claro que ha perdido la poca cordura que le queda. O puede que también sea una cuestión hormonal, porque no es ni medio normal.
—¡Ese es mi sobri! Di que sí, Santi. Mejor empezar pronto, la experiencia en esta vida es muy importante, para todo —vocea Eloy y le aplaude.
Gala me mira a mí y luego a ellos, creo que se ha quedado muda. Xavi se parte el culo al verla, pero ella sigue petrificada, ni tan siquiera le atiza un guantazo.
La estampa es terriblemente curiosa.
Mi hijo sonríe con la boca pegada a la de Triana y ella, con todo su desparpajo, le ha cogido las manos y se las colocado encima de su pequeño trasero, le tiene así pegado y sin soltarle.
Que no le meta lengua, por favor, que no se la meta…
—¡Consuegros! —El capullo de Adri y Zoe nos abrazan. Mientras ellos se descojonan, nosotros blasfemamos por lo bajo. Creo que Gala está empezando a recuperar el color.
—No me jodáis —protesto—. Eso es… es… —No encuentro las palabras y ellos se siguen partiendo el culo.
—Eso, amigo mío, es amor —replica Adrián—. Amor del bueno.
Ayudo a mi hija a caminar por la orilla con la tabla debajo del brazo y sonrío orgulloso al ver como se enfada porque no quiere que le eche una mano. Eli es terca e independiente; vamos, que tiene lo mejor de Oli y lo peor de mí, de eso no hay duda.
—¿Habrán llegado todos? —me pregunta mientras salimos de la playa y enfilamos la pasarela de madera para llegar a casa—. Ro prometió que iba a peinarme y a pintarme para la cena, como ella.
¿Ha dicho pintarse? Pero si es una enana todavía.
—Espero que ya estén todos sí. No me gustaría tener que comerme todo lo que ha cocinado mamá.
Normalmente pasamos las navidades en España, pero, por motivos laborales, este año no nos podemos mover de aquí. Así que Oli les mandó los billetes a todos hace un par de meses, y, han venido ellos a visitarnos. Sus amigas no pusieron ninguna objeción; son las más entusiasmadas con la idea de cambiar de aires y pasar unos días con buenas temperaturas al lado de la playa. Y, mi familia, que este año viene al completo, tampoco se negó.
—Ven, vamos a dejar las tablas aquí afuera y a quitarnos la arena de los pies. ¿Te ayudo con la cremallera?
—Puedo sola, daddy. No soy Leo —se queja de nuevo Eli.
Sonrío, porque ha empleado un tonito bastante agudo. Su hermano va a cumplir un año y supongo que todavía se está haciendo a la idea de tener que compartirnos con él. Sin dejar que le diga nada más, se da la vuelta y entra en casa, los chillidos de los que están dentro al verla llegan hasta aquí.
Leo, nuestro pequeño, nació en Barcelona mientras yo rodaba allí. En cuanto lo tuve en mis brazos, fui consciente de que mi niño iba a ser igualito a su madre. Moreno, con ojos oscuros y expresivos, y con un carácter muy tranquilo, nada que ver con su hermana mayor, que se parece mucho a mí. Es como si nuestro ADN hubiera jugado a equilibrarse con nuestros hijos. ¿Qué más os puedo decir? Que estoy muy bobo desde que soy padre, pero sobre todo muy feliz.
—Profe, esos pies. —Oli me señala la arena que todavía tengo entre los dedos y niega con la cabeza. Se ha apoyado en el marco de la puerta y me mira de arriba abajo. Acabo de bajarme el neopreno hasta la cadera y supongo que todavía le gusta lo que ve. Joder, me alegro muchísimo de que así sea. Ella sigue siendo perfecta. Con sus vaqueros claros rotos y esa camiseta blanca básica me lo parece aún más. Su belleza natural me encanta desde el primer día que la vi en el Palmar—. ¿Qué tal el baño?
—Muy bien, había buen tamaño para ella, pero me ha costado mucho sacarla de allí, es incansable —respondo y entro en casa.
—Lo sé. No parecía muy contenta cuando ha entrado ahora. Menos mal que todos se han volcado en ella nada más llegar al salón y ha dejado de torcer el morro.
Sonrío, porque está claro que necesita ser el centro de atención unos días. Pobre.
—No te preocupes tanto, Aceituna. Solo está algo celosa. Se le pasará cuando su hermano crezca. —Envuelvo a Oli con mis brazos y, como todavía estoy húmedo, le mojo la camiseta.
—Hablando de hermanos…
—¿Ya han llegado?
—Sí, Alejandro, Lidia y tu madre llegaron hace media hora. Están los tres en el salón. Sé que va a ser raro, pero se nota que están muy contentos de estar aquí. ¿Estás preparado?
Mi hermana no cejó en su empeño y consiguió que volviera a hablarlos hace un tiempo. Ellos se arrepintieron de todo lo que hicieron y yo, aunque no haya olvidado lo que pasó, decidí perdonarlos y centrarme en el presente y en el futuro, dejando de lado el pasado, sobre todo el más amargo. Mi vida y las suyas no tienen nada en común, así que, realmente, es raro que coincidamos en el mismo sitio. Oli y mi hermana han confabulado para que, por primera vez, nos sentemos todos juntos en la misma mesa en Nochevieja.
—Necesito unos minutos. Creo que me daré una ducha primero y, además, acabo de decidir que me vas a acompañar. —Sujeto su mano y tiro de ella para subir por las escaleras a nuestra habitación, sin pasar por el salón, donde se oyen las voces de todos.
—Alberto, no puedo. Tengo la carne metida en el horno y la casa llena. Solo faltan Bruno y su nueva novia, y el invitado especial, que prefiero no nombrarlo para que Ro no hiperventile.
—Sabes que a Ro le va a dar un ictus cuando lo vea, ¿no?
—Esa era mi intención cuando le invité. Estoy deseando ver la cara que pone cuando el señor Houses se siente con nosotros a cenar. Solo espero que se comporte y no tenga que atarla. Además, ella y Bruno… no sé si ya han limado sus asperezas.
—Venga, Cenicienta, deja de preocuparte por los demás. —Envuelvo su cara con mis manos y me inclino para besar sus labios—. Solo serán unos minutos, ya sabes que cuando quiero puedo ser muy rápido.
—¿Tú? Pensé que eras el rey de la paciencia.
—Lo fui, Aceituna. Lo fui. Pero ahora no me puedes pedir que me contenga. Además, tienes que ponerte ropa seca. —Cuelo mis manos por el bajo de su camiseta y acaricio con mis yemas la piel de su estómago, que se la eriza al instante—. Y, también creo que soy el más indicado para ayudarte con esa tarea.
—¿Qué coño hacéis ahí metiéndoos mano? —Sara nos pilla de lo más acaramelados en mitad de la escalera. Tiene a su hija en brazos y detrás de ella viene Raúl con Leo—. Estos dos enanos tienen hambre.
—Yo también, Sarita. —Cojo a Oliva de la cintura y cargo con ella para llevármela a la habitación. La conozco y sé que estaba a punto de darse media vuelta para bajar a dar de comer a nuestro hijo. Siento como se remueve, pero avanzo como si nada en medio de sus protestas:
—¡Alberto! ¡Alberto, bájame!
—Joder, que monos sois coño. ¡Quince minutos tenéis! —grita Sara desde la planta de abajo.
—¿Has oído? Quince. —La poso al lado de la bañera y elevo las cejas, esperando que pille la indirecta.
No tengo intención de dejarla marchar y mucho menos de dejar de provocarla. Es una de las cosas que más me gusta hacer con ella, alimentar las ganas de tenernos, continuamente.
—Lo quiero suave, Profe —me susurra en el oído y os juro que no hay una célula de mi cuerpo que no se estremezca.
Vaya, esto es ya una tradición. Así que aquí estoy, un añito más compartiendo parte de mi universo literario con vosotros. Hay tanto #amordelbueno pululando en mi mente, que de una forma u otra tiene que salir.
Es divertido para mí encontrarme de nuevo con ellos, pero cada vez es más difícil no confundir sus voces en mi mente. Son muchos protagonistas, muchísimos secundarios y demasiados escenarios los que han pisado ya, así que, si he metido la pata con algún dato, espero que me perdonéis, pero esta cabecita mía a veces, tiene límites, aunque solo a veces.
En esta ocasión, los narradores de mis relatos son ellos, mis protagonistas masculinos (aquí podéis añadir emoticonos de llamas y corazones). La mayoría de mis lectoras sois mujeres y ¡oh, sí!… Es una verdad universal que a nosotras (en esta me incluyo) nos encanta saber cómo piensan y lo que sienten ellos, por eso he querido darles voz el último día del año.
Espero que disfrutéis del regalo y que despidáis el año con salud y amor, a mansalva. Os deseo lo mejor para el 2022 y ojalá me sigáis acompañando en esta aventura, porque una vez más os prometo, que os seguiré haciendo sentir.
No me enrollo más y ahí os dejo el primero.
Por cierto, espero que me contéis que os parecen todos y cada uno de ellos.
Isla Sofía, 31 de diciembre.
Faltan solo diez minutos para que termine el año. La cuestión es que no me apetece nada hacer balance de las cosas buenas y malas que he vivido durante los últimos doce meses. No voy a mentir, ha habido de todo. Sin embargo, los buenos momentos hacen que la balanza se incline hacia ese lado, con mucha diferencia. Lo que sí quiero, antes de que todos se pongan a relatar su interminable lista de deseos para el año que está a punto de empezar, es dar las gracias, porque, observando a todos los que ahora mismo me rodean, solo puedo afirmar que soy jodidamente afortunado.
Levanto la vista de mi copa vacía y echo un pequeño vistazo. Os diré que la estampa que tengo delante es bastante atípica o antinavideña, como más os guste. A ver, que ya sé que la Navidad también se celebra sin que caigan copos de nieve o sin que tengas que poner un pino de plástico cargado de bolas en el salón, pero, entendedme, este marco, tan paradisiaco e idílico, invita a un millón de cosas, y ninguna de ellas es precisamente cantar villancicos alrededor de una chimenea.
Arena. Calor. Humedad. Caribe.
Me entendéis ahora, ¿no?
—¡Juanillo! —chilla mi hija llamando al hijo de Juana y Álvaro, que se esconde detrás de las piernas de su madre, tímido—. ¡A que no me coges! ¡A que no me coges!
—Enana, no corras así que te vas a caer —le advierte Teo, que siempre está pendiente de ella. En septiembre se fue a estudiar arquitectura a París y, aunque todos le echamos de menos, su hermana, es la que peor lo lleva.
Mi hija lo ignora. Se aparta con la mano el flequillo que tiene pegado en la frente a causa del sudor y corretea descalza por la orilla esquivando a todos. Va medio en bolas, porque solo lleva puesta una camiseta encima de la braguita de su bikini; no ha habido cojones de ponerle un vestido. Guerrera, rebelde y guapa. Guapísima. Una combinación explosiva, sobre todo para mi cerebro, porque si es así ahora, no me quiero imaginar cuando crezca. No, no me lo quiero imaginar. Para colmo, su energía es inagotable; le da igual el cambio horario y que a las seis de la mañana ya empiece su día. Ella siempre tiene algún plan interesante que llevar a cabo, sin importarle lo marquen las agujas del reloj.
Hemos llenado la isla. Sí, supongo que es la segunda vez que se produce un desembarco, después del de Colón, claro. Aunque el nuestro ha sido un aterrizaje. Solo os diré que hemos abarrotado el avión que nos envió Fabio y el pequeño hotel de Juana, que está encantada de tenernos a todos aquí de nuevo.
Julia, Claudio, Carlota, Marta. Rubén, María y mi ahijado. Mi hermana, Lucas y mis sobrinos. Mis padres. Mis primos. Mi tío y mi abuelo. Sí, por fin este año ha venido. Gael y su novia (que no me oiga Lía llamarla así, todavía no lo ha asimilado) Teo. Lía, Sofía y yo. Creo que no me he dejado a nadie.
Con todas estas bocas que alimentar hemos improvisado un picoteo informal. Hemos conseguido unos tablones de madera con unos caballetes y los hemos colocado en la arena, delante del porche de nuestra casa. La gente de pie, menos los más mayores, farolillos con velas para dar algo de luz en esta noche calurosa y estrellada y bebida, toda la que ha traído Héctor que también ha querido cenar con nosotros, como Juan y Juana y sus respectivas familias. Creo que somos la comidilla de la isla hoy. Bueno, hoy y todos los días desde que llegamos, obvio.
—¿Tienen que besarse todo el rato? —me pregunta Lía, sentándose en mi regazo. Acaba de quedar libre una hamaca y me he colocado aquí hace unos segundos, a observar.
—Princesa, sabes que hacen más que eso, ¿verdad?
—¡Calla! —me riñe y cierra los ojos, como si no quisiera imaginar a Gael en esa tesitura.
—Cómo es eso que dicen, ah, sí: Es ley de vida.
—Lo sé, pero eso no quiere decir que lo lleve del todo bien —dice con pesar—. El siguiente será Teo y cualquier día vendrá con una parisina, rubia, estirada y arrogante.
—¿Estáis hablando de mí? —pregunta el aludido y deja de mirar la pantalla de su móvil. Hace horas que no se separa de él.
—No te creas el centro del universo, hermanito —interviene Gael que se ha despegado de su chica un minuto. —Por cierto, ¿quién es ese pavo que no para de mandarte mensajes? Menudo brasas el tal Oli, ¿no?
—¿Qué coño pasa contigo? —responde Teo a la defensiva—. ¿Ahora me espías?
—No, niñato. Pero tu móvil es igual que el mío y antes cuando lo tenías cargando he visto la pantalla. ¿Qué quieres? ¿Qué me arranque los ojos?
—Vale —les interrumpe Lía para que tengamos la fiesta en paz.
Me quedo con el dato que ha aportado Gael a esta discusión y lo almaceno, de momento solo lo almaceno. Gael se va en busca de su chica, por si se pierde o algo, y Teo cabecea y se aleja a la orilla. No nos veíamos desde que se marchó. Y, durante el viaje, me di cuenta de que traía una expresión un poco meditabunda, de la que todavía no se ha deshecho. Espero tener la oportunidad de pasar un ratito con él a solas para cerciorarme de que está bien.
La música, el mar y los fuegos artificiales, que lanzan Juan y Héctor desde la orilla son la antesala de la famosa cuenta atrás. Diez. Nueve. Ocho… En esta ocasión, cada uno brinda por sus deseos en silencio, o susurrándolos en el oído del que tiene justo al lado. Yo lo hago pegado a la espalda de Lía, con mis manos ancladas en sus caderas, sintiendo el calor que emite su piel gracias a la tela ligera de su vestido, con Sofía cargada sobre mis hombros, que no deja de parlotear.
—¿Qué has pedido? —me pregunta Lía.
—No perder lo que ya tengo.
Achuchamos a la niña entre los dos y la llenamos de mimos. Ella se ríe, nos da besos de vaca y cuando nos ha llenado de babas, se escabulle y nos deja solos. El primer beso del año que nos damos Lía y yo es perfecto. Jodidamente perfecto.
La ronda de abrazos, choques de manos y besos con el resto de invitados es un auténtico caos, sin distinción de sexo, parentesco o edad. Se descontrola el tema tanto que creo que beso a Rubén dos veces por los menos, y a Claudio más de tres.
—Se ha acabado el hielo —grita Julia desde su posición levantando su copa al aire.
—Pues yo todavía tengo —dice Lía y me mira a mí, que soy el que está más cerca de ella.
Está sentada en el último escalón del porche, con los pies enterrados en la arena, la copa vacía apoyada a su derecha, y un cubito de hielo entre los dedos índice y corazón. Avanzo despacio, como un lobo antes de atacar a su presa. Ella me observa y ladea ligeramente la cabeza hacia la derecha para empezar a deslizarlo por la piel de su cuello en sentido descendente.
Joder.
Cambia de lado y lo pasea de la misma manera.
Joder. Joder.
Clavícula.
Me palpita la polla dentro del pantalón y respiro a trompicones.
Esternón.
Joder. Joder. Joder.
Lo lleva hasta el final de su escote, generoso y a la vista, gracias a su vestido. Hace círculos con él entre mis lolas.
Sí. Mis lolas. Y me la suda si ha sonado posesivo.
Me relamo y no mentalmente.
Miro nervioso a ambos lados y agradezco que cada uno esté a su bola, incluida Julita, que ya está colgada del brazo de Claudio bailando con las chicas. Así nadie se percata del espectáculo eróticofestivo que me acaba de dedicar mi chica.
Llego hasta ella y me inclino. Primero, nos miramos. Después, sonreímos. Y por último, me reta, sí ella a mí, con lo que eso significa. Se mete en la boca el trozo de hielo que le queda y se acerca medio centímetro más a mis labios, sin llegar a rozármelos.
—Princesa…
—Vecino…
—Despídete.
—¿Del hielo? —Se hace la interesante y se lo mete en la boca, haciéndolo desaparecer.
Me cago en la puta. Lo que daría por que fuera la punta de mi polla la que estuviera ahí, disfrutando de la humedad y el calor de su lengua.
—De los invitados.
—Axel… —Me como mi nombre de su boca cuando la beso. Y, en un movimiento que no se espera, tiro de su mano y la levanto con demasiada efusividad.
—Ahora traemos el hielo —digo al aire, aunque no sé si alguien me ha oído.
Tardamos cinco segundos en llegar al sótano; no es el lugar más bonito de la casa, pero es el único que nos puede dar un poco de intimidad en este instante. La siento encima del congelador. Protesta al sentir la superficie fría debajo de su culo y se descojona mucho al ver mi cara de salido cuando abro sus piernas y compruebo que no lleva ropa interior.
El próximo 4 de enero de 2022 publicaré mi octava novela. Creo que ya os he dicho durante estas ultimas semanas que es la más romántica y la más especial de todas las que he escrito hasta ahora.
Tengo tantas ganas de que podáis leerla que os voy a dejar por aquí los tres primeros capítulos.
En menos de un mes la podréis disfrutar de principio a fin. Y no me matéis por poneros los dientes largos unas semanitas antes de que salga.
Espero que os guste.
#AMORDELBUENO
1. BILLETE DE IDA
2021
VEGA
Extraña en mi propio cuerpo.
Un ligero hormigueo me recorre la yema del dedo índice, es una sensación tan rara que me bloquea la mente durante un número ilimitado de segundos. Los recuerdos dormidos se despiertan antes de completar el último paso, azotando la sensibilidad de mi piel y de algo más intangible. No dudo, bueno, quizá sí que vacilo un poco hasta que, por fin, pulso la tecla definitiva.
Vaya, es increíble que hayan pasado casi diez años desde la última vez que hice esta misma operación: comprar un billete de avión para viajar a idéntico destino —uno que jamás creí que volvería a pisar—. Aunque, en aquella ocasión, lo que se cocía en mi interior era completamente distinto.
—Buenos días, me muero por un café. —Esa es la voz de Bruno, que se acaba de levantar de mi cama.
La noche no se nos dio mal, nada mal. Y eso que es solo la tercera vez que nos acostamos y la primera que dormimos juntos. En realidad, no sé si las pocas horas que hemos pasado sobre el colchón se considerarán dormir. Lo que me ha quedado bastante claro es que, tanto en el sexo como en la vida, lo mejor es olvidarse de las expectativas. No obstante, por muy satisfactoria que haya sido la velada, no estoy acostumbrada a compartir horas de sueño con nadie y, además, hace años que no se me pegan las sábanas, ni tan siquiera los domingos.
—En el segundo armario de la derecha están las cápsulas —le respondo—. Por cierto, a mí no me hagas, prefiero té.
Me levanto de la mesa del salón, que también es mi escritorio, y llego a la cocina. Tener todo al alcance de la mano es solo una de las ventajas que tiene mi apartamento de cuarenta metros cuadrados al lado de la plaza de Santa Ana.
Bruno está descalzo, pero ya se ha vestido; vaquero y camisa de rayas, blancas y azules, un atuendo un poco agobiante para finales de agosto en Madrid. Por cierto, nada que ver con el mío, que me he plantado una camiseta blanca de tirantes, bastante dada de sí, y unas bragas negras que he sacado del cajón antes de abandonar mi habitación.
No tenía planeado que se quedara a dormir, aunque, como se suele decir: Una cosa llevó a la otra. Y, ahora, compartiremos desayuno tardío, porque echarle con cualquier excusa pobre sería bastante cruel hasta para mí.Me mira de arriba abajo cuando llego a su lado y sonríe de medio lado, con una expresión que no sé descifrar, será la falta de costumbre. Se inclina para pegar su boca a mis labios en lo que supongo que es su forma de darme los buenos días; afortunadamente, solo se queda en el intento, porque las muestras de cariño tan efusivas a estas horas de la mañana me repelen un poco. Como tengo cierta habilidad para el escapismo, en el último segundo, me giro y voy rauda y veloz a sacar la leche de la nevera.
Demasiada intimidad para mí, abogado.
Nos acomodamos en la minúscula barra y le ofrezco unas tostadas de pan de molde bastante insípidas para que acompañe su café.
Si me conociera un poco más, sabría que me gusta el silencio, sobre todo por las mañanas. Es lo que tiene vivir sola, no tienes que ser una borde con nadie al levantarte todos los días, pero Bruno no lo sabe, así que saca temas de conversación para captar mi interés. Primero, se lanza en busca de un aprobado por lo de anoche y, cuando se da cuenta de que no estoy muy por la labor de rememorar las mejores jugadas del partido, pasa a comentarme que quiere dejar de compartir piso; con lo que tampoco logra mi atención. Finalmente, opta por decirme todo lo que tiene que hacer mañana lunes en el despacho con mi prima Alicia, como si ella fuera la pieza que le sirve de comodín para arrancarme las palabras. Mantengo la calma sin soltar ningún improperio, a pesar de que no estoy acostumbrada a compartir mañanas después del sexo y de que soy brutalmente sincera. Respiro y disfruto de mi infusión, sin prisa, mientras echo un vistazo a mi móvil que tiene un montón de notificaciones pendientes. No quiero ser una estúpida, lo que pasa es que mi cabeza ya está en modo viaje, a miles de kilómetros de aquí. Así que emito alguna interjección para que vea que sigo la conversación y continúo a lo mío.
—Será mejor que me vaya —me anuncia después de recoger las tazas.
—Está bien.
—Oye, Vega. —Uy, sí, esa soy yo—. Sé que te vas el martes y que no tienes una fecha prevista de vuelta, sin embargo, si te parece bien, me gustaría seguir llamándote y retomar esto cuando regreses. —Nos señala a los dos, como si dibujara en el aire una línea imaginaria.
—Bruno, como bien has dicho, no sé cuándo volveré, será mejor que no…
Ahora sí que me pilla desprevenida y su beso se come el final de mi frase. Sus labios se apoderan de los míos y envuelve con su lengua la mía. Bruno besa bien, con cadencia y pausa, sin pretensiones, por lo que no me aparto de golpe. Sin embargo, esa insinuación de que, aunque nos vayan a separar unos cuantos países durante los próximos meses, me esperará, o algo parecido, me genera el suficiente rechazo como para detenerlo.
Esto, como él lo ha pronunciado, es solo un tonteo que empezó hace más o menos un año. Bruno es compañero de bufete de mi prima y, una noche, el verano pasado, coincidimos con él y sus amigos en la inauguración de una terraza. No sé, las copas, las risas, las vacaciones… Me cayó bien desde el minuto uno. Incluso me resultó atractivo, para sorpresa de mi prima y mía porque no es para nada el prototipo de chico que me suele gustar; rubio con el pelo rapado, ojos claros, sin barba, estilo tirando a clásico y cara de niño bueno. Aun así, me gustó. Los meses fueron pasando y seguimos quedando de vez en cuando para ir al cine, a tomar unas cervezas o a cenar. Él no tenía ninguna prisa y a mí me resultó raro no acabar sin ropa en el segundo encuentro, sin embargo, entendí que no todos manejamos los mismos tiempos y me habitué a que marcara él el ritmo. Y así, sin grandes sobresaltos, hemos llegado hasta aquí.
—No quiero que me esperes, Bruno, no tienes ningún compromiso conmigo.
—Vamos, Vega, no te vas a quedar allí para siempre. Solo te digo que estaré aquí cuando vuelvas y que no quiero perder el contacto contigo. No te estoy pidiendo matrimonio.
Le saco la lengua haciéndole burla, sé que no se está refiriendo a eso.
—¡Uf, qué desilusión! —ironizo—. Ahora en serio. Puedes seguir haciendo tu vida y lo que te plazca, no tienes que rendirme cuentas.
—Tenemos un problema si después de un año no te has dado cuenta de que no soy el rey de los rollos de una noche. —Eleva las cejas y yo cabeceo.
Tiene razón, al menos conmigo no ha sido así. Nos despedimos en la puerta media hora después, sin promesas por mi parte y con una suya: Seguiré aquí.
Llamo a mi madre mientras saco la maleta de debajo de la cama y empiezo a guardar mi ropa, pongo el altavoz para no perder el tiempo.
—Hola, cariño.
—Hola, mamá.
—Acabo de hablar con Damián, me ha dicho que te metas algo de abrigo, que allí el tiempo es muy cambiante.
—Gracias por recordármelo, había olvidado que allí no hay tiendas.
—¡Vaya! Mi hija usando el sarcasmo. ¡Qué novedad!
Sí, eso es un hecho, a veces debería morderme la lengua antes de soltar lo que pienso con tanta sorna, pero temo morirme con mi propio veneno si lo hago.
—¿Qué tal está Damián?
—Mal, Vega, está muy agobiado y cada día más triste. ¿Estás segura de lo que vas a hacer? —me pregunta por trillonésima vez. Supongo que, en el fondo, se siente un poco culpable por no ser ella la que viaje el martes a echar una mano a su hijo.
—Completamente, mamá. Tú no te preocupes.
Mi madre sigue contándome detalles sobre su próximo viaje a Canarias, el que le han organizado por su jubilación unas antiguas compañeras del hospital y, con su voz armoniosa de fondo como banda sonora, sigo a lo mío.
Cuando mi hermano me pidió ayuda, ambos estuvimos de acuerdo en dejar a nuestra madre al margen de la situación. Después de haber trabajado tan duro toda una vida, no podíamos consentir que perdiera la libertad y no disfrutara de su jubilación, como le ocurre, desafortunadamente, a miles de abuelos.
—Sabes que si necesitáis que vaya…
—Mamá —protesto ante su insistencia—, aunque no lo recuerdes, soy tu hija mayor.
Ella se ríe con ganas porque, aunque así lo corrobore mi fecha de nacimiento, mi madre siempre me ha considerado la niña pequeña de la casa. Nos despedimos cuando tengo la maleta casi lista y quedamos en hablar mañana otra vez.
Los siguientes minutos mi cerebro no para de devolverme imágenes de otra Vega en otra vida, por lo que decido meterme en la ducha para intentar desconectar.
Es una ciudad, Vega.
La misma ciudad.
Pienso de nuevo en mi hermano y en mi sobrina, mi familia, razón más que suficiente para no mirar atrás.
2. ESE CHICO DE OJOS TRISTES
2021
VEGA
Mi hermano me abraza tan fuerte que me deja sin respiración, lleva así tantos segundos, aferrado a mi cuerpo, que acaparamos las miradas de todos los transeúntes de la terminal de llegadas de Schiphol.
—Damián, necesito coger aire.
—Lo siento, sister. Qué puñetero desastre soy, casi te empapo la camiseta. —Se separa de mí y se pasa las manos por el pelo, hastiado, ahora lo lleva más largo de lo habitual, por lo que yo misma meto las manos en su flequillo y se lo revuelvo—. ¿Solo has traído una maleta y el portátil? —pregunta, intentado recomponerse.
—Sí, tampoco iba a traerme todo el armario, aquí hay tiendas, ¿recuerdas? —Caminamos hacia el parking para coger su coche.
Mi hermano se carcajea y hace alusión a la conversación que mantuvo con mi madre después de que colgara conmigo, en la que, evidentemente, hablaron de mí y de mi teoría sobre la industria textil holandesa. En esta familia las noticias son más rápidas que los aviones.
—¿Qué tal estás?
—Estoy bien. —Cabeceo—. Deja de preocuparte por mí. Los importantes ahora sois Ada y tú, ¿cómo lo llevas?
Me ayuda a abrocharme el cinturón, como si fuera una niña pequeña, y enciende el motor para irnos a casa.
—Vega, en serio, muchísimas gracias —elude mi pregunta—. Sé que es una putada de las gordas que hayas tenido que venir aquí, precisamente. Te prometo que cuidaré de ti.
—No digas tonterías, Damián. Es solo una ciudad y en diciembre hará diez años, está olvidado.
—No lo está si todavía llevas la cuenta —afirma.
Paso de contradecirlo, simplemente, me limito a rebuscar en mi bolso las gafas de sol y ponérmelas antes de quedarme ciega.
—¿Todo sigue igual? —insisto, porque estamos hablando de él y no de mí.
—Sí, sin novedad. El viernes voy a Amberes a buscar a Ada. La semana que viene empieza el colegio y quiero que se centre unos días antes en casa, necesita recuperar su rutina, porque ha pasado mucho tiempo sin estar aquí. Estoy nervioso, no sé… —Resopla y mi mano viaja hasta su rodilla para detener su tembleque.
Me duele mucho verlo así; cansado y muy perdido. Precisamente él, que es el ser más tranquilo de este mundo. Vamos, la calma y la sensatez en persona.
Yo le saco a él dos años y él a mí dos pasos, siempre, desde que era un mocoso. Damián ha ido por delante de mí, en todo. Posee un sexto sentido para leerme, no solo a mí, también a mi vida. Me llenaba la cabeza de consejos sobre la anticipación y la prevención, sin embargo, soy jodidamente visceral y, encima, pasé muchos años pecando de soberbia y orgullo —combinación bastante explosiva, por cierto—, así que, en raras ocasiones, tuve en cuenta su opinión. Damián es bueno, noble y protector. Por eso, verlo fatigado, sin un atisbo de sonrisa en su cara de niño mono, y con esa mirada gris y apagada, me parte en dos. Mi chico de risa contagiosa es ahora el de ojos tristes que se agarra al volante con fragilidad. Ni tan siquiera él, con su instinto, hubiera sido capaz de prever el cambio tan brutal que dio su vida aquella tarde de febrero.
En cuanto me doy cuenta de que estamos a punto de llegar a su casa, un pequeño nudo se forma en mi estómago. Afortunadamente, mi hermano abandonó el piso en la calle Tweede Laurierdwarsstraat en el que viví con él cuando se mudó con Lilly. Ahora, tienen uno mucho más grande, aunque sigue estando en el mismo barrio.
La memoria es muy puñetera, al menos la mía. Se puede olvidar de lo que cené hace un par de noches, sin embargo, la cabrona guarda otros detalles como si se hubieran grabado a fuego en mi cerebro. A pesar de que apenas viví aquí tres meses, una buena ráfaga de imágenes de aquellos escasos noventa días se pasea por mi mente como los fotogramas de una película antigua, en blanco y negro, quizá porque el color se ha ido deslavando.
—No sé qué decirte, Dami, nadie se puede poner en tu piel en este momento.
—Lo sé, tranquila, que estés aquí para acompañarme ya es suficiente, Vega.
—No podía dejarte solo. Tú ya viniste a rescatarme una vez.
—O sea que lo haces porque te sientes en deuda conmigo, ¿eh?
—No seas idiota. —Le atizo un pequeño manotazo antes de bajarnos del coche—. Lo hago por ti y por Ada, sabes que mi sobrina está muy por encima de cualquier otro miembro de nuestra familia.
Me parece vislumbrar un amago de sonrisa y mis nervios se esfuman.
No he dicho ninguna mentira, mi sobrina, que en diciembre cumplirá cinco años, es mi ojito derecho; rubia platino como su madre, pecosa como mi hermano de pequeño y con más arte junto del que yo pueda exponer en la galería. Es lista y zalamera, una combinación perfecta para hacer conmigo lo que quiera, hasta despertar en mí un instinto inexplorado.
El piso está en el barrio Jordaan, uno de los mejores de Ámsterdam, por eso entiendo que mi hermano no se haya querido mover de aquí. Tiene ambiente, tiendas, pubs, restaurantes, en definitiva, vida. Quizás a la segunda le coja el punto a esta ciudad, ¿no?
—Vaya, esto es una pasada —exclamo cuando entramos en su precioso piso y nos descalzamos, ya sabes, costumbres europeas.
Ventanales enormes en el salón con vistas al canal. Techos altos. Puertas blancas. Suelos de madera ancha. Muebles restaurados con mimo y piezas con color.
—Pasa. —Me indica para que le siga a través del pasillo.
Había visto alguna foto cuando se mudaron y las que nos suelen mandar en las celebraciones de los cumpleaños, pero desde dentro es mucho más espectacular.
—Esto tiene que costar una pasta.
—Las clínicas van bien, no me puedo quejar.
Aquí, mi bro, con veintitrés añitos y recién graduado en Odontología, vino raudo y veloz a rescatarme y, como la vida es muy caprichosa, él se quedó en esta ciudad y yo me fui. En menos de seis meses empezaba a controlar el idioma, tenía trabajo y una novia preciosa. Ahora entiendes mejor lo de la ventaja que siempre me saca, ¿no? Enseguida consiguió abrir su propia clínica dental junto a otra compañera de universidad, que también recaló aquí. Desde entonces, no ha parado de crecer, porque acaba de abrir la segunda hace muy poco.
—¿Esta es mi habitación?
—Sí, era mi despacho, pero he intentado hacerlo más habitable. —Ha apartado la mesa hacia un lado y ha colocado una cama en el centro. También ha despejado un armario pequeño, de los de un cuerpo, antiguo y con espejo.
—Es perfecta.
—He pensado que, como estarás sola hasta que Ada salga de la escuela, puedes colocar tu ordenador y trabajar en el salón, allí hay muchísima luz y más espacio.
Me parece una buena idea. Afortunadamente, puedo trabajar desde cualquier rincón del mundo siempre que tenga conexión a internet. Estudié Historia del Arte, con la cantinela de mi madre de fondo sobre las escasas salidas laborales de mi elección. Y su afirmación constante de que sería una más en la larga lista de desempleados que tiene nuestro país. La realidad ha sido bien diferente a sus predicciones. No es solo que nunca haya pasado apuros gordos desde que me gradué, sino que, además, hace unos años, conseguí el trabajo de mis sueños en una de las mejores galerías de Madrid.
Soy la encargada de elegir y actualizar los contenidos de su web, en coordinación con Álvaro, el dueño. Puede decirse que mi puesto engloba las tareas de una creadora de contenido y de una jefa de Departamento de Comunicación. Además, sigo siendo asesora de arte y conservo, en exclusiva, a mis principales clientes; tres coleccionistas forrados y caprichosos que me tienen ocupada la mayor parte del tiempo con sus colecciones. Así que trasladar la oficina de mi mesa del salón a este piso de mi hermano no me va a suponer ningún problema.
—Cojonudo —respondo resuelta.
—Sigues hablando fatal, Vega. Vas a tener que tener cuidado con Ada, le encanta repetirlo todo, sobre todo si es en español.
Me descojono con ese dato y él pone los ojos en blanco.
—Vale… —entono repipi—. Lo intentaré.
—Parece mentira que luego seas una pija finolis y trates con esos ricachones que gastan millonadas en un cuadro que podría pintar mi hija.
—¡Oye! No te metas con el precioso oficio del arte —protesto—. Además, es importantísimo saber moverte en cualquier ambiente, pero no perder nunca tu esencia —recalco para que no se piense que hablo de albúmina, yeso, encáustica, óleo, expresionismo abstracto o hiperrealismo todo el rato.
Me enseña el resto de las habitaciones, la cocina y el baño, que compartiré con mi sobrina. Antes de liarme a deshacer mi maleta, le obligo a tomarse una cerveza conmigo tirados en el sofá.
—¿Qué quieres hacer? ¿Te apetece ir a dar una vuelta? —me pregunta con poco entusiasmo.
—No, hoy creo que prefiero quedarme aquí y aclimatarme. Además, debería encender el portátil y echar un vistazo a los correos.
—Vale, entonces pido luego la cena.
—Ni de coña. Déjame echar un vistazo a tu nevera y preparo algo.
Mi hermano sabe que me encanta cocinar y, además, me relaja, por lo que me viene de lujo para mentalizarme de dónde estoy y de lo que he venido a hacer aquí.
—Vega, quizá deberíamos llamar al chino… —vocea.
—¡Dami! Pero si este frigorífico está para comerme a mí —grito porque solo encuentro dos yogures y tres latas de cerveza, tristes y solitarias, saludándome.
—No como en casa nunca y Ada lo hará en el colegio cuando empiece a ir a clase. Además, hace mucho tiempo que no está aquí… —Entra cabizbajo, medio disculpándose.
Se sienta en el taburete y apoya los codos en la isla, sujetándose la cabeza con las manos. Abatido.
—¡Eh, mírame! —Me acerco y le cojo de la barbilla para que alce la cabeza—. No tienes que poder con todo, ¿vale?
—Es que estoy jodido, Vega. Este que se arrastra de casa al trabajo y del trabajo a casa no soy yo y me fastidia sentirme así.
—Lo sé, pero yo tengo un hermano muy sabio que una vez me dijo: Uno puede dejar de estar durante un tiempo, sin embargo, nunca hay que dejar de ser.
—¿Has utilizado sabio y hermano en la misma frase? —me pregunta con chulería y por fin veo sus ojos—. Esta ciudad ya te está cambiando, Vega. Ten cuidado.
—Calla, capullo. Y vámonos a la compra antes de que estos europeos se metan en la cama. —Miro mi reloj y pestañeo—. Coño, si ya deben de estar a punto.
3. FLOTANDO
2021
ELIO
Agudizo el oído para dar con el paradero de mi móvil. La mayor parte del tiempo lo tengo en modo vibración, porque suelo llevarlo encima, pero, con este caos, lo habré dejado tirado por cualquier rincón y ahora no lo encuentro.
—¡Te tengo! —Lo rescato del sofá—. ¿Sí?
Deja de sonar justo cuando descuelgo, así que no tengo más remedio que devolver la llamada.
—Elio, ¿me escuchas?
—Sí. Dime, Emma.
—No te oigo muy bien. —Su voz suena entrecortada y me muevo esquivando las cajas para intentar buscar un sitio donde poder escucharla mejor.
—Espera que salgo a cubierta, quizá tenga mejor cobertura afuera.
La carcajada de mi amiga me llega alta y clara, nada que ver con el sonido anterior. Subo las seis escaleras que me separan de la puerta y salgo para apoyarme en la barandilla.
—Vaya, eso de salir a cubierta ha sonado como si estuvieras navegando por el Mediterráneo en un yate de lujo. ¿Tal vez Ibiza?
—Muy graciosilla, ¿no se supone que esto hace cien años fue un barco? Pues tendré que utilizar el vocabulario náutico, ¿no?
—Tú lo has dicho, amigo. Hace cien años. Ahora es una houseboat. Por cierto, ¿todo bien? Porque, como has adelantado tu traslado casi un mes, puede que te falte algo.
—De momento, sí. Funciona todo perfectamente. Incluidos los grifos, a pesar de que casi me disloco la muñeca abriéndolos, están bastante oxidados, pero el agua sale limpia.
—¿Qué querías? Esa casa lleva cerrada demasiado tiempo. Desde que se murió mi abuelo nadie se ha ocupado de su mantenimiento, solo de limpiarla.
—Pues entonces no está ni tan mal.
Dudé hasta el último minuto sobre dónde alojarme, pero, en cuanto Emma me envió las fotos de esta casa flotante, que pertenece a su familia, supe que tenía que ser aquí. No es como estar frente el mar, balanceando mi mirada en el movimiento de las olas, pero el elemento sigue siendo el agua, vital para mí. Un piso o un apartamento pequeño en este barrio eran mi otra opción, sin embargo, he preferido retrasar ese primer azote mental en forma de recuerdo, aunque no estoy muy lejos.
Se nota que esta casa era el capricho del abuelo de Emma, un arquitecto bastante afamado de la ciudad. Está rehabilitada con muchísimo gusto. Las paredes, laminadas en madera grisácea, a conjunto del suelo. La cocina americana con una pequeña barra forrada de azulejos hidráulicos en blanco y negro, con todo lo necesario. La zona de estar, con un sofá gris, bastante cómodo para ser pequeño, lleno de cojines blancos, en perfecta armonía con los tonos neutros del resto de la decoración interior. A mano derecha, una mesa funcional, donde cabe mi ordenador, mis libretas y todos los rotuladores que despliego cuando me siento a trasladar las ideas de mis anotaciones al documento Word que he abierto hace meses. En la otra punta, o también llamada popa, la única habitación; cama de madera, de buen tamaño, con arcón debajo de almacenaje y la ventana (u ojo de buey, continuando con la terminología naval) como cabecero. Tras una puerta corredera de estilo industrial, un baño; en los mismos colores grises, blancos y negros, para no desentonar. El detalle de haber encajado una ducha, amplia y moderna, y una bañera antigua con patas es de otro nivel. Un nivel muy superior.
—Por cierto. Pensé que te quedarías en París algunos días más —me dice mi amiga con tono condescendiente.
—Pues no, ya sabes que no es mi ciudad favorita del mundo. Y, además, en esta ocasión, he estado muy disperso allí. Me pesaban los días. —Pierdo la mirada en el canal. Vale, la pierdo también en mis pensamientos durante un tiempo que no sabría cifrar.
—No me fastidies, Elio. ¿No has escrito nada? —La entonación de Emma me devuelve al presente y me recuerda que, ahora, además de ser mi amiga, es mi editora y se acaba de poner en modo profesional.
—Tranquila, Em. Está todo controlado.
—Ni Em, ni nada. No me cameles. En unas semanas volaré a Ámsterdam y necesito que tengas la mitad del borrador por lo menos. Que luego ya sabes que hay que montar la maqueta con las fotos y encuadrar los textos. Tienes los cuadernos llenos de ideas documentadas, Elio, no puede ser tan difícil. Llevas acumulando material casi diez años. Como no tengas más de la mitad cuando llegue, te voy a tirar al canal. Y que sepas que ese no lo drenan desde hace años. Verde vas a salir.
Me aguanto la risa porque, cuando se cabrea, parece poseída y me hace mucha gracia comprobar su cambio de tercio en cuestión de segundos. Su marido Jon, mi mejor amigo, y yo solemos aguantar sus sermones como si fuéramos dos chiquillos traviesos. En cuanto no la tenemos delante, nos partimos de risa, porque Emma es perro ladrador, poco mordedor.
—Te prometo que lo tendrás. Solo necesito un par de días para ordenar mis cosas en mi nuevo hogar y concentrarme. Por eso he venido antes de lo previsto, Emma, porque sé que en el único sitio donde puedo reconectar con el auténtico Elio es en esta ciudad. Hace demasiado tiempo que no sé quién cojones soy y ya es hora de averiguarlo.
—Te lo puedo recordar yo si quieres. Eres casi el mismo Elio que se marchó de Ámsterdam siendo un niñato cobarde y gilipollas. Ah, y mentiroso, eso también —afirma y se queda tan pancha.
—Maravilloso, Emma. ¿Algo más?
—No, creo que con eso tienes suficiente. —Relaja el tono—. Ponte las pilas, porque de verdad que pensé que estabas centrado en sacar adelante este proyecto y creí que con Aiko en París…
—Tiene que ser aquí —la corto, porque sé que me va a hablar de por qué soy incapaz de asentarme y abrirme, esa letanía que tan bien me conozco—. Necesito reconciliarme conmigo mismo, con esta ciudad, con lo que atesoro de ella y con esa parte que debería dejar de ser una roca dentro de mí.
—¿Ves? En el fondo eres un maldito romántico.
—No digas tonterías.
—No son tonterías, amigo. ¿Tú no te oyes? Eres un romántico —me repite—, aunque te pegues un tiro en la sien antes de reconocerlo.
—¡Qué exagerada! —Niego con la cabeza a pesar de que no puede verme—. Supongo que querías decir guarromántico,¿no?
—Eso también, idiota. —Se ríe y me relajo. La seriedad no le dura mucho—. Escribe de una maldita vez y no pierdas el tiempo, que te conozco. Si quieres empezar a ser un adulto, deja tu nabo guardado una temporada, te ahorrarás disgustos.
—Gracias por el consejo, pero tus palabras me ofenden, amiga —le digo ceremonioso—. Te he dicho hace un par de meses que estoy en plena época de castidad, no he venido para eso. —Oigo cómo resopla, incrédula.
A ver, entiendo que esa afirmación, viniendo de mí, sea difícil de creer, pero es verdad que llevo algún tiempo en el dique seco, más por voluntad propia que por falta de oportunidades, y, que conste que me siento realmente bien, sin necesidad de intercambiar fluidos.
—Lo que tú digas. Será mejor que me vaya a comer.
Existe tanta confianza entre nosotros que no necesita escusas para ignorarme y lo prefiero así, porque odio tener que guardar las formas y menos con mis amigos.
—Vale, cuídate y dale dos besos a Jon de mi parte.
—No los va a querer, que lo sepas.
—Vaya, pues cuando hablo con él no está tan susceptible.
—Porque te quiere, idiota, pero hace trece meses que no te ve. —Y suena a queja.
Repito la misma excusa de siempre, esa en la que me convenzo sobre lo importante que ha sido mi trabajo durante los últimos años, lo bien que me he sentido logrando mis metas profesionales y el poco margen que me ha quedado para la vida social o familiar. Pero, en el fondo, en el fondo está lo que me guardo. Y sé que haber vivido entre aeropuertos y aviones con la maleta siempre hecha ha sido mitad elección mitad imposición propia, como una huida hacia adelante continua, una que sabía que algún día tendría que terminar, como realmente está sucediendo ahora. Me despido de ella con la promesa de que voy a aplicarme las próximas semanas y con su amenaza a voz en grito como adiós.
Antes de volver a entrar en casa, o en el barco, lo que prefieras, y terminar de acomodarme, me quedo observando el movimiento del agua del canal; esa sinuosidad del flujo continuo, tan distinta a las mareas, pero casi igual de atrayente.
La memoria es cabrona y, sin darle permiso, evoca mi primer paseo por Prinsengracht de su mano todavía temblorosa, con el miedo subyacente por pisar un nuevo país. La forma ovalada de su rostro a contraluz. La mirada ávida e impaciente, queriendo empaparse de todo lo que estaba al alcance de sus ojos. Sus labios entreabiertos, admirando cada rincón con esa necesidad de arte que siempre habitaba en ella. Y hasta el sonido del eco de las palabras que no fui capaz de pronunciar. Y, joder, es tan extraño. Tan extraño que me siento flotando.
Continuará…
Si os ha gustado y queréis seguir leyendo, este es el enlace.
Hola de nuevo. Hacía un montón de tiempo que no me pasaba por aquí, pero es que he estado ocupada terminando de pulir mis próximos proyectos literarios. He estado tan enfrascada que no escribo nada nuevo desde finales de julio. Creo que es la primera vez que hago un parón tan largo, porque en los últimos años he enganchado la escritura de una historia con otra, incluso solapado, así que estoy deseando dejarlo todo cerrado y empezar algo nuevo.
Acaba de llegar octubre y con él el último tramo del año. 2022 vendrá cargadito, por eso, aunque pueda sonar raro, estoy contando los días para recibirlo. Pero antes de que eso suceda, podréis disfrutar de la reedición de la Bilogía Lía; mi primera historia de #amordelbueno que en febrero cumplirá cuatro añitos.
Bilogía Lía (2018)
Muchas de vosotras me conocisteis con ella y me habéis acompañado hasta hoy. Muchísimas gracias por haberme dado una oportunidad cuando os lo pedí (o cuando os lo rogué por Messenger o Instagram, porque soy consciente de todas las puertas a las que toqué). Gracias infinitas por todas esas muestras de cariño que me hacéis llegar, por los ánimos y por seguir acompañándome seis novelas después.
Me tiré a la piscina sin saber si había agua y la verdad es que no me arrepiento ni un solo día desde que di ese salto, porque me habéis hecho inmensamente feliz.
De la historia de Lía os podría decir mil cosas, pero, la fundamental es que fue la primera, por eso, ella y Axel siempre serán especiales para mí. Si ellos no os hubieran hecho sentir, yo ahora no estaría aquí.
Si habéis leído todas mis historias, espero que hayáis apreciado la evolución de mi escritura. Con Lía era una novata, que solo había escrito para mí, y que, animada por la acogida que tuvo en wattpad, y con la ilusión por bandera, me lancé a publicar su historia en papel, sin pulirla demasiado.
Cuando me preguntan por qué reedito su historia ahora, respondo que porque ha llegado el momento de contarla mejor sin perder un ápice de su esencia.
Ha sido un trabajo difícil y arduo, lo reconozco, porque en estos últimos años la vida ha cambiado mucho y mi pluma también. Ha sido raro enfrentarme a esos personajes que se formaron en mi cabeza hace tantos años y mirarlos ahora desde otra perspectiva. Sin embargo, creo que era necesario darles esta nueva oportunidad.
Confío en haberla dejado mucho más bonita y, por supuesto, deseo que os hagan sentir de nuevo, o incluso, más que la primera vez.
Recordad: El 4 de noviembre estará disponible en Amazon en digital y en papel en un solo libro. Y si quieres un ejemplar dedicado, solo tienes que pedírmelo.
A continuación os dejo el prólogo y los primeros capítulos.
Nos leemos.
PRÓLOGO
¿Sabéis cómo suenan los cojines del sofá cuando literalmente te dejas caer sobre él? Algo así como plaaaf. Pues ese es el maravilloso sonido que oigo en mi casa en este instante; de agotamiento y calma, todo a la vez.
Son las nueve de la noche y aún no me puedo creer la paz que se respira a mi alrededor. No hay gritos de niños, ni peleas, ni juguetes, ni ropa tirada por cualquier rincón; está todo colocado en el sitio correcto. Vamos, que se puede cenar en el suelo hoy. Así que, bendito plaaaf, pienso mientras me dejo caer como si fuera el último esfuerzo que puede hacer mi cuerpo a estas horas del día.
Desde que vivo sola con los niños, hace unos cuatro meses ya (todavía no soy capaz de articular esa palabra y no extrañarme al oírla: sola), esta es la tranquilidad que se respira en mi casa cuando mis hijos se van a pasar el fin de semana con su padre. Es una situación completamente nueva para mí. Sola, sin mis niños y sin él. A veces me repito en voz baja la dichosa palabrita que jamás formó parte de mi vocabulario para ver si, a base de escucharla, empiezo a tomar conciencia de mi estado actual. También suelo hablar de él en presente y, en cuanto me doy cuenta, rectifico. Esa historia se acabó, es pasado y ahora tengo que empezar a vivir otra etapa, una que nunca me planteé. Después de dieciocho años juntos, es difícil no referirme a él como mío, como si me perteneciera, una posesión, algo tan intrínseco a mí que durante muchos años fuimos solo uno. Parecerá una tontería, pero es que he estado con él el mismo tiempo de mi vida que sin él.
Como buena economista que soy y siempre mujer de números, he desarrollado la original teoría de que mi vida se rige por ciclos de dieciocho años de duración. Los primeros dieciocho, desde mi nacimiento hasta mi mayoría de edad, transcurrieron de forma normal, con unos años de infancia que ya empiezo a olvidar y una divertidísima adolescencia. El segundo ciclo, con la misma duración, obvio, que por cierto acaba de terminar, fue junto a él. Formando mi familia, pasamos buenos y malos momentos, superando las dificultades del día a día, viajando; crecimos juntos y, sobre todo, disfrutamos de la etapa más feliz de nuestras vidas: tener a nuestros dos niños que, aunque me vuelven loca la mayor parte del tiempo, los adoro. Desde que los tengo a ellos soy capaz de discernir lo bueno e importante de la vida de lo que realmente no lo es tanto.
Y ahora, aquí estoy, con treinta y seis años recién cumplidos, comenzando mi tercer ciclo. ¿Cuánto durará esta etapa? ¿Dieciocho años también? Si te soy sincera, no tengo ni idea, nunca me he imaginado este nuevo futuro, además, no quiero pensar a largo plazo. Solo te diré que estoy sola, tirada en mi sofá y con todo el tiempo del mundo para mí. Que se detenga el reloj, porque he conseguido un instante de calma.
NUEVO CICLO
El fin de semana se me ha hecho largo, más de lo que esperaba a priori. En nada volverán los niños y, aunque el viernes empecé muy relajada, disfrutando de mi soledad, ayer ya necesitaba un mínimo de actividad. Mi amiga, Julia, me insistió para que fuera al cine con ella, sin embargo, quise aprovechar ese rato para pensar. Pensar en cómo voy a afrontar el nuevo ciclo que comienza a partir de ya. Así que me excusé —con el manido dolor de cabeza— y me quedé todo el sábado en casa, sin salir, comiéndome el tarro. Al final, nada elocuente ha salido de mi cabeza. Lo único que tengo claro es que voy a disfrutar un poco más de mí. Quiero ver crecer a mis hijos, trabajar y ser feliz, sin complicaciones.
Soy metódica y me gusta tener todo organizado. Sin embargo, a veces queremos tener hasta el mínimo detalle tan meticulosamente controlado, empezando por cada pensamiento que se pasea por nuestra cabeza, que, cuando algo se tuerce y ya no sale como esperábamos, la desilusión es mortal. Por eso, he decidido dejarme llevar por primera vez en mi vida. Fluir. Necesito aceptarme a mí misma y adaptarme a mis nuevas circunstancias.
Supongo que en mi último año del ciclo anterior ya estaba así, disfrutando solo de los niños. Lo que pasa es que ni Carlo ni yo tuvimos el coraje suficiente para sentarnos y hablar de lo que había dejado de funcionar. Nos acomodamos en la rutina y sobrevivimos a los días sin mencionar lo que sentíamos en realidad. Un error bastante común en las parejas, guardarse para uno mismo los pensamientos. Pero, a la larga, eso que callas se acaba manifestando y, además, suele hacerlo en forma de explosión. Te puedo decir que, en mi caso, la bomba la activó él. Y, evidentemente, no lo hizo de la mejor manera, por eso estoy muy dolida con él. La vida en pareja ya nos lo había dado todo. El ser solo uno se había desvanecido y nuestros caminos llevaban metas diferentes. Lo que más me molesta es que, si él estaba un escalón por encima de mí, divisando ese final, debería habérmelo dicho antes de actuar así.
Respeto. Respeto es lo único que le faltó para acabar nuestro ciclo. Respeto a mí y a nuestra familia.
Piensa lo que quieras, pero no lo vi venir. Empezamos a ser dos seres distintos e independientes otra vez, cada uno con sus ideas, sus expectativas, sus metas y sus contradicciones. Después de tantos años sabiendo lo que pensaba y lo que iba a decir el otro en cualquier situación, nos volvimos dos desconocidos. Carlo y yo nos quisimos tanto que jamás creí que esto nos fuera a suceder. Sin embargo, sucedió. Él lo supo antes que yo y por eso me engañó.
Decidimos que cada uno continuara por separado su vida, sin intentar arreglarlo, porque creo que esa etapa se cerró definitivamente para los dos. Habíamos vivido tantas cosas juntos que las agotamos. Seguro que tardaré unos cuantos años en quitarme la imagen de Carlo mientras follaba a otra encima de su mesa en el trabajo, pero confío en que, con el paso del tiempo, todo tome valor en su justa medida.
Después de ese día, todo fue muy rápido. Creí que me costaría más aceptar la realidad, pero no fue el caso. Vendimos nuestra casa y yo me metí en la aventura de comprar un piso antiguo en el centro de la ciudad, para tener todo a mano. Necesitaba un nuevo proyecto en el que centrarme, algo que pudiese controlar. Siempre he sido yo quien ha llevado la casa y ha tomado todas las decisiones importantes de la familia, yo organizo y los demás ejecutan. El piso necesitaba una gran reforma, así que mi cabeza se mantuvo en constante actividad durante todo el proceso, se puede decir que me sirvió de terapia para ir poniendo los pilares a mi nueva etapa. Poco a poco, fui ordenando mi cabeza a la vez que ordenaba y decoraba mi nuevo hogar. Me endeudé un poco más y compré un altillo que se comunicaba con el piso, con la clara idea de hacer un estudio-loft, donde mis hijos pudieran vivir cerca de mí cuando crecieran, pero de forma independiente. Ese ha sido mi gran proyecto en realidad, en el que he puesto todo el corazón, un lugar especial que me hubiera encantado que mis padres me regalaran con dieciocho. Probablemente, cuando mis hijos cumplan la mayoría de edad no querrán vivir a mi lado, o sí, vete a saber, no tengo ni idea. Tampoco pretendo ser la típica madre que solo quiere organizar la vida de sus hijos, porque no son mi obra maestra. Hay algunos padres que quieren proyectar en sus retoños sus gustos, aficiones, pasiones y hasta sus fracasos. Solo espero no convertirme en una madre de ese tipo. Me parece un tremendo error olvidarnos de educarlos como seres independientes y tratar de influir en su pensamiento en exceso. Soy de las que piensa que deberíamos solo ejercer de guías, para que el día de mañana sean capaces de tomar sus propias decisiones. Unas veces acertarán y otras se equivocarán, pero serán sus errores y sus aciertos. La educación que les proporcionamos desde niños tendría que ser suficiente para que de mayores sepan aplicar el criterio más acertado. El tiempo dirá si conseguiré mi objetivo de haberlos complacido. También te diré que espero no ser tan mala madre como para que quieran salir huyendo, aunque hoy en día tú puedes pensar que eres una madre enrollada y ellos perciben todo lo contrario. Creo que es un problema generacional que perdura con el paso de los años, aunque, en mi humilde opinión, en esta época ese salto no es tan grande.
2- NO ES COÑA
Llegan las vacaciones de Semana Santa y mis niños se van a pasar quince días con su padre, así que voy a tener tiempo suficiente para dedicarme a mí, a holgazanear y hacer lo que me apetezca, sin horarios y sin prisas.
He quedado con Julia para comer en el bar Five, el favorito de mi amiga. Sus camareros son jóvenes y muy guapos, quizás eso tenga algo que ver. En cuanto nos ven entrar por la puerta se deshacen en piropos hacia nosotras y a mí me incomoda tanta parafernalia, la verdad, pero ella enseguida se mete en el papel de eterna adolescente, se crece y se imagina que está todavía en la cresta de la ola, o en la flor de la vida, como prefieras. Y, entonces, coquetea, coquetea… hasta que sale con el ego del tamaño de un camión. La alegría le suele durar varios días, después, vuelve y vuelta a empezar.
Traspaso la puerta y veo a Julia esperándome en la barra, cóctel favorito en mano. Preparado por su camarero favorito. Leo, un argentino con mucha labia que la tiene embelesada; cuerpazo, sonrisa perfecta y unos labios carnosos, apetecibles, y os lo digo yo, que no me suelo fijar en esas cosas. Ella no lo reconoce, pero está deseando estar un día hasta el cierre y conseguir llevárselo a casa, o más bien a la cama, para comprobar si los abdominales que parece que posee son reales o solo fruto de su imaginación.
—Lía, ven, siéntate a tomar uno de estos en lo que nos preparan la mesa. Hoy Leo los ha hecho mejor que nunca.
Pongo una sonrisilla de bruja y le guiño un ojo mientras me acerco. Leo coloca mi copa al lado de la de mi amiga y espera a que me siente en el taburete. Me extiende su mano para que acerque la mía y me besa finamente cerca de los nudillos. Esta es la clase de parafernalia a la que me refería y a la que no estoy acostumbrada. No sé si me gusta o me produce vergüenza ajena, o propia, que también puede ser. Además, la diferencia de edad es evidente, no me considero una señora y cuando me lo llaman puedo escupir lava, pero estoy segura de que él no pasa de veinticinco, y su actitud me incomoda un pelín.
—Buenos días.
—Buenos días, cariño, ¿qué tal estás?
Desde que estoy sola Julia no ha dejado de preguntarme cada día cómo estoy, creo que piensa que caeré en una terrible depresión o que, aunque le diga lo contrario, en el fondo no estoy contenta con mi nueva situación. Y nada más lejos de la realidad. Ni yo misma podía imaginar que mi cuerpo y mi mente iban a reaccionar así de bien ante el cambio.
—Muy bien, tranquila. —Doy un sorbo de mi copa—. Humm, ¡qué bueno! —Efectivamente, hoy nuestro cóctel está buenísimo—. Casi como el que lo prepara.
Ella empieza a reírse y me dice entre dientes:
—No tardaré en probarlo también.
Nos reímos sin disimulo y nos sentamos en nuestra mesa de siempre, cerca de la cristalera. Nos gusta darle a la lengua y controlar a los que pasean por la calle, pero también a los que se sientan a nuestro alrededor. Julia tiene un humor agudo y mordaz, le encanta sacar punta a todo y me hace reír constantemente. Comemos en un ambiente distendido y hablamos de todo.
Cuando terminamos el postre, me agarra la mano con la suya, muy ceremoniosa.
—Ahora viene la gran sorpresa. Por favor, prométeme que dirás que sí.
Me quedo ojiplática y pienso en lo que me habrá preparado esta mujer. Sin darme tiempo a nada más, saca de su bolso un sobre grande.
—¡Uy, Julia! ¡Te tengo más miedo! ¿Cómo voy a decir que sí? Así, sin más, viniendo de ti es imposible fiarse.
—Toma, ábrelo.
Entre alucinada y acojonada cojo el sobre, lo abro y lo primero que veo es una tarjeta con la foto de una playa paradisíaca y unas letras rojas enormes que dicen:
«No more singles: LOVE RESORT».
Al leerlo empiezo a reírme, lo primero que pienso es que se trata de una coña, que me lo está enseñando para criticar lo que hace la gente con tal de no estar soltera, pero alzo la vista de la fastuosa tarjeta y veo su mirada acusadora ante mis carcajadas.
—Oye, ¡no es coña, capulla! Saca del sobre toda la documentación porque te vas el viernes.
—¡Julia! ¿Estás loca? No voy a ir a un sitio así. ¿Crees que lo que necesito ahora es encontrar el amor? —Mi voz se vuelve más apagada, pero a la vez firme—. Amor en esta vida he tenido mucho. Así que espero no estar dándote pena por estar sola —protesto.
—¡Claro que no, nena! Solo quiero que cambies de aires. No me malinterpretes, sé que no te hace falta encontrar el amor ahora mismo. Aunque todos los días me dices que estás bien, creo que necesitas desconectar más. Dejar a los niños con el mamón de su padre y no quedarte en el sofá tú con tus propios pensamientos.
Será cabrona. Ahí ha dado en el clavo, excepto por lo de llamar mamón a Carlo, porque sabe que no va conmigo el insulto fácil. Es evidente que no me siento mal con mi nueva situación, sin embargo, sí que paso bastantes horas abstraída con mis pensamientos y sin ganas de hacer nada. Ella continúa:
—Me pareció que sería divertido, había cogido billetes para las dos, para hacernos un viajecito y echarnos unas risas, pero ya sabes que el jueves operan a mi madre, y mi hermana con los tres niños lo tiene más complicado para hacerse cargo de su recuperación. Así que tuve que llamar a la agencia y cancelar mi reserva. Estuve a punto de anular la tuya también. Luego me confirmaste que no tenías a los niños y pensé: es el mejor momento para que haga este viaje.
—Julia…
—El sitio parece increíble, es un resort de lujo y tienen todo tipo de actividades y talleres. ¡Mira qué playas! ¡Y qué agua! Nena, no me digas que no, piensa que puedes seguir con tus pensamientos, pero con «todo incluido» y dándote el solete en ese culito respingón. —Me encanta cómo me hace la pelota—. Ya te visualizo allí, bañándote en esas aguas cristalinas y tomando mojitos bajo las palmeras. —Saca del sobre otro folleto más amplio—. Los billetes son deluxe también. Un avión exclusivo que solo vuela a esa isla. Aquí va toda la documentación necesaria, incluido un visado especial. Solo necesitas ganas y tu pasaporte.
Todavía estoy en shock, no me imaginaba ni por un momento que la sorpresa fuese algo así. Lo que más me cabrea es que le he trasmitido una imagen de mí distinta de la que yo percibo; no estoy sola, ni aburrida, solo estoy en tránsito. Un poco ida, sí, pero feliz y relajada, sin complicaciones. Sin salir de mi asombro intento que vea, en vano, que se ha confundido.
—Bueno, y qué me quieres decir, ¿no habrás sido tan tonta de haber pagado todo el viaje? ¿Y si te digo que no? Te habrás gastado un pastizal. ¿O todavía estoy a tiempo de poder reconsiderar la oferta?
—Cariño, sabes que te quiero un montón. No me gustaría que no aceptases mi regalo. Si no fuera por la operación de mi madre, en ese sobre habría dos billetes y yo me iría contigo al fin del mundo.
Al fin del mundo, nunca mejor dicho.
Miro a mi amiga y ella me mira a mí, con ese par de ojos negros que son todo luz. Me ablanda el corazoncito cuando me pone esa cara.
—Creo que va a ser la peor semana de mi vida —gruño—. Y, cuando vuelva, me encargaré de recordártelo todos los días hasta que me regales otra cosa que subsane este tremendo error, ¿entendido? Quizás pueda poner mi culito al sol unos días.
Julia se levanta de su silla, se abalanza sobre mí y me come a besos, literal.
—¡Oh, Lía! Gracias. Te quiero y lo vas a pasar de lujo, me da a mí que será una semana inolvidable.
—Aquí está la cuenta, señoritas. Uf, cuánto amor veo hoy por aquí, ¿me he perdido algo importante? —pregunta Leo mientras nos deja una cajita encima de la mesa.
—Nada en especial —respondo y Julia se vuelve a sentar en su silla, le guiña el ojo a Leo y él le pone morritos.
¿En serio eso acaba de pasar? Este juego que se traen entre manos estos dos no va a acabar bien. Nada bien.
¿Qué tal? ¿Ya estáis disfrutando del calor tirados en la playa o en la piscina con un buen libro?
Sé que os tengo un poco abandonados, pero todavía no he empezado a disfrutar de mis vacaciones y los últimos meses han sido un poco caóticos, en cuanto a literatura se refiere.
Empecé asistiendo a la Feria del Libro de Paracuellos del Jarama en Madrid, el último fin de semana de mayo. Era la primera vez que se organizaba, pero me gustó poder volver a estar en contacto con mis lectoras. Gracias a las que os pasasteis un ratito a verme.
Unos días después, tuve el inmenso placer de participar en la Feria del Libro de Santander. El jueves 17 de junio presenté junto a Taira de Nicolás, mi editora de Rubric, » Nora y su vértigo constante» un año después de su publicación con Espasa. Fue un día muy especial para mí, porque era la primera vez que contaban conmigo en mi ciudad y me hizo mucha ilusión. Estuve rodeada de mi familia y de mis amigos, y, aunque siempre que hablo de Nora me queda un regusto amargo en el paladar, me encantó poder darle el sitio que sin duda se merecía.
Feria del Libro de Santander
En julio asistí al encuentro «Vigo entre letras», el primero pospandémico. Compartí charla y letras con blogueras, lectoras y otras autoras, pasando un día muy ameno y disfrutando por fin del ambiente literario sin una pantalla de por medio. Era muy necesario mirarnos a los ojos, aunque fuera con la mascarilla puesta.
Vigo entre letras
Además, hace unos días puse la palabra fin a mi novena novela. Uf, creo que siento el mismo vértigo que Nora en este instante. Nueve. Nueve novelas. Ocho protagonistas de ocho historias de #amordelbueno que han salido de mi cabeza y de mis tripas. Todavía me parece increíble haber llegado hasta aquí.
¿Qué os puedo contar de mi nuevo proyecto sin haceros spoiler?
Vaya, que difícil es hablar de ellos sin revelaros nada. Creo que el proyecto Ámsterdam es mi historia más madura hasta el momento. Está narrada por ambos protagonistas y alterno el pasado y el presente, dibujando la línea que los ha conducido hasta quienes son hoy. La adolescencia, los juegos, las primeras veces, los recuerdos y todas y cada una de las sensaciones escondieron en el fondo de un cajón y que no se habían perdido para siempre. Uf, todavía me emociono si los pienso. Sigo enamoradísima de ellos, hasta la médula.
Ahora me falta ponerles bonitos antes de que vean la luz y lleguen a vuestras manos. No sé la fecha exacta de publicación, pero mi intención es que salga a primeros de 2022 y, además, aunque no quiero adelantarme por si al final no puede ser, me gustaría que fuera un lanzamiento a lo grande. Muy BIG.
Me han exprimido tanto que en este momento no puedo escribir, por eso estoy aprovechando para preparar o iniciar otros proyectos.
El más inmediato es la reedición de la bilogía. Quiero contar la historia de Lía y Axel mejor, pero sin que pierdan su esencia. Es un reto difícil, porque han pasado muchos años desde que la escribí y cambiaría muchísimas cosas. Sin embargo, intentaré ser fiel a ellos y a su puta electricidad.
El proyecto Gael también está en mi mente; una historia New Adult que tengo abandonada hace meses y que me encantaría sentarme a escribir.
La peli y su historia con Adrián también está pendiente de perfilar, tengo las ideas claras y solo necesito tiempo para ordenarlas. En cuanto tenga su mapa, todo fluirá.
Por supuesto, no puedo olvidarme de ellos. Gabriela y Nicola están esperando su turno para ver la luz, con las calles de Nueva York como telón de fondo; el Upper East Side, NoLiTa… Brooklyn. Ay, que ganas tengo de que conozcáis a ese huracán que aterrizará en Manhattan y volverá loco al CEO de Coté Group. Estoy pendiente de una propuesta editorial, por lo tanto, tengo que esperar para poder contaros más cositas.
#SNYSTYYB
Como soy incapaz de estar quieta he empezado a colgar en Wattpad unos capítulos, tipo relato erótico, de Úrsula, la diosa de la vida. Pequeñas dosis de erotismo y sexo para que no se quede nadie sin su ola de calor. Si necesitáis subir vuestra temperatura corporal, adelante, echad un vistazo, son gratis.
Disponible en Wattpad
Y para terminar, os confesaré que también tengo alguna idea nueva. Una protagonista rondando los cuarenta, casada y cansada… Venga, no os desvelo más que todavía tengo que darle unas cuantas vueltas a su trama.
Como veis, mi cabecita loca no descansa ni con el modo VERANO.
Estoy de vuelta y lo primero, perdonad mi ausencia por estos lugares, pero es que el comienzo de este 2021 ha sido mágico e intenso. Demasiado intenso hasta para mí, que soy una «ansias» y prefiero no tener minutos libres durante el día.
La publicación de Los jardines de Sira me ha tenido muy ocupada, gracias a la buenísima acogida que la habéis dado, con un montón de reseñas, comentarios, reuniones en varios clubes de lectura y todos los mensajes que me habéis hecho llegar a través de mis redes. Sin duda, puedo seguir creciendo gracias a vosotras, mis lectoras, a las que estáis conmigo hace tiempo y a muchas nuevas que habéis llegado al universo de #amordelbueno ahora.
Puedo asegurar que la historia de Sira os ha gustado mucho, en general. Y en particular… ay, amigas. En particular os habéis vuelto completamente locas con un personaje secundario que casi eclipsa a mi pobre enfermero. Tanto, tanto, tanto… que no dejasteis de insistir hasta que os confirmé que iba a concederos el deseo y contaría su historia.
Ay…#putopoli. ¿En qué momento te creé así de apetecible? ¿Así de…todo?
Pues ni idea. Porque nunca fue mi intención elevar a este chico fuerte de ojos azules al nivel de «protagonista» y menos hacerlo en un periodo tan corto de tiempo.
A ver, que nos conocemos ya y yo sabía que me ibais a pedir su historia. Cómo hacéis casi siempre con alguno de mis secundarios. Sin embargo, este se nos ha ido de las manos, a vosotras y a mí, porque el «hype» que os he creado con Jacobo es insuperable. ¿O no?
Me parece increíble que el 3 de febrero pusiera la palabra fin a mi séptima novela , que es el Proyecto Nueva York, y que en vez de descansar un mes, como tenía previsto, hasta que empezara con el proyecto Ámsterdam, se colara el señor agente en medio de este caos literario. Animada por vosotras, evidentemente, me lie la manta a la cabeza y en un tiempo récord escribí su historia, para que no tuvierais que esperar demasiado tiempo para conocerla.
Os diré que es la más corta que he escrito, pero no por ello menos especial. Supongo que necesitaba plasmar algo más breve, divertido y ágil. Un paréntesis dentro de otros proyectos que me consumen más energía.
La octava a la que pongo fin y la séptima que publico, claramente ha adelantado por la derecha a la que tengo en el cajón.
La experiencia ha sido muy reconfortante. Y este par me han contado muchas cosas en poco tiempo. Por eso están escritas de forma más concisa, vamos, yendo al grano. Ahora, solo espero que el resultado esté a la altura de vuestras expectativas y de mi pluma, a la que quiero seguir cuidando y enriqueciendo.
Y ya solo me queda esperar vuestro veredicto, que lo conoceré a partir del 5 de mayo, cuando el amigo de Sira, al que tanto adorasteis, llegue a vuestras manos.
Sin buscarlo ni pretenderlo, las hermanas y sus aventuras se han convertido en la serie: «Las Flores». Que está mal que yo lo diga, lo sé, pero ha quedado jodidamente increíble.
Os habréis dado cuenta de que soy una mamá orgullosa de sus bebés, ¿no? Pues esa era mi intención hoy.
Venga, ya no me enrollo más.
Ahora, que comience la cuenta atrás y llegue pronto mayo, que dicen por ahí que es el mes de las Flores.
Lo sé, tengo el blog un poco abandonado, pero como se suele decir vulgarmente: no me da la vida «pa más».
Y es que desde que mi sexta novela ha visto la luz hace dos semanas ya, los días son increíblemente intensos; la batería de mi móvil se muere antes de entrar en la noche, mi stories de Instagran se llenan de contenido y no tengo minutos suficientes para responder a todos los mensajes y los comentarios que me mandáis. Así que, si hay alguno que se me ha pasado, disculpadme.
La edición en papel ha quedado preciosa y lo que más me gusta de la auto publicación es que va de mis manos a las vuestras.
México, Australia, Guatemala, Chicago, Alabama, Miami, Portugal y miles de rincones de España. Tantos que en una semana agotasteis la primera edición, porque sois jodidamente increíbles y tuve que pedir la segunda.
El olor, el tacto, el sonido de las páginas…
Con todo esto babéis conseguido subirme en una nube de la que me acojona bastante bajar, para que os voy a decir lo contrario.
Que la historia de mi «jardines» es especial lo tenía claro desde que me senté en plena pandemia a escribirla, con muchas dudas y muchos nervios, pero que fuera a tener una acogida así de espectacular no lo soñé jamás.
En su versión digital la colocasteis en el número uno de Amazon en menos de cuarenta y ocho horas y ha sido mi novela más descargada desde que hace tres años me tirara a la piscina con Lía, así que, una vez más: GRACIAS, porque sin vosotras esto sería imposible.
Amazon es una puerta al mundo y eso es innegable.
Para continuar con la fiesta literaria, Los jardines de Sira ha sido la novela elegida para tres Clubes de Lectura durante el mes de febrero. Todos me hacen especial ilusión y además podré participar en una reunión al final con mis lectoras, por lo tanto, seguiré subida es esa nube unos cuantos días más.
Y ante de despedirme te animo a que le des una oportunidad a esta historia si todavía no la conoces. Y, si por el contario, tienes una enorme resaca literaria porque se han hecho un huequito en tu corazón, te confesaré que quizás, dentro de poco, sepas más sobre alguno de ellos.
Prometo ir contando más cositas en seguida, porque mi agenda literaria para el 2021 está a tope.
Millones de gracias por formar parte mi Universo de #amordelbueno y por compartir y comentar mis historias.
Dicen que de las drogas se sale, espero que de esta mía no.
Me estiro el vestido verde—verde esperanza, dicen— y me atuso la melena en un gesto demasiado nervioso para tratarse de mí.
<<Vamos, Zoe, es solo una exposición>>.
<<Bueno, solo, solo… >>.
Si me respondo a mí misma mal voy, ¿no?
A priori, sí, es solo es una exposición, pero para ser más explícita es: LA EXPOSICIÓN. Lo enfatizo porque hoy, con esta muestra, se inaugura la galería más cool de todo Barcelona.
Mi pequeña aportación va a compartir espacio con las obras de unos artistas que son…Uf, son la hostia.
Vale, vale, perdonadme, que no quiero hiperventilar tan pronto.
— ¿Preparada?—me pregunta Constancia, mi jefa, que viene hasta mí de la mano de su chica, Angels, que además es la dueña de la galería. Ha sido tan iluminador conocer a estas dos mujeres, que solo puedo guiñarles un ojo y asentir.
—Pues haz los honores—me anima la galerista.
Con un ligero temblor en los dedos quito el cerrojo y abro la puerta de la “Love Art Gallery”, en pleno barrio del Born, a solo tres portales de mi casa.
El local, con un diseño industrial y minimalista, tiene dos salas enormes para dar cabida a cualquier muestra de arte.
Hoy, el lado derecho lo ocupa la pintura. La nueva colección del escocés, Alan Scott—un pedazo de artista y maromo, el cabrón me tuvo media adolescencia loquita por sus huesos—, ya luce sobre las paredes blancas. Junto a sus cuadros abstractos llenos de vida está mi granito de arena; cuatro lienzos de tamaño considerable que no sé cómo he sido capaz de terminar a tiempo.
El lado contrario, el izquierdo, está destinado a la fotografía, para diversificar un poco. Angels ha conseguido reunir a dos magníficos fotógrafos que nos tienen nada que ver. Uno es el arquitecto, Axel Rivas, que en esta ocasión expone su última colección de edificios singulares, os lo aclaro porque quizás también le conozcáis por su afición a la fotografía erótica, una lástima no poder disfrutar de esa temática hoy. Y el otro es Andrea Bianco, uno de los mejores retratistas del mundo de la moda ahora mismo y, además, casualidades de la vida, amigo íntimo de Alan. Ya sabéis ese dicho de: Dios los cría y el arte los junta.
Ah, esperad, que igual no era así…
Los primeros en pisar las losas de piedra del interior de la galería son Axel y Lía, su mujer. Bueno, me han chivado esta mañana cuando los he conocido que no están casados ni intención tienen.
—Hola, ¿qué tal? —me saludan.
—Aquí, esperando a los invitados, un poco atacada.
—Tranquila es normal —me dice él—. En cuanto expongas más veces lo llevarás mejor.
—No sé si seré capaz de volver a coger un pincel —confirmo con desgana y se ríen al ver mi gesto de frustración.
Joder, cuando se quitan los abrigos y los dejan en el perchero me quedo como una idiota, mirándoles. ¡Menuda pareja de guapos! No es por criticar pero ella es un poco mayor que él, aunque apenas se nota. Y ya que me he puesto a darle a la sinhueso os diré que al arquitecto le queda la camisa blanca tan acoplada al torso que os entrarían ganas de arrancársela si estuvierais aquí. Claro que, ella no se queda atrás, el vestido negro con flores rosas que lleva puesto tiene un escote de vértigo que no lo puede lucir cualquiera. Así que, sonrío al ver a Axel desviar su mirada justo ahí, entre sus peras. Solo le falta relamerse.
— ¡Capullos! Podíais haberme esperado, ¿no? Os dije que solo necesitaba un cuarto de hora más. — La voz de una chica alta y morena llama nuestra atención.
—Tú sí que sabes cómo entrar en los sitios, amiguita— exclama Lía y nos presentan a la recién llegada.
Es Julia, su mejor amiga. En un minuto y sin pelos en la lengua, nos cuenta todo el periplo que ha tenido que pasar para llegar hasta aquí desde el hotel.
— ¿Y Claudio? —pregunta Axel.
—Llegará más tarde, es que hemos tenido un percance con su ropa.
—¿Con su ropa? —Se interesa él.
—Sí, no es aconsejable que os la metáis en la boca sin bajarle el pantalón antes—apunta tan tranquila.
— ¡Joder, Julita! —espeta Axel y pone los ojos en blanco.
—¿Qué pasa? Cómo si ellas no se hubieran comido una polla nunca. Es solo un consejito que les doy y gratis.
—Nosotras te lo agradecemos, pero no lo necesitamos —responden Ana y Angels entrando en la conversación y provocando que nos descojonemos al ver la cara de Julia.
Vaya, vaya… me da que Julia y yo nos parecemos bastante.
—Toma, bebe y calla —le dice su amiga y le tiende una copa.
—Te lo agradezco que tengo la garganta seca. —Más carcajadas—. Venga, ¿dónde están esas fotos de mi amiga enseñando piel?— pregunta ella eufórica.
—Lee —le dice Axel entregándole el flyer de la exposición—. Hoy toca hormigón y ladrillo, nada de cuerpos.
—Bueno, pensándolo bien, quizás sea lo mejor para evitar otro calentón tonto como el que he tenido antes —resuelve ella y me encanta su naturalidad.
Antes de que se muevan para ir a la sala, entra un pequeño grupo charlando.
— ¡Alberto! ¡Qué sorpresa!, pensé que no vendrías.
Me lanzo a abrazarlo y me choco con la barriga de Oliva que viene cogida de su mano, la pobre está a punto de reventar. Vale, vale, que igual me he pasado un poco, está a punto de ser mamá, no es que se haya puesto gorda la chica sin motivo.
—Mañana no tengo que rodar hasta las seis y Oliva necesita pasear.
—Vaya, no te queda nada, ¿no? —le pregunto y le doy dos besos a ella también.
—Pues no. —Se toca la barriga—. Leo está a punto de llegar, salgo de cuentas en enero.
—¿Entonces nacerá en Barcelona?
—¡Qué remedio! Alberto no quiere perdérselo por nada en el mundo y el rodaje durará unos meses todavía.
—Hay otros cagones que prefieren que les pille de viaje —dice una chica rubia que viene con ellos y mira achicando los ojos a su acompañante.
Sus amigos se ríen y Oli me los presenta. Son Sara, Raúl y detrás de ellos, Rocío.
—¿Qué pillasteis una oferta? —pregunto al ver que Sara también tiene un bombo considerable.
—Sí, menos mal que ese día yo no fui de compras —apuntilla la morena y sus amigas niegan con la cabeza.
—No, Ro es más de ir de tienda en tienda, mirar, tocar y no comprar nunca nada— afirma Raúl y la aludida le mete un pequeño guantazo.
—Un poco de paz, chicos, que nos sube la tensión —rebate Oli y su chico la besa y la mira desbordado de amor.
Oh…
Alberto y yo hemos coincidido en alguna campaña publicitaria más desde aquella primera vez para la marca de jeans. Me parece que hace un siglo de aquello y la verdad es que como pertenece a mi etapa en la otra agencia, con el difunto resucitado, no me mola mucho recordarlo. Ahora os confesaré que él sigue tan impresionante como siempre, el chico envejece como el buen vino, y ella sigue siendo un amor. ¡Menuda pareja bonita, coño!
Les presento a Axel y compañía y se ponen a comentar algo sobre la casa de Alberto en Asturias que él diseñó. Desconecto cuando Ana y Angels descorchan un par de botellas de vino más y nos sirven unas copas. Las que vienen con premio solo beben agua, pero yo le pego un buen trago a la mía.
—¿Ese es Alberto Vega, el actor? —me pregunta Julia cerca del oído, como si nadie se hubiera dado cuenta de la radiografía que le está haciendo.
—El mismo —respondo haciéndole un repasito yo también.
—Madre del amor hermoso, en persona es… —suelta sin cortarse y se empieza a abanicar con la mano.
—¿Todavía tienes calor? Pensé que después de lo de antes. —Un chico moreno y alto, con mirada canalla, viene de frente hacia nosotras con una sonrisa lobuna.
—No, Dío, a mí solo me acaloras tú —rebate ella melosa y me aguanto la risa.
Este tiene pinta de ser el de la comida de berenjena.
—Claro, nena, por eso me tuve que tragar la serie de ese tío. —Señala a Alberto con la cabeza—. Del tirón, porque no te ponía nada, ¿verdad?
—Venga, va, solo un poco. Por cierto, me gustas con ese vaquero.
—Era este o venir en calzoncillos.
—¿Os queréis comportar? —interviene Lía cuando los escucha.
—Sí, zorri. —Julia junta las manos a modo de perdón—. No vayas de inocente ahora que tú y el Alegrías podrías encender las luces de Navidad de toda la cuidad con vuestra puta electricidad, que no se os agota nunca.
—¿Me llamabais? —pregunta Axel acercándose por detrás y arrimando su pelvis al trasero de Lía, sin cortarse ni un pelo delante de todos.
Joder, un poquito de consideración para las que estamos muertas de hambre, ¿no?
—Vecino, recuerda comportarte, que hoy eres el artista —le advierte Lía.
—Por eso mismo no te estoy empotrando contra esa pared, princesa.
—Bueno. —Carraspeo con algo parecido a la envidia, qué coño, es envidia—. Bienvenidos, estáis en vuestra casa.
Me alejo de ese puto foco de calor y voy hasta la puerta para recibir a Galita y a Marc.
—¡Hola, chicos!
—¡Vaya, Peligrosa! Esto está hasta los topes. —Marc echa un vistazo rápido y asiente con aprobación.
—Guau, ha quedado muy bonita —afirma Gala mientras se gira a mirar todo.
Constancia y Angels vienen a darles dos besos y de paso se llevan sus abrigos.
—No os los llevéis muy lejos —las advierte Marc—, nos vamos a ir enseguida.
—¿Enseguida? —inquiero con sorpresa.
—Tarde de navidad y sin niños, Peligrosa. Gala tiene la llave de tu piso y yo tengo un millón de ideas para divertirnos.
—El arte también es diversión, capullo.
—El arte es ver como tu amiga se quita poco a poco ese puto vestido y yo paseo mi lengua desde su nuca hasta su precioso culo.
—Joder, ¿pero qué coño os pasa a todos hoy? ¿Qué cojones os han dado en la comida de Navidad? ¿Burundanga?
—No, solo ganas —replica Marc.
Niego con la cabeza. Estos dos juntos son una olla a presión, pero de pasión y sexo. No conozco a nadie que se tome más en serio lo de dedicarse minutos para ellos, siempre. Da igual que tengan a Santi y a Laia, que muchas noches también se queden con mi hija, Triana, que no se separa de su amigo del alma, o que a veces los trabajos les estresen, incluso que el resto de la rutina los devore, ellos nunca dejan de guardarse momentos a solas. Los idolatro, muy mucho.
—No le hagas caso, por supuesto que no te vamos a dejar sola. Estás muy guapa, peli. Ese vestido te queda genial, ya veo que al final has escogido el verde.
—Sí, por eso de la esperanza, ya sabes —afirmo con voz queda.
—Hola. —Su voz, grave y profunda, me hace darme la vuelta para comprobarlo con mis ojos. No pensé que iba a venir. Eso que late es mi corazón.
—Ho…hola —titubeo nerviosa y ahora mismo me parece que el mundo se detiene y solo estamos él y yo—. No sabía que ibas a venir.
—Yo tampoco. —Cortante, rotundo, silenciador—. Estás muy guapa. Bonito vestido.
—Me lo regaló alguien con mucho gusto —respondo coqueta buscando una pequeña señal en sus labios—. Tú también estás muy guapo. Ya veo que la soltería te sienta bien.
—Zoe…
—Lo siento. Tenerte tan cerca me borra el filtro.
—Tú nunca has tenido filtro —contraataca con media sonrisa.
—Yo nunca he tenido paciencia, Adrián.
—Pues conmigo la vas a tener que tener. ¿Qué tal está mi… Triana?
—Tú niña, Adrián, ella sigue siendo tu niña.
Puedo sentir la punzada en la boca del estómago. Su mirada apagada. Mi dolor. Su gesto serio. Mi pena. El sonido de nuestras respiraciones intentando coordinarse. El murmullo de un silencio que encierra muchas cosas. No sé cuánto tiempo podré soportar su ausencia.
—Mañana paso a buscarla por la tarde, si me dejas…
—Claro que te dejo, Adri, yo también quiero que me busques, ¿sabes?
—Disfruta de tu día, Zoe —responde lacónico y me acaricia la mejilla antes de ir tras Gala y Marc, que hace rato que se han escaqueado entre el gentío.
Respiro hondo un par de veces y como la gilipollas que soy, me vuelvo a colocar el vestido. Su favorito.
<<Verde… ¿qué? >>.
<<Esperanza decían, no te jode>>.
—¡Vaya, cómo se nota que no eres inglés! —Me adelanto para sujetar la puerta a los que llegan tarde.
Alan y Andrea entran en este instante con sus respectivas chicas y otra pareja más.
Presentaciones y besos por doquier. Gala se acerca a saludar a Nora, la chica de Alan, solo espero que no se pongan a hablar del próximo libro que publicará porque estas dos hablando de literatura aburren a cualquiera. Caminamos hasta la sala de pintura y comentamos cada cuadro en tono relajado.
—Pues hasta aquí las obras del artistazo. —Hago el gesto con la mano después de pasar por los cuadros de Alan—. Y aquí, las de la artistilla, o sea, servidora.
Me abuchean un poco por pecar de modesta y enseguida se ponen a echarme flores. Se lo agradezco con una reverencia aunque no me lo termino de creer.
—¿Estás bien? —me pregunta Gala cuando ve que no puedo dejar de mirar a Adrián, que ahora charla con Úrsula, la amiga de Nora, delante de uno de mis cuadros.
—Solo a medias.
—Que haya venido ya es un paso, ¿no crees?
—No lo sé, neni. Con él ya no sé nada.
—¿Ese es Alberto Vega?—me pregunta Úrsula cuando pasa por mi lado.
—El mismo— respondemos Gala y yo entre suspiro y suspiro.
—Y esa su mujer, Ursulita, que nos conocemos —puntualiza Nora a su amiga, por si acaso.
—Joder, pero a qué clase de sarao me habéis traído, ¿todos están pillados?
—Yo no y encima duermo contigo.
—Sí, Robert, lo nuestro debe ser: la maldición de la última habitación —espeta ella a su amigo mientras pone los ojos en blanco.
—Yo creo que lo hace a posta. —Se carcajea Alan y le guiña un ojo al tal Robert.
—No tuviste quejas la última vez —deja caer él y Úrsula chasquea la lengua.
Comprobado, hoy ninguno va a pasar hambre, excepto yo.
Me cojo una copa de vino y doy un par de sorbos mientras me acerco a la exposición de fotografía. Saludo a Andrea y me presenta a una chica que está hablando con él, es Sira Flores, una fotógrafa aficionada que está empezando a exponer, viene con su chico, Noel, y os juro que tengo que hacer un esfuerzo enorme por escuchar lo que hablan sobre la luz, porque me quedo un poco hipnotizada con la sonrisa de su novio, decir que es de anuncio es decir poco.
<< ¡Menuda concentración de pibones, por dios!>>
—Zoe, ¿puedes venir un momento?
—Claro, si me disculpáis. —Me despido de los recién llegados y me acerco hasta Angels.
—Mira, esta es Vega Cuevas y este es su cliente, Nicola Basso, un gran coleccionista, acaba de llegar de Nueva York con su chica, Gabriela.
—Encantada. —Les doy la mano. Primero a ellas y luego a él. Me quedo unos segundos de más disfrutando de su tacto.
Sonrío como una idiota porque, joder, se parece muchísimo a Miguel Ángel Silvestre, que me pone como una moto, para que ocultarlo. De repente, me estoy imaginando cosas, muchas, aunque sean con otra persona que no está muy lejos de aquí.
—Tienes mucho talento —me dice Vega y antes de que continúe hablando, alguien le acaricia la espalda por detrás, es un gesto tan posesivo y sensual que casi lo siento mío —. Elio, esta es Zoe, la artista.
—Enhorabuena, buen trabajo.
—Muchísimas gracias —respondo y pestañeo sin querer, ¿este tío es su chico? Pues tiene una pinta de dar fuerte y flojo que creo que con su voz ya he sentido un pinchazo entre las piernas.
<<¿Perdonad? ¿Hay una puñetera cámara oculta aquí?>>
¿Por qué todos los invitados parecen salidos de una historia de amor del bueno de Lacadelo?
Sí, así, literal. ¿No la conocéis? Pues en serio, si todavía no habéis leído sus novelas os animo a hacerlo. Esto parece un puto libro de ella, de los que empiezas a leer y no puedes soltar. Tiene todos los ingredientes: amistad, familia, amor, mujeres valientes y tíos que te hacen salivar. Una barra libre de maromos. Un cóctel muy intenso y sexi, demasiado sexi.
Creo que necesito salir a que me pegue el aire un poco.
—Espera, Zoe. Yo también salgo.
Su voz otra vez, mierda. Tengo que controlarme para no colgarme de su cuello, aspirar su olor y comerle a bocados. Le echo en falta, muchísimo. Y mi vida y la de Triana no son las mismas sin él.
—¿Ya te vas? —pregunto con pena.
—Sí, me voy a casa.
—Tu casa está a tres portales.
—Estuvo, Zoe.
—Estuvo, está y estará, Adrián. Nadie más que tú tiene hueco en mi cama y aquí —digo conteniendo una lágrima y tocándome el pecho.
—Mañana te veo —me dice, meditabundo, y en un gesto que acaba por matarme me besa en la mejilla, absorbiendo mi lágrima furtiva.
—Chicos, por favor, entrad que vamos a brindar. —Gala y Marc se asoman por la puerta para reclamarnos.
—Yo… —se excusa él.
—Adrián, es Navidad, no puedes esconderte de la magia —suelta su amigo y ladea la cabeza esperando su reacción.
Las chiribitas que me salen de los ojos cuando Adrián entrelaza sus dedos con los míos y entramos cogidos de la mano sí que podrían iluminar Barcelona.
Nos colocamos en círculo y levantamos nuestras copas.
—¿Por qué brindamos? —pregunta el escocés a grito pelado.
Me aclaro la voz y me envalentono:
—Porque la magia de la Navidad nos encuentre siempre.
Chinchín se oye cuando chocamos nuestras copas.
—Y por el amor del bueno —añade Marc, nuestro perfecto gentleman.
—Por el amor del bueno —repetimos como nuestro verdadero mantra.