Hola de nuevo. Hacía un montón de tiempo que no me pasaba por aquí, pero es que he estado ocupada terminando de pulir mis próximos proyectos literarios. He estado tan enfrascada que no escribo nada nuevo desde finales de julio. Creo que es la primera vez que hago un parón tan largo, porque en los últimos años he enganchado la escritura de una historia con otra, incluso solapado, así que estoy deseando dejarlo todo cerrado y empezar algo nuevo.
Acaba de llegar octubre y con él el último tramo del año. 2022 vendrá cargadito, por eso, aunque pueda sonar raro, estoy contando los días para recibirlo. Pero antes de que eso suceda, podréis disfrutar de la reedición de la Bilogía Lía; mi primera historia de #amordelbueno que en febrero cumplirá cuatro añitos.

Muchas de vosotras me conocisteis con ella y me habéis acompañado hasta hoy. Muchísimas gracias por haberme dado una oportunidad cuando os lo pedí (o cuando os lo rogué por Messenger o Instagram, porque soy consciente de todas las puertas a las que toqué). Gracias infinitas por todas esas muestras de cariño que me hacéis llegar, por los ánimos y por seguir acompañándome seis novelas después.

Me tiré a la piscina sin saber si había agua y la verdad es que no me arrepiento ni un solo día desde que di ese salto, porque me habéis hecho inmensamente feliz.
De la historia de Lía os podría decir mil cosas, pero, la fundamental es que fue la primera, por eso, ella y Axel siempre serán especiales para mí. Si ellos no os hubieran hecho sentir, yo ahora no estaría aquí.

Si habéis leído todas mis historias, espero que hayáis apreciado la evolución de mi escritura. Con Lía era una novata, que solo había escrito para mí, y que, animada por la acogida que tuvo en wattpad, y con la ilusión por bandera, me lancé a publicar su historia en papel, sin pulirla demasiado.
Cuando me preguntan por qué reedito su historia ahora, respondo que porque ha llegado el momento de contarla mejor sin perder un ápice de su esencia.
Ha sido un trabajo difícil y arduo, lo reconozco, porque en estos últimos años la vida ha cambiado mucho y mi pluma también. Ha sido raro enfrentarme a esos personajes que se formaron en mi cabeza hace tantos años y mirarlos ahora desde otra perspectiva. Sin embargo, creo que era necesario darles esta nueva oportunidad.
Confío en haberla dejado mucho más bonita y, por supuesto, deseo que os hagan sentir de nuevo, o incluso, más que la primera vez.
Recordad: El 4 de noviembre estará disponible en Amazon en digital y en papel en un solo libro. Y si quieres un ejemplar dedicado, solo tienes que pedírmelo.
A continuación os dejo el prólogo y los primeros capítulos.
Nos leemos.
PRÓLOGO
¿Sabéis cómo suenan los cojines del sofá cuando literalmente te dejas caer sobre él? Algo así como plaaaf. Pues ese es el maravilloso sonido que oigo en mi casa en este instante; de agotamiento y calma, todo a la vez.
Son las nueve de la noche y aún no me puedo creer la paz que se respira a mi alrededor. No hay gritos de niños, ni peleas, ni juguetes, ni ropa tirada por cualquier rincón; está todo colocado en el sitio correcto. Vamos, que se puede cenar en el suelo hoy. Así que, bendito plaaaf, pienso mientras me dejo caer como si fuera el último esfuerzo que puede hacer mi cuerpo a estas horas del día.
Desde que vivo sola con los niños, hace unos cuatro meses ya (todavía no soy capaz de articular esa palabra y no extrañarme al oírla: sola), esta es la tranquilidad que se respira en mi casa cuando mis hijos se van a pasar el fin de semana con su padre. Es una situación completamente nueva para mí. Sola, sin mis niños y sin él. A veces me repito en voz baja la dichosa palabrita que jamás formó parte de mi vocabulario para ver si, a base de escucharla, empiezo a tomar conciencia de mi estado actual. También suelo hablar de él en presente y, en cuanto me doy cuenta, rectifico. Esa historia se acabó, es pasado y ahora tengo que empezar a vivir otra etapa, una que nunca me planteé. Después de dieciocho años juntos, es difícil no referirme a él como mío, como si me perteneciera, una posesión, algo tan intrínseco a mí que durante muchos años fuimos solo uno. Parecerá una tontería, pero es que he estado con él el mismo tiempo de mi vida que sin él.
Como buena economista que soy y siempre mujer de números, he desarrollado la original teoría de que mi vida se rige por ciclos de dieciocho años de duración. Los primeros dieciocho, desde mi nacimiento hasta mi mayoría de edad, transcurrieron de forma normal, con unos años de infancia que ya empiezo a olvidar y una divertidísima adolescencia. El segundo ciclo, con la misma duración, obvio, que por cierto acaba de terminar, fue junto a él. Formando mi familia, pasamos buenos y malos momentos, superando las dificultades del día a día, viajando; crecimos juntos y, sobre todo, disfrutamos de la etapa más feliz de nuestras vidas: tener a nuestros dos niños que, aunque me vuelven loca la mayor parte del tiempo, los adoro. Desde que los tengo a ellos soy capaz de discernir lo bueno e importante de la vida de lo que realmente no lo es tanto.
Y ahora, aquí estoy, con treinta y seis años recién cumplidos, comenzando mi tercer ciclo. ¿Cuánto durará esta etapa? ¿Dieciocho años también? Si te soy sincera, no tengo ni idea, nunca me he imaginado este nuevo futuro, además, no quiero pensar a largo plazo. Solo te diré que estoy sola, tirada en mi sofá y con todo el tiempo del mundo para mí. Que se detenga el reloj, porque he conseguido un instante de calma.
- NUEVO CICLO
El fin de semana se me ha hecho largo, más de lo que esperaba a priori. En nada volverán los niños y, aunque el viernes empecé muy relajada, disfrutando de mi soledad, ayer ya necesitaba un mínimo de actividad. Mi amiga, Julia, me insistió para que fuera al cine con ella, sin embargo, quise aprovechar ese rato para pensar. Pensar en cómo voy a afrontar el nuevo ciclo que comienza a partir de ya. Así que me excusé —con el manido dolor de cabeza— y me quedé todo el sábado en casa, sin salir, comiéndome el tarro. Al final, nada elocuente ha salido de mi cabeza. Lo único que tengo claro es que voy a disfrutar un poco más de mí. Quiero ver crecer a mis hijos, trabajar y ser feliz, sin complicaciones.
Soy metódica y me gusta tener todo organizado. Sin embargo, a veces queremos tener hasta el mínimo detalle tan meticulosamente controlado, empezando por cada pensamiento que se pasea por nuestra cabeza, que, cuando algo se tuerce y ya no sale como esperábamos, la desilusión es mortal. Por eso, he decidido dejarme llevar por primera vez en mi vida. Fluir. Necesito aceptarme a mí misma y adaptarme a mis nuevas circunstancias.
Supongo que en mi último año del ciclo anterior ya estaba así, disfrutando solo de los niños. Lo que pasa es que ni Carlo ni yo tuvimos el coraje suficiente para sentarnos y hablar de lo que había dejado de funcionar. Nos acomodamos en la rutina y sobrevivimos a los días sin mencionar lo que sentíamos en realidad. Un error bastante común en las parejas, guardarse para uno mismo los pensamientos. Pero, a la larga, eso que callas se acaba manifestando y, además, suele hacerlo en forma de explosión. Te puedo decir que, en mi caso, la bomba la activó él. Y, evidentemente, no lo hizo de la mejor manera, por eso estoy muy dolida con él. La vida en pareja ya nos lo había dado todo. El ser solo uno se había desvanecido y nuestros caminos llevaban metas diferentes. Lo que más me molesta es que, si él estaba un escalón por encima de mí, divisando ese final, debería habérmelo dicho antes de actuar así.
Respeto. Respeto es lo único que le faltó para acabar nuestro ciclo. Respeto a mí y a nuestra familia.
Piensa lo que quieras, pero no lo vi venir. Empezamos a ser dos seres distintos e independientes otra vez, cada uno con sus ideas, sus expectativas, sus metas y sus contradicciones. Después de tantos años sabiendo lo que pensaba y lo que iba a decir el otro en cualquier situación, nos volvimos dos desconocidos. Carlo y yo nos quisimos tanto que jamás creí que esto nos fuera a suceder. Sin embargo, sucedió. Él lo supo antes que yo y por eso me engañó.
Decidimos que cada uno continuara por separado su vida, sin intentar arreglarlo, porque creo que esa etapa se cerró definitivamente para los dos. Habíamos vivido tantas cosas juntos que las agotamos. Seguro que tardaré unos cuantos años en quitarme la imagen de Carlo mientras follaba a otra encima de su mesa en el trabajo, pero confío en que, con el paso del tiempo, todo tome valor en su justa medida.
Después de ese día, todo fue muy rápido. Creí que me costaría más aceptar la realidad, pero no fue el caso. Vendimos nuestra casa y yo me metí en la aventura de comprar un piso antiguo en el centro de la ciudad, para tener todo a mano. Necesitaba un nuevo proyecto en el que centrarme, algo que pudiese controlar. Siempre he sido yo quien ha llevado la casa y ha tomado todas las decisiones importantes de la familia, yo organizo y los demás ejecutan. El piso necesitaba una gran reforma, así que mi cabeza se mantuvo en constante actividad durante todo el proceso, se puede decir que me sirvió de terapia para ir poniendo los pilares a mi nueva etapa. Poco a poco, fui ordenando mi cabeza a la vez que ordenaba y decoraba mi nuevo hogar. Me endeudé un poco más y compré un altillo que se comunicaba con el piso, con la clara idea de hacer un estudio-loft, donde mis hijos pudieran vivir cerca de mí cuando crecieran, pero de forma independiente. Ese ha sido mi gran proyecto en realidad, en el que he puesto todo el corazón, un lugar especial que me hubiera encantado que mis padres me regalaran con dieciocho. Probablemente, cuando mis hijos cumplan la mayoría de edad no querrán vivir a mi lado, o sí, vete a saber, no tengo ni idea. Tampoco pretendo ser la típica madre que solo quiere organizar la vida de sus hijos, porque no son mi obra maestra. Hay algunos padres que quieren proyectar en sus retoños sus gustos, aficiones, pasiones y hasta sus fracasos. Solo espero no convertirme en una madre de ese tipo. Me parece un tremendo error olvidarnos de educarlos como seres independientes y tratar de influir en su pensamiento en exceso. Soy de las que piensa que deberíamos solo ejercer de guías, para que el día de mañana sean capaces de tomar sus propias decisiones. Unas veces acertarán y otras se equivocarán, pero serán sus errores y sus aciertos. La educación que les proporcionamos desde niños tendría que ser suficiente para que de mayores sepan aplicar el criterio más acertado. El tiempo dirá si conseguiré mi objetivo de haberlos complacido. También te diré que espero no ser tan mala madre como para que quieran salir huyendo, aunque hoy en día tú puedes pensar que eres una madre enrollada y ellos perciben todo lo contrario. Creo que es un problema generacional que perdura con el paso de los años, aunque, en mi humilde opinión, en esta época ese salto no es tan grande.
2- NO ES COÑA
Llegan las vacaciones de Semana Santa y mis niños se van a pasar quince días con su padre, así que voy a tener tiempo suficiente para dedicarme a mí, a holgazanear y hacer lo que me apetezca, sin horarios y sin prisas.
He quedado con Julia para comer en el bar Five, el favorito de mi amiga. Sus camareros son jóvenes y muy guapos, quizás eso tenga algo que ver. En cuanto nos ven entrar por la puerta se deshacen en piropos hacia nosotras y a mí me incomoda tanta parafernalia, la verdad, pero ella enseguida se mete en el papel de eterna adolescente, se crece y se imagina que está todavía en la cresta de la ola, o en la flor de la vida, como prefieras. Y, entonces, coquetea, coquetea… hasta que sale con el ego del tamaño de un camión. La alegría le suele durar varios días, después, vuelve y vuelta a empezar.
Traspaso la puerta y veo a Julia esperándome en la barra, cóctel favorito en mano. Preparado por su camarero favorito. Leo, un argentino con mucha labia que la tiene embelesada; cuerpazo, sonrisa perfecta y unos labios carnosos, apetecibles, y os lo digo yo, que no me suelo fijar en esas cosas. Ella no lo reconoce, pero está deseando estar un día hasta el cierre y conseguir llevárselo a casa, o más bien a la cama, para comprobar si los abdominales que parece que posee son reales o solo fruto de su imaginación.
—Lía, ven, siéntate a tomar uno de estos en lo que nos preparan la mesa. Hoy Leo los ha hecho mejor que nunca.
Pongo una sonrisilla de bruja y le guiño un ojo mientras me acerco. Leo coloca mi copa al lado de la de mi amiga y espera a que me siente en el taburete. Me extiende su mano para que acerque la mía y me besa finamente cerca de los nudillos. Esta es la clase de parafernalia a la que me refería y a la que no estoy acostumbrada. No sé si me gusta o me produce vergüenza ajena, o propia, que también puede ser. Además, la diferencia de edad es evidente, no me considero una señora y cuando me lo llaman puedo escupir lava, pero estoy segura de que él no pasa de veinticinco, y su actitud me incomoda un pelín.
—Buenos días.
—Buenos días, cariño, ¿qué tal estás?
Desde que estoy sola Julia no ha dejado de preguntarme cada día cómo estoy, creo que piensa que caeré en una terrible depresión o que, aunque le diga lo contrario, en el fondo no estoy contenta con mi nueva situación. Y nada más lejos de la realidad. Ni yo misma podía imaginar que mi cuerpo y mi mente iban a reaccionar así de bien ante el cambio.
—Muy bien, tranquila. —Doy un sorbo de mi copa—. Humm, ¡qué bueno! —Efectivamente, hoy nuestro cóctel está buenísimo—. Casi como el que lo prepara.
Ella empieza a reírse y me dice entre dientes:
—No tardaré en probarlo también.
Nos reímos sin disimulo y nos sentamos en nuestra mesa de siempre, cerca de la cristalera. Nos gusta darle a la lengua y controlar a los que pasean por la calle, pero también a los que se sientan a nuestro alrededor. Julia tiene un humor agudo y mordaz, le encanta sacar punta a todo y me hace reír constantemente. Comemos en un ambiente distendido y hablamos de todo.
Cuando terminamos el postre, me agarra la mano con la suya, muy ceremoniosa.
—Ahora viene la gran sorpresa. Por favor, prométeme que dirás que sí.
Me quedo ojiplática y pienso en lo que me habrá preparado esta mujer. Sin darme tiempo a nada más, saca de su bolso un sobre grande.
—¡Uy, Julia! ¡Te tengo más miedo! ¿Cómo voy a decir que sí? Así, sin más, viniendo de ti es imposible fiarse.
—Toma, ábrelo.
Entre alucinada y acojonada cojo el sobre, lo abro y lo primero que veo es una tarjeta con la foto de una playa paradisíaca y unas letras rojas enormes que dicen:
«No more singles: LOVE RESORT».
Al leerlo empiezo a reírme, lo primero que pienso es que se trata de una coña, que me lo está enseñando para criticar lo que hace la gente con tal de no estar soltera, pero alzo la vista de la fastuosa tarjeta y veo su mirada acusadora ante mis carcajadas.
—Oye, ¡no es coña, capulla! Saca del sobre toda la documentación porque te vas el viernes.
—¡Julia! ¿Estás loca? No voy a ir a un sitio así. ¿Crees que lo que necesito ahora es encontrar el amor? —Mi voz se vuelve más apagada, pero a la vez firme—. Amor en esta vida he tenido mucho. Así que espero no estar dándote pena por estar sola —protesto.
—¡Claro que no, nena! Solo quiero que cambies de aires. No me malinterpretes, sé que no te hace falta encontrar el amor ahora mismo. Aunque todos los días me dices que estás bien, creo que necesitas desconectar más. Dejar a los niños con el mamón de su padre y no quedarte en el sofá tú con tus propios pensamientos.
Será cabrona. Ahí ha dado en el clavo, excepto por lo de llamar mamón a Carlo, porque sabe que no va conmigo el insulto fácil. Es evidente que no me siento mal con mi nueva situación, sin embargo, sí que paso bastantes horas abstraída con mis pensamientos y sin ganas de hacer nada. Ella continúa:
—Me pareció que sería divertido, había cogido billetes para las dos, para hacernos un viajecito y echarnos unas risas, pero ya sabes que el jueves operan a mi madre, y mi hermana con los tres niños lo tiene más complicado para hacerse cargo de su recuperación. Así que tuve que llamar a la agencia y cancelar mi reserva. Estuve a punto de anular la tuya también. Luego me confirmaste que no tenías a los niños y pensé: es el mejor momento para que haga este viaje.
—Julia…
—El sitio parece increíble, es un resort de lujo y tienen todo tipo de actividades y talleres. ¡Mira qué playas! ¡Y qué agua! Nena, no me digas que no, piensa que puedes seguir con tus pensamientos, pero con «todo incluido» y dándote el solete en ese culito respingón. —Me encanta cómo me hace la pelota—. Ya te visualizo allí, bañándote en esas aguas cristalinas y tomando mojitos bajo las palmeras. —Saca del sobre otro folleto más amplio—. Los billetes son deluxe también. Un avión exclusivo que solo vuela a esa isla. Aquí va toda la documentación necesaria, incluido un visado especial. Solo necesitas ganas y tu pasaporte.
Todavía estoy en shock, no me imaginaba ni por un momento que la sorpresa fuese algo así. Lo que más me cabrea es que le he trasmitido una imagen de mí distinta de la que yo percibo; no estoy sola, ni aburrida, solo estoy en tránsito. Un poco ida, sí, pero feliz y relajada, sin complicaciones. Sin salir de mi asombro intento que vea, en vano, que se ha confundido.
—Bueno, y qué me quieres decir, ¿no habrás sido tan tonta de haber pagado todo el viaje? ¿Y si te digo que no? Te habrás gastado un pastizal. ¿O todavía estoy a tiempo de poder reconsiderar la oferta?
—Cariño, sabes que te quiero un montón. No me gustaría que no aceptases mi regalo. Si no fuera por la operación de mi madre, en ese sobre habría dos billetes y yo me iría contigo al fin del mundo.
Al fin del mundo, nunca mejor dicho.
Miro a mi amiga y ella me mira a mí, con ese par de ojos negros que son todo luz. Me ablanda el corazoncito cuando me pone esa cara.
—Creo que va a ser la peor semana de mi vida —gruño—. Y, cuando vuelva, me encargaré de recordártelo todos los días hasta que me regales otra cosa que subsane este tremendo error, ¿entendido? Quizás pueda poner mi culito al sol unos días.
Julia se levanta de su silla, se abalanza sobre mí y me come a besos, literal.
—¡Oh, Lía! Gracias. Te quiero y lo vas a pasar de lujo, me da a mí que será una semana inolvidable.
—Aquí está la cuenta, señoritas. Uf, cuánto amor veo hoy por aquí, ¿me he perdido algo importante? —pregunta Leo mientras nos deja una cajita encima de la mesa.
—Nada en especial —respondo y Julia se vuelve a sentar en su silla, le guiña el ojo a Leo y él le pone morritos.
¿En serio eso acaba de pasar? Este juego que se traen entre manos estos dos no va a acabar bien. Nada bien.