Parece que en el mes de noviembre nuestras mentes ya empiezan a visualizar que el año está a punto de terminarse y casi empezamos a hacer balance; de todo lo que hemos hecho, de lo que no hemos llegado ni a comenzar o incluso de los propósitos, que por una razón u otra, se han quedado en la recámara, no olvidados, quizás solo pausados.
Los días son más cortos, nos invade la nostalgia, la rutina corre por nuestras venas, tenemos menos horas de luz, hace más frío y estamos más horas dentro de casa.
La combinación de sofá, manta, peli/serie/libro se apodera de nuestros hogares y con ello nuestra imaginación vuela a otros destinos y lugares, al menos en la ficción.
Esas tardes de domingo solo o con la compañía adecuada, esas canciones que escuchas en bucle, ese pijama que tuvo mejores vidas, o esos calcetines que jamás piensas tirar. Esas ganas de no hacer nada, no por vagancia sino porque a veces es necesario sentir esa paz interior.
Noviembre es la antesala del cierre del año, de los nuevos propósitos, de los excesos, de la determinación, porque sabes que después llegará el año nuevo y con la cuenta empezará de cero, otra vez.
Y yo, para terminar de cerrar este año, que ha sido JODIDAMENTE INCREÍBLE, esperaré que pasen los días rápido; acumulando las ganas, con la piel de gallina y muerta de expectación. Porque mi nuevo «bebé» llegará a finales de mes y quiero que vuelva a llegar a un millón de rincones, como ha hecho la Bilogía de Lía o incluso a más.
Y después llegará diciembre, que será muy intenso. Tendré a mis nuevos protagonistas en la cabeza, sus sentimientos, sus sensaciones. Os les presentaré y esperaré con ganas que se cuelen en vuestros corazones y os hagan sentir. Porque ya sabéis que es mi único objetivo cuando me siento a escribir.
Así que ven noviembre que te espero y te deseo.
Pues el que viene,más y mejor.
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