Vaya, esto es ya una tradición. Así que aquí estoy, un añito más compartiendo parte de mi universo literario con vosotros. Hay tanto #amordelbueno pululando en mi mente, que de una forma u otra tiene que salir.
Es divertido para mí encontrarme de nuevo con ellos, pero cada vez es más difícil no confundir sus voces en mi mente. Son muchos protagonistas, muchísimos secundarios y demasiados escenarios los que han pisado ya, así que, si he metido la pata con algún dato, espero que me perdonéis, pero esta cabecita mía a veces, tiene límites, aunque solo a veces.
En esta ocasión, los narradores de mis relatos son ellos, mis protagonistas masculinos (aquí podéis añadir emoticonos de llamas y corazones). La mayoría de mis lectoras sois mujeres y ¡oh, sí!… Es una verdad universal que a nosotras (en esta me incluyo) nos encanta saber cómo piensan y lo que sienten ellos, por eso he querido darles voz el último día del año.
Espero que disfrutéis del regalo y que despidáis el año con salud y amor, a mansalva. Os deseo lo mejor para el 2022 y ojalá me sigáis acompañando en esta aventura, porque una vez más os prometo, que os seguiré haciendo sentir.
No me enrollo más y ahí os dejo el primero.
Por cierto, espero que me contéis que os parecen todos y cada uno de ellos.

Isla Sofía, 31 de diciembre.
Faltan solo diez minutos para que termine el año. La cuestión es que no me apetece nada hacer balance de las cosas buenas y malas que he vivido durante los últimos doce meses. No voy a mentir, ha habido de todo. Sin embargo, los buenos momentos hacen que la balanza se incline hacia ese lado, con mucha diferencia. Lo que sí quiero, antes de que todos se pongan a relatar su interminable lista de deseos para el año que está a punto de empezar, es dar las gracias, porque, observando a todos los que ahora mismo me rodean, solo puedo afirmar que soy jodidamente afortunado.
Levanto la vista de mi copa vacía y echo un pequeño vistazo. Os diré que la estampa que tengo delante es bastante atípica o antinavideña, como más os guste. A ver, que ya sé que la Navidad también se celebra sin que caigan copos de nieve o sin que tengas que poner un pino de plástico cargado de bolas en el salón, pero, entendedme, este marco, tan paradisiaco e idílico, invita a un millón de cosas, y ninguna de ellas es precisamente cantar villancicos alrededor de una chimenea.
Arena. Calor. Humedad. Caribe.
Me entendéis ahora, ¿no?
—¡Juanillo! —chilla mi hija llamando al hijo de Juana y Álvaro, que se esconde detrás de las piernas de su madre, tímido—. ¡A que no me coges! ¡A que no me coges!
—Enana, no corras así que te vas a caer —le advierte Teo, que siempre está pendiente de ella. En septiembre se fue a estudiar arquitectura a París y, aunque todos le echamos de menos, su hermana, es la que peor lo lleva.
Mi hija lo ignora. Se aparta con la mano el flequillo que tiene pegado en la frente a causa del sudor y corretea descalza por la orilla esquivando a todos. Va medio en bolas, porque solo lleva puesta una camiseta encima de la braguita de su bikini; no ha habido cojones de ponerle un vestido. Guerrera, rebelde y guapa. Guapísima. Una combinación explosiva, sobre todo para mi cerebro, porque si es así ahora, no me quiero imaginar cuando crezca. No, no me lo quiero imaginar. Para colmo, su energía es inagotable; le da igual el cambio horario y que a las seis de la mañana ya empiece su día. Ella siempre tiene algún plan interesante que llevar a cabo, sin importarle lo marquen las agujas del reloj.
Hemos llenado la isla. Sí, supongo que es la segunda vez que se produce un desembarco, después del de Colón, claro. Aunque el nuestro ha sido un aterrizaje. Solo os diré que hemos abarrotado el avión que nos envió Fabio y el pequeño hotel de Juana, que está encantada de tenernos a todos aquí de nuevo.
Julia, Claudio, Carlota, Marta. Rubén, María y mi ahijado. Mi hermana, Lucas y mis sobrinos. Mis padres. Mis primos. Mi tío y mi abuelo. Sí, por fin este año ha venido. Gael y su novia (que no me oiga Lía llamarla así, todavía no lo ha asimilado) Teo. Lía, Sofía y yo. Creo que no me he dejado a nadie.
Con todas estas bocas que alimentar hemos improvisado un picoteo informal. Hemos conseguido unos tablones de madera con unos caballetes y los hemos colocado en la arena, delante del porche de nuestra casa. La gente de pie, menos los más mayores, farolillos con velas para dar algo de luz en esta noche calurosa y estrellada y bebida, toda la que ha traído Héctor que también ha querido cenar con nosotros, como Juan y Juana y sus respectivas familias. Creo que somos la comidilla de la isla hoy. Bueno, hoy y todos los días desde que llegamos, obvio.
—¿Tienen que besarse todo el rato? —me pregunta Lía, sentándose en mi regazo. Acaba de quedar libre una hamaca y me he colocado aquí hace unos segundos, a observar.
—Princesa, sabes que hacen más que eso, ¿verdad?
—¡Calla! —me riñe y cierra los ojos, como si no quisiera imaginar a Gael en esa tesitura.
—Cómo es eso que dicen, ah, sí: Es ley de vida.
—Lo sé, pero eso no quiere decir que lo lleve del todo bien —dice con pesar—. El siguiente será Teo y cualquier día vendrá con una parisina, rubia, estirada y arrogante.
—¿Estáis hablando de mí? —pregunta el aludido y deja de mirar la pantalla de su móvil. Hace horas que no se separa de él.
—No te creas el centro del universo, hermanito —interviene Gael que se ha despegado de su chica un minuto. —Por cierto, ¿quién es ese pavo que no para de mandarte mensajes? Menudo brasas el tal Oli, ¿no?
—¿Qué coño pasa contigo? —responde Teo a la defensiva—. ¿Ahora me espías?
—No, niñato. Pero tu móvil es igual que el mío y antes cuando lo tenías cargando he visto la pantalla. ¿Qué quieres? ¿Qué me arranque los ojos?
—Vale —les interrumpe Lía para que tengamos la fiesta en paz.
Me quedo con el dato que ha aportado Gael a esta discusión y lo almaceno, de momento solo lo almaceno. Gael se va en busca de su chica, por si se pierde o algo, y Teo cabecea y se aleja a la orilla. No nos veíamos desde que se marchó. Y, durante el viaje, me di cuenta de que traía una expresión un poco meditabunda, de la que todavía no se ha deshecho. Espero tener la oportunidad de pasar un ratito con él a solas para cerciorarme de que está bien.
La música, el mar y los fuegos artificiales, que lanzan Juan y Héctor desde la orilla son la antesala de la famosa cuenta atrás. Diez. Nueve. Ocho… En esta ocasión, cada uno brinda por sus deseos en silencio, o susurrándolos en el oído del que tiene justo al lado. Yo lo hago pegado a la espalda de Lía, con mis manos ancladas en sus caderas, sintiendo el calor que emite su piel gracias a la tela ligera de su vestido, con Sofía cargada sobre mis hombros, que no deja de parlotear.
—¿Qué has pedido? —me pregunta Lía.
—No perder lo que ya tengo.
Achuchamos a la niña entre los dos y la llenamos de mimos. Ella se ríe, nos da besos de vaca y cuando nos ha llenado de babas, se escabulle y nos deja solos. El primer beso del año que nos damos Lía y yo es perfecto. Jodidamente perfecto.
La ronda de abrazos, choques de manos y besos con el resto de invitados es un auténtico caos, sin distinción de sexo, parentesco o edad. Se descontrola el tema tanto que creo que beso a Rubén dos veces por los menos, y a Claudio más de tres.
—Se ha acabado el hielo —grita Julia desde su posición levantando su copa al aire.
—Pues yo todavía tengo —dice Lía y me mira a mí, que soy el que está más cerca de ella.
Está sentada en el último escalón del porche, con los pies enterrados en la arena, la copa vacía apoyada a su derecha, y un cubito de hielo entre los dedos índice y corazón. Avanzo despacio, como un lobo antes de atacar a su presa. Ella me observa y ladea ligeramente la cabeza hacia la derecha para empezar a deslizarlo por la piel de su cuello en sentido descendente.
Joder.
Cambia de lado y lo pasea de la misma manera.
Joder. Joder.
Clavícula.
Me palpita la polla dentro del pantalón y respiro a trompicones.
Esternón.
Joder. Joder. Joder.
Lo lleva hasta el final de su escote, generoso y a la vista, gracias a su vestido. Hace círculos con él entre mis lolas.
Sí. Mis lolas. Y me la suda si ha sonado posesivo.
Me relamo y no mentalmente.
Miro nervioso a ambos lados y agradezco que cada uno esté a su bola, incluida Julita, que ya está colgada del brazo de Claudio bailando con las chicas. Así nadie se percata del espectáculo eróticofestivo que me acaba de dedicar mi chica.
Llego hasta ella y me inclino. Primero, nos miramos. Después, sonreímos. Y por último, me reta, sí ella a mí, con lo que eso significa. Se mete en la boca el trozo de hielo que le queda y se acerca medio centímetro más a mis labios, sin llegar a rozármelos.
—Princesa…
—Vecino…
—Despídete.
—¿Del hielo? —Se hace la interesante y se lo mete en la boca, haciéndolo desaparecer.
Me cago en la puta. Lo que daría por que fuera la punta de mi polla la que estuviera ahí, disfrutando de la humedad y el calor de su lengua.
—De los invitados.
—Axel… —Me como mi nombre de su boca cuando la beso. Y, en un movimiento que no se espera, tiro de su mano y la levanto con demasiada efusividad.
—Ahora traemos el hielo —digo al aire, aunque no sé si alguien me ha oído.
Tardamos cinco segundos en llegar al sótano; no es el lugar más bonito de la casa, pero es el único que nos puede dar un poco de intimidad en este instante. La siento encima del congelador. Protesta al sentir la superficie fría debajo de su culo y se descojona mucho al ver mi cara de salido cuando abro sus piernas y compruebo que no lleva ropa interior.
—Olvídate de la versión suave, Princesa.

Me ha gustado muchísimo los 3 pero en especial el último, menudo susto cuando he visto que nos decías Feliz Año, digo no puede ser que se haya dejado a Axel😍😍😍.
Como siempre un verdadero placer leer , todo lp que escribes.
FELIZ 2022 .
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