
Barcelona, 31 de diciembre.
Por supuesto que he cocinado yo para toda esta gente. ¿Lo dudabais? Pasan los años, pero hay muchas cosas que no cambian. Como la escasa intención de mi Loca de meterse en una cocina. O las meteduras de pata de Eloy con las tías. O las eternas conquistas de Xavi. O el escaso filtro de la Peligrosa cuando abre la boca para decir lo que piensa, aunque, después de los meses tan duros que ha pasado con lo de Triana y Adri, será mejor que no me meta con ella esta noche. Tampoco han cambiado las ganas que tengo de quedarme a solas con Gala y recitarle, mientras me hundo en ella hasta el fondo, la lista de deseos que he confeccionado para el próximo año, que es ya una tradición.
Estamos cenando en casa de mis suegros, que es la única en la que cabemos todos alrededor de una mesa, y sí, ya lo puedo decir así, con todas las de la ley, porque, después de tropecientos mil intentos, Gala por fin cedió y se casó conmigo. Al final, como prometí en bromas a mi familia, nos casamos en Montefioralle, una tarde inolvidable. Fue una ceremonia mágica por muchos motivos, el principal, que nuestros hijos, Santi y Laia, estaban con nosotros, pero también porque toda nuestra gente nos acompañó en ese viaje.
—¿Quién va a comer uvas? —pregunto desde la cocina. Soy el encargado de prepararlas también, obvio. Aquí el papel de cocinero ya me lo he ganado de por vida.
—Yo no, que el año pasado me trajeron mala suerte —dice mi hermano y se gana un insulto por parte de Adri, que está a su lado.
La mala suerte de la que habla fue más bien el karma. Después de haberse escondido durante meses, Adrián le pilló enrollándose con su hermana en el portal de casa de su madre. Creo que algo se olía, pero ver a Lorena con él, con sus propios ojos, le jodió el doble que si se lo hubiera contado mi hermano, supongo que sintió que había traicionado su confianza. Ahora están aquí los tres, el cabrón de Adri se ha sentado en medio, solo por joder, y, aunque nos hace creer que lleva mal que estos dos salgan juntos, en el fondo, está más contento de lo que se imaginaba, será por eso que dicen de: Más vale malo conocido que bueno por conocer.
—Espera que te ayudo —se ofrece mi amigo.
—¿Qué tal los niños?
—Un poco desquiciados, lo normal. Xavi y Eloy no paran de liarlos. Parecen ellos los críos. Laia está dormida arriba.
—¿Y la Peli?
—Bien, creo que bien.
—Me he quedado un poco flipado, la verdad es que no me lo esperaba. ¿Tú cómo estás?
—Flipando mucho, acojonado y feliz.
—¿Todo correcto? —Gala irrumpe en la cocina y se hace el silencio entre nosotros.
Mi amigo asiente, pone una sonrisa de bobo de manual, y sale con las copas en las manos. Somos los únicos que conocemos la noticia, así que todavía vamos con pies de plomo antes de meternos a analizar el tema.
—Me imitas muy mal, Loca —le susurro en el oído cuando se acerca a mí, porque me acaba de robar mi pregunta estrella—. No le das la entonación adecuada. —En un sutil movimiento, la giro y la apreso contra la isla. Mis manos a cada lado de su cintura la impiden huir. Me inclino y le como la boca, sin medida.
—Camino…
—Dime, esposa mía… —Me la estoy jugando, lo sé.
—Marc… —aúlla en mi boca y no puedo hacer otra cosa que sonreír. Mi mujer sigue huyendo del convencionalismo de algunos términos románticos y me encanta chincharla. Es un blanco demasiado fácil.
—¡Mamá! Mira estos dos. Están haciendo guarradas en tu cocina. —Xavi entra a coger más botellas de cava y nos pilla enredados.
—No son los primeros ni serán los últimos —afirma mi suegra tan pancha—. Esa cocina es un escenario perfecto para dedicarse atenciones.
—Joder, mamá. ¿Hasta cuándo vas a darme ese tipo de información? —chilla Gala y se separa de mí, bufando.
—Hasta el día que me muera. Y cuando eso suceda, te dejaré publicar mi biografía —dice mi suegra, sujetando la puerta para que salga su hijo con el cava.
Veis, otra cosa que no cambia. Laura y su openmind.
—No pienso publicar eso —sisea Gala y me descojono porque solo lo he oído yo.
—¿Tenéis todos uvas? —pregunto por última vez, que al final me pierdo las campanadas.
—¡Sí! —gritan varias voces.
—Pues entonces vamos —dice Gala y me da la mano para salir.
Entrelazo nuestros dedos y vamos al salón. Aquí no cabe ni un alma más, algunos están sentados en las sillas, otros tirados en la alfombra al lado del sofá, y otros de pie, enfrente de la televisión. Al único que no veo es a mi padre, pero sé de sobra donde está, con Laia; pensé que jamás igualaría la conexión que tiene con Santi, pero la enana de la casa se lo ha camelado también. Tendré que subir a buscarle o se perderá el cambio de año.
—¡Cuidado que estos son los cuartos! —advierte Eloy y todos nos reímos. Este año no va a comerlas, como ha dicho antes, pero es él el que se equivocaba siempre y acababa antes de la última campanada.
Una. Dos… Diez. Once. Y doce.
—¡Feliz Año Nuevo!
—¡Feliz año a tutti!
Los gritos, los silbatos, que tan acertadamente ha regalado mi cuñado a los niños, y las bengalas iluminan y alegran el ambiente en el salón. Los brindis, entre besos, abrazos y bailes inesperados, contagian a cada uno de nuestros invitados.
—¿A ti ya te he besado? —pregunto haciéndome el despistado cuando pillo a Gala por la cintura, para frotarme otro poco con ella.
—¿Hoy? —Gala se mira el reloj, teatrera—. Solo dos veces y con poca lengua.
—Ahora mismo lo remedio.
El beso no es apto para todos los públicos y, además, lo acompaño con mis manos sobre su trasero, con un restregón digno de adolescente hormonado. Aquí cada uno está a lo suyo, así que no me corto. Gala jadea en mi boca y su lengua, igual de revoltosa que la mía, no deja de provocarme.
—Joder, Loca, si salimos ahora de aquí, en menos de media hora estoy quitándote las bragas y enterrándome entre tus piernas.
Ups, sí, otra cosa que no cambia. Yo, mis ganas de Gala y mi vicio por desnudarla.
—Marc… —Suena impaciente—. ¿No puedes conseguirlo en quince minutos?
Me reta y se muerde el labio anticipándose. Mi polla también se anticipa y sus pezones, que se clavan en mi camisa. Hostia puta, me la estoy imaginando desnuda y acoplada a mí de tantas formas…
Los niños se van a quedar a dormir aquí con sus abuelos. He dado de cenar a todo el mundo y ya hemos brindado. He cumplido con creces. Ahora mismo no hay nada que nos impida largarnos de aquí.
—Despídete por los dos, voy a arrancar el coche —susurro en su boca.
—Mira, Santi. Tienes que poner tus manos aquí, como ellos. —La voz aguda de Triana, que está a nuestro lado, me devuelve al presente, frenando mis impulsos.
Alejo mis labios de los de Gala para mirarla y… ¿qué coño…?
—¡Oh, pero qué monos! ¡Son adorables! —dice la Peli y hasta se emociona.
Está claro que ha perdido la poca cordura que le queda. O puede que también sea una cuestión hormonal, porque no es ni medio normal.
—¡Ese es mi sobri! Di que sí, Santi. Mejor empezar pronto, la experiencia en esta vida es muy importante, para todo —vocea Eloy y le aplaude.
Gala me mira a mí y luego a ellos, creo que se ha quedado muda. Xavi se parte el culo al verla, pero ella sigue petrificada, ni tan siquiera le atiza un guantazo.
La estampa es terriblemente curiosa.
Mi hijo sonríe con la boca pegada a la de Triana y ella, con todo su desparpajo, le ha cogido las manos y se las colocado encima de su pequeño trasero, le tiene así pegado y sin soltarle.
Que no le meta lengua, por favor, que no se la meta…
—¡Consuegros! —El capullo de Adri y Zoe nos abrazan. Mientras ellos se descojonan, nosotros blasfemamos por lo bajo. Creo que Gala está empezando a recuperar el color.
—No me jodáis —protesto—. Eso es… es… —No encuentro las palabras y ellos se siguen partiendo el culo.
—Eso, amigo mío, es amor —replica Adrián—. Amor del bueno.
