
Madrid, 31 de diciembre.
NOEL
—¿Me puedes recordar por qué he accedido a cenar allí? —le pregunto a Sira antes de que llamemos al ascensor para subir a la quinta planta.
—Porque su salón es más grande que el nuestro, y, además, han cuidado de Alan y Nala toda la tarde. Gracias a eso, tú y yo hemos podido hacer un montón de cosas que teníamos pendientes.
—Mmm.. —ronroneo recordando las horas anteriores con ella entre las sábanas.
Su llama, mi fuego y las putas ganas de amarnos y saborearnos a cuatro manos. Desde la punta de los pies hasta el último pelo de la cabeza. Con Sira el sexo siempre es así, desmesurado e incontrolable. Real y libre, sin imposiciones. En cuanto entramos en el cubículo la acorralo contra el espejo—. No me hagas rebobinar todas esas imágenes, porque me pones malo. Muy malo.
Ella misma ataca mi boca, me besa sin titubeos y antes de separar nuestros labios, posa su mano en mi abultado paquete.
—Vaya, enfermero, pensé que ya te había curado este mal.
—Hay males eternos, violeta.
Nos colocamos la ropa y salimos al descansillo, solo falta que el puto poli esté esperándonos y nos pille en pleno calentón. La puerta de casa está entreabierta y en cuanto atravesamos el umbral, nos detenemos en la entrada, con la vista fija en el salón.
La puerta doble de madera está abierta de par en par y, sentado en la alfombra, al lado del árbol gigante de Navidad, está David, jugando con sus tres sobrinos.
—Esto…
—¿Caro? —grita Martina y se asoma por el pasillo—. Oh, pensé que era ella.
De repente, solo se respira silencio, hasta los niños se han callado. Mi hermano, al que hace una eternidad que no vemos, alza la cabeza y se da cuenta de que somos nosotros. Jacobo, que debía estar cerca, coge a su hija de los brazos de él, y se queda de pie con ella. Sira, en un acto reflejo, me da la mano, entrelaza sus dedos con los míos, deteniendo el tembleque que empezaba a tener.
—¿Por qué estáis todos tan callados? —Esa es Claudia, mi hermana, que estaría en la otra punta del salón y se habrá quedado flipada con la escenita.
Es como si alguien hubiera pulsado el botón de pausa y hubiera congelado nuestra imagen, la de todos, manteniéndonos a cada uno en nuestra posición.
—Bueno, yo me tengo que ir… —dice mi hermano y se levanta del suelo. Dios, que fuerte me parece tenerle tan cerca y a la vez tan lejos.
Mis hijos se enganchan a sus piernas, y le piden que se quede un ratito más, le hablan de no sé qué juego y de una promesa. No entiendo sus palabras, porque las emociones están ascendiendo de mi pecho a mi garganta, provocándome un revoltijo interno difícil de controlar.
Sé que Claudia y Martina quedan con él de vez en cuando, sobre todo cuando se llevan a dar una vuelta a nuestros hijos. Al principio, lo hacían de forma más esporádica, pero, últimamente, lo hacen con más asiduidad; quedan con él en el parque alguna tarde, o en casa de mis padres. Cuando Martina tuvo a la niña, se ablandó un poco y comenzó a tener algo de contacto con nuestro progenitor, gracias a la intervención de su madre, que insistió para que no privara a su nieta de tener un abuelo. Nosotros nunca nos hemos opuesto a esos encuentros, porque los niños no tienen porque que sufrir las consecuencias de los comportamientos de los mayores, lo que pasa es que es distinto imaginarlos juntos, a verlos con nuestros propios ojos aquí.
—¡Papi, mami! Miraz (Alan es muy de zetas) lo que nos ha traído el tío Daviz. —Mis hijos, ajenos a la situación, vienen a por nosotros exaltados y no nos queda más remedio que movernos del metro cuadrado en el que nos habíamos anclado.
—Pensé que llegarían más tarde —le comenta Claudia a mi hermano en tono bajo, pero lo oigo desde aquí. Supongo que el trato no era que coincidiéramos. O sí.
Él coge su cazadora y se agacha a dar unos besos a los niños en la cabeza, que ahora están pegados a Sira y a mí. La situación es rara, sin embargo, todos guardamos las formas.
—Puedes quedarte si quieres —le dice Sira con un tono firme pero suave.
Ella nunca ha querido que él saliera de mi vida. Ha luchado y me ha animado millones de veces a intentar recuperarlo, pero él nunca ha accedido.
David se debate entre mirarnos a los ojos, o salir escopetado con la vista clavada en sus zapatillas. Cuando alza la barbilla y nuestras miradas, cargadas de algo que no sé describir, se cruzan, me parece observar un amago de sonrisa en sus labios, pero solo es un amago.
Me dolió tanto que nunca quisiera volver a saber de nosotros, que no fuera capaz de compartir el mismo espacio, ni tan siquiera sentarse con nosotros en la misma mesa, que ahora, teniéndole aquí delante, es como si la costra de la cicatriz me impidiera notar si sigue escociendo. Lo di por perdido. Hace años que lo perdí.
Ya se sabe que la Navidad es propicia para encuentros inesperados y para ablandar corazones de hielo, pero conozco a David y sé que si no ha cedido en todo este tiempo, las luces del árbol y el espíritu navideño no le harán cambiar de opinión ahora.
—Me voy, chicos. —Se despide de todos—. Feliz año nuevo —dice cuando pasa por mi lado y noto su mano sobre mi brazo un par de segundos.
Ese mínimo contacto me desconcierta. Quiero girarme y acompañarle a la puerta, quiero decirle que tiene mi número, que me llame cuando le apetezca, quiero decirle que le he echado de menos, quiero decirle tantas cosas. Sin embargo, solo repito su feliz año nuevo, como un mantra.
Claudia y Martina le custodian hasta la puerta y allí se encuentran con Carola, que llega justo en este instante. Me doy cuenta de que entre las tres le arropan y le animan, así que supongo que él se haya quedado igual de tocado que yo.
—A mí no me mires —se excusa Jacobo al ver la cara que se me ha quedado—. Ya les dije que era una pésima idea. ¿Estás bien? —Esa pregunta va dirigida a Sira, porque aunque el puto poli y yo nos llevamos mejor desde que está con Martina, mi chica siempre será su ojito derecho.
—Sí y no. Pero una cerveza como esa me ayudaría bastante. —Sira señala el botellín que tiene su amigo en la mano, él sonríe y va a buscarlo. Los niños le siguen a a cocina, a ver si pillan algo para picotear y nos dejan solos.
—Sira…
—¿Tú le has visto con ellos? No sé por qué sigue empeñado en pasar de ti. ¿No crees que quizás, él y tú…?
—Shh. —Me acerco y la estrecho entre mis brazos. Paso mi mano por su espalda y enredo mis dedos en su pelo. Sé que piensa que todo es por su culpa. Todavía hay algo dentro de ella que grita que renuncié a él por ella, pero sabe de sobra que yo nunca he pensado así—. No quiero que le des más vueltas. Es David, los dos sabemos que no cederá.
—Está bien. Yo solo digo que quizá…
—Quizá, pequeña, quizá. Pero, mientras tanto, que te quede claro que tengo todo lo que quiero. A ti, que eres el mejor hogar y refugio del mundo, donde siempre quiero estar, porque a tu lado todo tiene sentido. A nuestros niños, que son energía y motor, y que nos hacen querer ser mejores cada día. Y por tener, tengo hasta esta mezcla extraña de familia, donde todos son importantes.
—¿Incluido Jacobito? —Me pica y me río, porque me encanta ver esa sonrisa de cabrona en sus labios.
—¿Me has llamado? —pregunta el aludido y nos acerca dos cervezas.
—Sí, mi vida ya no sería la misma sin el puto poli —reniego y doy el primer trago al botellín.
—La mía tampoco, ¿verdad, madurito? —Esa es Martina, que se acerca a él con su niña en brazos. Es bonito el trio que forman, no voy a negarlo.
Creo que es el momento perfecto para abrir la veda de las pullas. Sira se mete con su hermana, por zalamera. Yo con Jacobo, porque sí, con él nunca necesito encontrar un motivo real. Claudia con Caro y viceversa, ellas siempre tienen trapos sucios de los que tirar. Hasta que vuelve a sonar el timbre y llegan el resto de invitados. Lau con Nacho, que serán papas en unos meses, y están más que felices y Oriol, aquel amigo de Martina que ahora está trabajando en Madrid y hoy cenará con nosotros.
Sira me mira y cogemos a nuestros niños en brazos. Tratamos de frotar nuestras narices en un beso de esquimal, las de ellos son como pequeños botones, imposibles de encontrar.
—Tú, ellos y nuestro… —le susurro en el oído antes de separarnos para sentarnos a cenar.
—Parasiempre.
¿Qué más puedo pedir?
JACOBO
—La mía tampoco, ¿verdad, madurito? —Martina se acerca con nuestra niña en brazos y sonrío como un imbécil.
No pueden ser más perfectas. Mi bebé y su madre, que ha dejado de ser la pequeña de la casa, se acurrucan contra mi pecho y con eso ya no necesito el oxígeno para vivir. Sí, así de empalagoso me ponen. Joder, es que, siempre tuve claro que quería tener hijos y cuando Martina se quedó embarazada, me volví completamente loco. Lena nació el mismo día que nosotros, no fue casualidad del todo, porque a Martina la tuvieron que inducir el parto y entonces pudimos escoger la fecha para hacerlo coincidir. Todavía me emociono recordando la primera vez que la tuve en mis manos.
—Mi vida es mucho mejor ahora, nena, con vosotras.
—Traed a mi niña, que la vas a asfixiar con tanto achuchón. —Caro nos quita a la niña y se la lleva con Oriol. Sí, ese amigo suyo que no me cae especialmente bien, y que cenará hoy con nosotros. Lo mejor de todo es que en cuanto terminen se irán a quemar la noche de Madrid y yo podré disfrutar de Martina hasta que Lena nos deje, porque no duerme mucho todavía.
—¿Qué tal están? —me pregunta señalando con la cabeza a Noel y Sira, que están abrazando a sus hijos a nuestro lado.
—Tocados. Tu hermano lo lleva peor, creo. Te dije que no era buena idea forzar el reencuentro, pero como siempre, me lías y me llevas por donde quieres.
—Claro, porque sigo siendo tu debilidad, madurito.
Martina se apodera de mis labios y oímos como carraspean nuestros invitados cuando nos besamos. A ver, la verdad es que el beso casto no es.
—Exacto. Lo malo es que ahora tengo dos debilidades. —Sonrío de nuevo como un imbécil mirando a Lena, que está tan contenta en los brazos de Carola—. Vais a acabar conmigo.
—Tranquilo, sigues siendo el más fuerte de la casa, nene —me anima apoyándose en mis hombros y colgándose de mí como un monito.
—Si nos disculpáis unos minutos… —siseo con su lengua en mi boca y desaparecemos un ratito del salón con los exabruptos de la mayoría de nuestros invitados de fondo.
Me podré tomar una licencia, ¿no? Que para eso soy el anfitrión.
DAVID
Clau y Marti me han liado. Me sonó raro que insistieran tanto para que viniera a ver a los niños aquí, cuando hace dos días estuve con ellos en casa de mis padres. Pero no sé, se pusieron tan pesadas que al final accedí. Sé que ellos viven aquí, cuatro plantas más abajo, sin embargo, no pensé que iba a verlos, ni mucho menos que iba a tenerlos tan cerca y a la vez tan lejos.
¿Qué cómo me siento? Triste.
Supongo que una ligera melancolía me ha invadido cuando los he visto a todos ahí juntos. Alan y Nala me adoran y yo a ellos. Agradezco que mis hermanas intervinieran para que los conociera y forme parte de sus vidas. Y, por supuesto, debería darle las gracias a sus padres porque me lo permiten. Pero, cuando los he tenido a los cuatro delante de mis ojos, siendo testigo de la familia tan botita que hacen, me he derrumbado un poco, por dentro.
Quizá porque sigue doliendo, aunque cada día menos. Quizá porque he sentido un impulso irrefrenable de abrazar a mi hermano y lo he disimulado con un pequeño gesto sobre su brazo. Quizá porque me gustaría recuperarle y poder compartir con él mis movidas, las buenas y las malas. O quizá, simplemente, porque no hubiera estado mal quedarme y sentarme con todos en esa mesa a cenar, al fin y al cabo, son mi familia.
—Venga, hermanito, quédate. —Clau y Marti me escoltan hasta el ascensor y en ese momento llega Carola.
—Os habéis pasado. Ya hablaré con vosotras —las amenazo, pero me ignoran.
Me apretujan entre las tres y me llenan la cara de besos, creo que el de Caro es más provocador que otra cosa. Lo nuestro fue una noche loca, pero, desde entonces, nos gusta alimentar la ilusión de repetir, algún día.
—Sed buenas. —Me zafo de ellas como puedo y me cuelo antes de que se cierre la puerta del ascensor.
Cuando salgo a la calle cojo aire. Me ato la cazadora hasta arriba porque hace frío y echo un último vistazo desde el jardín a la ventana del quinto piso.
Sube, David. Sube y cierra esa página.
Mi móvil se ilumina y veo en la pantalla un mensaje de mi padre, me dice que ya están en casa esperándome. Hoy cenaremos los tres. Lo guardo en el bolsillo y me voy a coger el coche.
Quizás el año que viene.
Quizás.

Wowwwwww ame este cuchillo de sus vidas q nos sigues regalando.
Gracias!!!!!
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Wowwwwwwww amé este cachito de sus vidas q nos sigues regalando.
Gracias!!!!
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